CON DIEZ CAÑONES POR BANDA...

Artículo de Manuel Martín Ferrand en “La Estrella Digital” del 26 de octubre de 2009

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web

 

"Es la última de las vilezas consentir

que en la Nación no haya justicia"

(Antonio Maura)

Desde que, en 1985, Felipe González acabó con la independencia del Consejo General del Poder Judicial no es que, como dijo con precisión un alcalde de Jerez de la Frontera, la justicia en España sea un cachondeo. Es que, además, resulta risible y, de no ser por la gravedad del caso, serviría de argumento principal para los actores del Club de la Comedia y cuantos se especializan en lo estrambótico y hacen espectáculo de la mamarrachada.

Nuestra Transición -ese tránsito "de la ley a la ley pasando por la ley", como la definió Torcuato Fernández Miranda- se va diluyendo en sus propias contradicciones y hasta la Constitución de 1978 pierde sentido por el secuestro que de su espíritu han hecho los grandes partidos políticos, con la complicidad de los pequeños, para degenerar la democracia pretendida en una partitocracia sin sentido.

El hecho de que no exista separación fáctica entre los grandes poderes del Estado precipita lo grotesco. Ahí tenemos, convertido en el primer asunto del debate nacional, el caso del pirata somalí que no tiene edad. El Gobierno y la Audiencia Nacional -una jurisdicción especial que ya resulta insostenible- se miran de reojo para tratar de ver lo que el otro necesita y requiere, y así, sin que a nadie se le caiga la cara de vergüenza, van pasando los días y enhebrando decisiones del Ejecutivo y del Judicial, que compiten en ineficacia.

José de Espronceda, uno de los grandes nombres del Romanticismo español, escribió una Canción del pirata que los niños de mi generación, cuando todavía se entendía el valor de la memoria, aprendíamos al pie de la letra. De ahí, quizás, nos venga una cierta simpatía por esos bandidos de la mar. En una nación siempre sojuzgada y reprimida tienen que resultar especialmente gratas algunas proclamas -"... que es mi dios la libertad..."- y, sin muchas matizaciones, los piratas gozan de mayor simpatía que los atracadores, que son lo mismo pero con los pies secos.

Pobrecito Cadiwelli Cabdullabhi, al que hemos adoptado como 'Abdu Willy'. Armado hasta los dientes, kalashnikov en ristre, estaba dispuesto a llevarse por delante a un pescador español, o a más de uno, para cobrar el precio de un rescate. En otro tiempo hubiera colgado del palo de mesana, en otro país estaría encerrado en un calabozo de alta seguridad si, con suerte, hubiera sobrevivido a las maniobras de su captura; pero aquí, España es diferente, le damos calditos calientes y lo acunamos con una dulce nana para que pueda conciliar el sueño. ¿Nos habremos vuelto locos?

En el supuesto de que sea menor de edad, que sólo tenga los dieciséis años que dice su madre, ¿puede ser ése un atenuante suficiente para eludir la prisión cuando su oficio y dedicación es la banda armada y la piratería?

Garzón, Pedraz, Castro, la Fiscalía de Menores... se están cubriendo de gloria en sus dudas y en sus indecisiones frente al piratita. Tras el error político y diplomático de trasladarlo a Madrid desde las costas de Somalia se añade ahora el espectáculo de los jueces y fiscales que no quieren quedarse con la patata caliente y se la arrojan al que está más cerca. Cunde la risa en los observatorios internacionales.

Lo grave es que el caso de 'Abdu Willy' no es más que un síntoma de la debilidad de nuestro Estado -de lo que queda de él-, de la inconsistencia de nuestra normativa vigente -se lució el felipismo con la reforma del Código Penal-, de la descoordinación y falta de rumbo del Gobierno y del pensamiento fofo que preside nuestra realidad. Me remito, como conclusión, a la frase de Antonio Maura que sirve de penacho a estas líneas y que fue pronunciada el 20 de mayo de 1917, siendo presidente del Gobierno de España, en la Real Academia de Jurisprudencia.