LA LUCHA CONTRA EL DEMONIO

Artículo de Manuel Martín Ferrand en “La Estrella Digital” del 22 de marzo de 2009

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

"Frente a la necesidad,

todo idealismo es un engaño"

(Nietzsche)

Le he tomado prestado el título de esta columna a quien, en tiempos de mi bachillerato, resultaba un escritor imprescindible, Stefan Zweig, y a quien, como consecuencia del lamentable sistema educativo en vigor, ya no conocen ni los licenciados en Humanidades. El contenido de este ensayo de Zweig tiene poco que ver con nuestros problemas actuales, aunque sus tres protagonistas -Hölderlin, Von Kleist y Nietzsche- terminaron sus días de malos y dramáticos modos, que es, cabe temer, como concluirá su ciclo el periodo histórico por el que atravesamos. La lucha contra el demonio es la clave de nuestro tiempo; pero, como suele suceder, quienes debieran encabezar el combate no tienen una idea muy clara del enemigo.

Aquí y ahora, el demonio ha tomado la figura polimórfica de un amontonamiento de problemas. Sobre la base de la crisis global, de raíz financiera, se levantan otras específicas: una democracia imperfecta, sin separación de poderes; una ciudadanía empujada a la ignorancia por la acción conjunta de un lamentable sistema escolar y unos penosos medios audiovisuales; la atomización del Estado, y el debilitamiento de la Nación, como consecuencia de un impreciso pozo constitucional del que sacan agua diecisiete canjilones estatutarios e insolidarios; una justicia lenta y sometida a sospecha y la erradicación vergonzante de cualquier idea o principio patrióticos.

La situación es, como ha definido el presidente del BBVA, Francisco González, de "emergencia nacional"; pero, con mucha ambición de poder y poca grandeza, los dos grandes partidos de ámbito estatal, representantes de más del ochenta por ciento de la población, se miran de reojo y hasta cuando las circunstancias les fuerzan a ambos a un entendimiento, como en la actualidad del País Vasco, se miran de reojo y se acercan al problema con más cálculos electorales futuros que voluntad de soluciones presentes.

Ha dicho María Teresa Fernández de la Vega, cabo de varas de la retahíla de miembros y miembras del equipo gubernamental, que ni los subsecretarios y secretarios de Estado -los treinta personajes en quienes reside la praxis del poder- son "conscientes de la situación que atravesamos". Aun así, el PP sigue hablando de unos planteamientos liberales que no practica ni en las Autonomías en las que ostenta el poder y el PSOE cacarea pretender una "mayoría de izquierdas", cosa que no queda muy claro en qué consiste cuando se vive en lo que conocemos por Estado de bienestar, el gran lujo que Europa no puede seguir permitiéndose, pero del que nadie quiere prescindir.

Frente a la necesidad, como reza el penacho que encabeza estas líneas, no caben los idealismos y, mucho menos, la postulación de unas ideologías caducadas y de uso meramente electorero. José María Aznar, de quien no conviene olvidar que es uno de los ingredientes germinales del problema que padecemos -entre otros, la responsabilidad del advenimiento de José Luis Rodríguez Zapatero-, ha llegado a proponer la conveniencia de un gran pacto nacional para luchar contra la crisis.

En situaciones de gran dificultad, los pactos encaminados a eliminarlas y diluirlas suelen ser de gran eficacia; pero, ahí está el detalle, exigen la honradez y lealtad de los pactantes. Cuando los Pactos de la Moncloa, de cuyos posos seguimos nutriendo nuestra convivencia, nuestra democracia, esperanzadora y naciente, no había empezado su proceso de descomposición centrífuga y, además, sus dos grandes oficiantes, Enrique Fuentes Quintana y Miguel Boyer -el de antes de Rumasa-, tenían una estatura humana, profesional y política muy distinta a la que hoy podemos atribuir a quienes, en lo económico, correspondería un pacto equivalente: Pedro Solbes y Cristóbal Montoro, dos funcionarios grises, inoperantes, contradictorios y de parecido rango socialdemócrata.

Cuando se impone la lucha contra un diablo que ya tiene en su haber el drama de tres millones y medio de parados y que terminará el año con cerca de cinco, hay que dejarse de retóricas exorcistas y actuar con decisión. Cuando, además, el Estado se descompone, la Nación se empobrece y la idea de una Patria común le resulta ridícula a una buena parte de la población, hay que dejarse de zarandajas teóricas y actuar con energía. Aunque cualquiera, el uno o el otro, pueda perder por ello las próximas elecciones generales.