DESERTIZACIÓN DEMOCRÁTICA

Artículo de M. Martín Ferrand en “ABC” del 14 de noviembre de 2008

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

Álvaro Delgado, retratista feroz y lleno de talento no solamente plástico, me comentó en cierta ocasión que, después de la invención de la fotografía, cuando un pintor se enfrenta a la responsabilidad de un retrato no debe caer en la tentación de trasladarle al lienzo tal y como el modelo se ve en el espejo, sino como puede llegar a imaginarle la posteridad. Aunque el periodismo anda lejos de ser un arte e, incluso, en función de sus usos alternativos está perdiendo la condición de eficaz artesanía de la Historia, la exigencia que Delgado plantea para el retrato debiéramos aplicárnosla quienes, sobre la información de cada día, valoramos la actividad y sus acontecimientos.

Dentro de medio siglo, cuando un ciudadano intente reconstruir los antecedentes económicos, políticos y sociales de su momento vital en las páginas de los diarios de hoy tendrá dificultades para llegar al fondo de lo que verdaderamente conforma nuestro tiempo. Un ejemplo: con creciente frecuencia, los periódicos ofrecen la imagen fotográfica de un desértico hemiciclo en la Carrera de San Jerónimo y, al tiempo, recogen la irritación, también ascendente, de los ciudadanos cuando reparan en el desdén de sus teóricos representantes por la tarea que tienen delegada a través del voto.

Si el hemiciclo del Congreso apareciera a rebosar en cada una de sus sesiones, ¿cambiaría en algo el valor renqueante de nuestra insuficiente democracia? No conviene dejarse llevar por las apariencias ni llegar a conclusiones fáciles que puedan inducirnos a error. En una partitocracia, como la que padecemos, con listas cerradas y bloqueadas en la elección de los representantes y en la que, contra el mandato constitucional, los diputados no pueden, de hecho, ejercer libremente su voto al margen de la voluntad de sus jefes de fila, ¿qué importancia tiene que asistan a las sesiones una, dos, diez o veinte docenas de señorías?

La desertización de la Cámara es una imagen más fiel, un mejor retrato, de la realidad democrática que late en el fondo y que permite que los grandes asuntos que afectan a la Nación y comprometen el futuro y el bienestar de los ciudadanos se negocien y resuelvan lejos del Parlamento y, por extensión a las Autonomías, lejos también de los diecisiete parlamentos en que se cuecen las leyes y se gastan, o dilapidan, los presupuestos que mantienen vivo el sistema. En esto no es fácil establecer diferencias entre los distintos partidos y, tanto más cuanto mayor es su peso «representativo», lo es su conducta monolítica.

La ciudadanía se escandaliza frente a las Cámaras vacías y los escaños abandonados; pero el mal es más profundo y de efectos más demoledores. La que está hueca es nuestra democracia y lo está, en primer lugar, por la condescendencia de los ciudadanos ante quienes dicen ser sus representantes.