Artículo de M. Martín Ferrand en “ABC” del 17 de septiembre de 2009
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web
Los defensores
de José Luis Rodríguez Zapatero, que de todo abunda en el reparto de la
tragicomedia española, dicen para difuminar su responsabilidad en la catástrofe
en que estamos instalados lo mismo que decían los devotos de Francisco Franco
para exculpar a su caudillo. Su intención es buena y no tiene más rumbo que el
bienestar de la Nación, pero son muchos sus enemigos y escasos sus
colaboradores. La patología del poder, sea éste legítimo o ilegítimo en su
origen, es siempre la misma y su núcleo reside en la incapacidad autocrítica de
quien, da lo mismo, lo ostenta o lo detenta.
Zapatero
actúa como lo hacía Pablo Celis Cuevas -«El Bombero
Torero» en los carteles-, rodeado de enanitos para que el toro parezca más
grande y la lidia, o su parodia, resulte más heroica. La diferencia estriba en
que el Celis auténtico gozaba del favor del público y
fue capaz de actuar con éxito cuarenta y tantas temporadas seguidas. Entre el
espectáculo bufo y el gobierno risible está el límite de sus respectivas
trascendencias. Pablo Celis, pobrecito, no quería
salvarnos. Ni tan siquiera darnos de comer. Se conformaba, en aquellos
difíciles tiempos de la guerra y la posguerra, con que se nos olvidara el
hambre durante un par de horas.
Después
de cinco años de zapaterismo decadente, todos -hasta
El País- parecen haberse dado cuenta de la incapacidad del presidente para
enmendar la situación que nos acucia; pero no será con lamentaciones ni
críticas, sañudas o desenfadadas, como se aliviará el problema. La oposición
que encarna Mariano Rajoy no parece capaz de agrupar los intereses divergentes
del resto de los grupos parlamentarios y, especialmente, de quienes andan
tocados por la gracia separatista. En consecuencia, sólo el PSOE puede enmendar
la errática senda elegida por el PZOE.
No
faltan en el socialismo español nombres brillantes y capaces y sería tan
erróneo como injusto tomarle las medidas al partido por los nombres que hoy
-¿accidentalmente?- ocupan su cúpula o se desparraman por los distintos
Ministerios. ¿Hasta dónde llega la capacidad de aguante de esos notables
militantes apartados por Zapatero del escenario y de la responsabilidad? Sólo
hay una respuesta científica para una pregunta tan temeraria: hasta que quiera
Felipe González, que, a pesar de todo, mantiene intacta su autoridad frente a
los suyos. Lo de «El Bombero Torero» es tan antiguo como Rodolfo Llopis.