MÁS ZAPATERO QUE NUNCA

Artículo de Manuel Martín Ferrand  en “La estrella Digital” del 12.04.08

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Alguien, aunque no sea persona de su proximidad y confianza, debiera decirle a Mariano Rajoy, pobrecito, que perdió las elecciones del pasado 9-M. Su intervención en el Congreso de los Diputados no fue la de quien debiera saberse líder de la oposición. Por sus palabras, y especialmente por su tono triunfal, parecía creerse candidato a la investidura. Simultáneamente, la guardia pretoriana y propagandista de José Luis Rodríguez Zapatero tendría que informar a su jefe sobre la realidad nacional. Ha terminado por creerse sus propios argumentos electorales y, ejercitado en cuatro años de “buenismo”, sigue viendo España como un cuento de hadas.

Obsérvese la irrealidad en la que opera el gran campeón electoral, el hombre a quien respaldan con su voto más de once millones de ciudadanos. Llegó a solicitar la confianza de la Cámara “para impulsar una clara idea de España”. Después de lo que le llevamos visto en los cuatro años de la pasada legislatura, es lícito dudar sobre la existencia de esa idea. Su pragmático relativismo tiende a escapar de supuestos no variables; pero, por lo escuchado en su discurso de investidura, prólogo de cuatro años más de Zapatero, pretende “un país unido y diverso”. Como enseñaba el Barón de Montesquieu en El espíritu de las leyes, antes de ser asesinado en tiempos del gonzalato, “la sociedad no son los hombres, sino la unión de los hombres”. Hablar aquí y ahora de la unidad nacional, sobre los supuestos de una Constitución imprecisa, superada en su Título VIII y en plena fiebre separatista, es mentar la soga en casa del ahorcado. Añadirle a la copla el matiz de la diversidad podría entrar dentro del capítulo del cachondeo. Por si fuera poco, y para que nos quede más claro, el país al que aspira el campeón del talante y las buenas maneras tiene que estar “comprometido con la paz y con el cambio climático”. Toma nísperos, como decía el maestro Campmany.

Debe decirse en favor de Zapatero que no resultó exclusivista en el entendimiento de España y sus problemas como una versión actualizada de Alicia en el país de las maravillas. Su principal opositor, el todavía presidente del PP, llegó a señalar, en el tono de las grandes sentencias, que se debe devolver al CGPJ la independencia que la Constitución reclama. ¡No faltaba más! La separación e independencia entre los poderes del Estado es condición indispensable para que hablemos, en serio, de democracia. Le corresponde a Felipe González el baldón de haber acabado con esa independencia; pero Rajoy, que ha sido pieza fundamental y poliédrica en los ocho años aznaritas, debiera recordar que, a pesar de sustentar su victoria de 1996 en la promesa de una “regeneración democrática”, el PP no movió un dedo —ni en su mayoría absoluta del 2000— para devolverle la independencia al CGPJ. Antes bien, “disfrutó” del confort de su subordinación. Que se lo pregunte, si sus recuerdos son imprecisos, al redivivo José María Michavila.

La investidura de Zapatero tiene mucho que ver con el espiritismo. El líder socialista, en su afán de agradar a todo el mundo —gran virtud social y tremendo defecto político—, llegó a reconocer a IU, o a lo que queda de ella, como “tercera fuerza política”. ¿Qué es eso? Nuestra democracia es imperfecta y pocos parecen querer perfeccionarla, pero evaluar a los grupos parlamentarios por el número de votos obtenidos en los últimos comicios y no por el de escaños que ocupan es una inquietante mueca populista. Especialmente desde quien no ha movido un solo dedo para enmendar el, evidentemente, peregrino sistema electoral que padecemos.

A Zapatero se le nota, y mucho, la redoblada confianza que le ha dado su éxito electoral. Es más Zapatero que nunca. Otra cosa es que pinten bastos, que la crisis económica sea, según los expertos, la más grave desde la Segunda Guerra Mundial y que el talante, que volvió a lucir como en sus mejores momentos, no sea suficiente herramienta para reparar la gran avería nacional.