LA CONFUSIÓN DE BABEL

Artículo de M. Martín Ferrand en “ABC” del 14 de enero de 2010

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web

 

Uno de los muchos encantos que ofrece el ser español, compensador del sufrimiento político que conlleva tal condición, reside en la diversidad. España tiene la variedad geográfica, climatológica, monumental, cultural y lingüística... de todo un Continente. Aquí caben montañas de más de 3.700 metros de altura, huertas feraces y páramos inmensos, cálidos o fríos según los gustos. Reconforta pensar que al mismo tiempo que se levantaba el Pórtico de la Gloria de la catedral compostelana crecía la altura de la Giralda de Sevilla y que aquí, avenidos o enfrentados, hemos crecido moros, judíos y cristianos, poetas inmensos y bobos de solemnidad, liberales grandiosos y tiranos despreciables... Se supone que todo ello debiera conducir a nuestro gozo y satisfacción; pero, últimamente, los fervores nacionalistas vienen utilizando la diversidad como una maza hostil.

Diez senadores del poliédrico PSC y los veinticuatro que componen en la Cámara Alta el mosaico inequívocamente nacionalista han unido sus fuerzas para -¡otra vez más!- promover la posibilidad de que, mediante la traducción simultánea, los inútiles debates de la Cámara superflua puedan celebrarse en castellano, catalán, gallego y vascuence, a elegir por el interesado. Es otra muestra más del síndrome babélico que nos acosa. Como enseña el Génesis, cuando la humanidad quiso revelarse contra los designios de Yavé y, en lugar de repartirse por todo el planea, pretendió construir una torre que los llevara hasta el cielo, el Señor los confundió y de hablar todos una misma lengua pasaron a no entenderse los unos con los otros. En eso parece que, en una ridícula pirueta anacrónica, estamos ahora.

Lejos de utilizar la abundancia como potencialidad, no faltan mentecatos que quieren convertirla en limitación y, en ejercicio del más clásico caciquismo, aspiran a jefes de tribu y poblado mejor que a líderes de un Estado fuerte, alma de una Nación poderosa y, expresado sin nostalgia alguna, motor de una Patria que almacena, entre otros, el tesoro del plurilingüismo. Arrastran tal confusión de ideas que confunden idioma con Estado y que, al hacerlo, empequeñecen el territorio que tratan de engrandecer. Es, y más todavía en tiempos tan difíciles como los que atravesamos, un desvarío culpable del encanijamiento nacional que ya cansa y asfixia y que no hará más prósperas a las partes con el empobrecimiento del todo.