LA VACIEDAD DEL GOBIERNO

 

 Artículo de M. Martín Ferrand  en  “ABC” del 21/12/04

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 En su muy reciente y divertido «Diccionario políticamente incorrecto», Carlos Rodríguez Braun define el socialismo como un «régimen benévolo que ha de ser juzgado exclusivamente por sus mejores intenciones».

No está mal visto y, de hecho, demuestra la experiencia que la máquina propagandística de los socialistas españoles es cotidianamente capaz de convertir en verdad científica y palpable la irónica afirmación del catedrático liberal.

Contribuye a ello de manera eficaz, que todo hay que decirlo, la inmensidad elástica con la que el PSOE es capaz de proyectarse en todas las circunscripciones, autonómicas y municipales, en las que opera. Hasta tal punto que, en muchas Casas del Pueblo, especialmente en Cataluña o en el País Vasco, debiera sustituirse el venerable retrato del fundador Pablo Iglesias por alguno de Lon Chaney, la estrella del cine mudo que pasó a la celebridad como «el hombre de las mil caras».

Acostumbrados a comulgar con piedras de molino, los socialistas españoles, incluso sus próximos y devotos, resultan capaces de asumir, incluso complacidos, la terrorífica vaciedad del Gobierno actual como un ejercicio de sutil delicadeza, balsámico para la convivencia, sin advertir los muchos riesgos que genera la complacencia sonsa de José Luis Rodríguez Zapatero.

Es un crédito disgregador que, si no llega a su vencimiento, será más por la solvencia de los deudores que por el rigor del acreedor. Síganse para comprobarlo las últimas y muy medidas declaraciones de Pasqual Maragall sobre el Estatut que reclama para Cataluña y, como decía «La Codorniz» para definir sus historias negras, tiemble después de haber reído.

A pesar de la eficacia propagandística del socialismo, prodigiosa, y de la meritoria capacidad de Zapatero para flotar en el difícil fluido de la inconsistencia, hay un territorio en el que los hechos y las circunstancias superan su capacidad de disimulo y enmascaramiento y, no sin graves riesgos para España, se evidencia su oceánica incapacidad: la política exterior.

Ahí ya no caben parches para tapar tantos agujeros y, de mal en peor, Miguel Ángel Moratinos, pobrecito propalestino, encarna el disparate y la confusión que, en parecida proporción, integran la doctrina Zapatero.

En ese catálogo de desastres, con mucho europeísmo de salón, sobresale el nulo entendimiento del más viejo de todos los problemas de la especialidad, Gibraltar.

En los tres siglos en que, a través de dictaduras, democracias, monarquías, repúblicas y hasta guerras, España viene aspirando a la recuperación del Peñón se han intentado, con parecida fortuna, todos los procedimientos imaginables de diálogo con el Reino Unido, la otra parte del problema, pero nunca se había llegado a convertir en parte lo que sólo es circunstancia: a los contrabandistas, traficantes, fiduciarios y mercachifles que, con base en la Roca, ordeñan y disfrutan el paraíso de la Costa del Sol.