Artículo de M. Martín Ferrand en “ABC” del 23 de enero de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web
José María
Aznar ha entrado en una nueva dimensión. Sin cumplir todavía los cincuenta y
siete años, tan vigoroso como vigoréxico, prefiere
ser un recuerdo que una posibilidad y, en su nueva condición de paseante en
Cortes, escribe cartas persas al estilo del barón de Montesquieu
y les manda recados tanto a sus amigos como a sus enemigos. Ayer, en TVE,
estuvo acertado cuando dijo que la nueva generación de estatutos de autonomía
«no ha sido una buena idea» y especialmente cuando, con precisión de
entomólogo, atravesó con el alfiler de los diagnósticos la mariposa de la
coyuntura: «(En España) hemos dejado de discutir la
organización de la pluralidad para discutir lo común». Ahí está el detalle y,
con él, el señalamiento de la quiebra democrática que acompaña a la alarmante
situación económica que nos aflige como ciudadanos y nos disminuye como Nación
al tiempo que el Estado, hueco de competencias, asiste a su propia destrucción.
Dijo
Aznar que «el Estado se está deshilachando». La imagen es rotunda si dejamos
claro que las hilachas que va perdiendo el paño español no son consecuencia de
su mucho uso, sino capricho de sus usuarios periféricos con saña centrífuga.
Cuando, como nos pasa, se pretenden simultáneamente una cosa y su contraria
surge el despropósito y llega la catástrofe. Piénsese en la ridícula polémica
energética que genera la actualidad. Tenemos, en una esquina del ring a José
Luis Rodríguez Zapatero, campeón de las energías renovables y costosas, y en la
otra a Mariano Rajoy, aspirante al título de la sensatez nuclear. Entre ambos
han convertido en ideología lo que es un asunto meramente técnico y económico.
A mayor abundamiento, los cuidadores del aspirante consideran un infierno el
hecho inevitable y lógico de que si hay energía nuclear tendrá que haber
almacenes para sus residuos y se niegan a tenerlos en sus jurisdicciones. No es
raro que Aznar no quiera volver a la política activa y combatiente. Cuando la
razón brilla por su ausencia y los intereses comunes no le importan ni a sus
beneficiarios, cuando todo son apriorismos y militancias ciegas, un líder en
edad de merecer debe quedarse en cama. La experiencia, eso que tan poco
valoramos, le habrá enseñado que, aquí y ahora, España es una idea demasiado
grande para unas mínimas, jibarizadas, cabecitas
políticas en las que cabe poco más que el nombre del municipio de su
nacimiento.