Artículo de M. Martín Ferrand en “ABC” del 29 de octubre de 2009
Por su interés
y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio
web
SI,
como Shakespeare nos previno en su Hamlet, algo huele a podrido en Dinamarca,
imaginen ustedes lo hediondos que resultan los vapores que emana nuestra vida
pública. Según Transparency International, en su
Informe Global sobre la Corrupción en 2008, Dinamarca es el país más limpio y
transparente del mundo. Los ciudadanos lo perciben, con un índice de 9´3, como
el de mayor rigor y honradez entre todos los Estados del mundo. España aparece
en esas tablas de la vergüenza y el escarnio en el puesto 28, después de todas
las grandes naciones europeas, con un índice de 6´5. Nos sirven de consuelo,
entre los 180 países que incluye el estudio, Birmania,
Irak y Somalia, el súmmum del detritus cósmico.
Del
mismo modo que, para los clásicos, cada día llevaba consigo un nuevo afán, en
la España contemporánea lo que aporta cada jornada es un nuevo caso de
corrupción. Sin diferencias entre los colores de los partidos presentes, todas
las formaciones que tocan poder y tienen acceso al Presupuesto se pringan en el
choriceo más ignominioso. Sobre una hipotética mayoría de políticos honrados,
destacan los golfos que se suceden en el estrellato nacional de las más
abominables prácticas políticas. En las últimas horas, los focos apuntan a
Cataluña -la patria del 3 por ciento- en donde los veteranos y puyolistas Lluis Prenafeta y Marcià Alavedra vuelven por donde solían y lo hacen en lote con
media docena de notables del PSC, en Santa Coloma de Gramanet,
el feudo de José Montilla.
Ese
es el fracaso de nuestra democracia que ya exige una revisión, incluso
constitucional, que permita una mayor responsabilidad a partir de un sistema
electoral en el que las personas sustituyan a los lotes. Si dañina es la
vigente corrupción económica -todo por la pasta- más repugnante resulta la
ideológica, la que se sustenta en el odio a España sobre imaginativos supuestos
separatistas. La que permite a personajes como Xavier Arzalluz
valorar como «buen patriota» a un ser tan abyecto como Arnaldo Otegi. El
dinero, quizá, puede recuperarse e, incluso, difuminarse en el tiempo y en el
olvido; pero el divorcio con la razón y las normas éticas más elementales, no
tiene cura posible. Arzalluz pide respeto para los asesinos
etarras y, al hacerlo, falta al que nos debe a los demás y, especialmente, a
las víctimas asesinadas por esos «patriotas». Es la más infame y fétida de las
corrupciones.