CIU EL RINCÓN

Artículo de Francesc De Carreras en "El País" de Cataluña del 10-2-2000

Con un breve comentario al final

Luis Bouza-Brey

 

Una novedad más que significativa para las próximas elecciones generales es la posición de Convergència en el actual panorama de la política catalana. Esta nueva posición ya era previsible tras la debilidad mostrada en el último año, tanto en las elecciones municipales como, sobre todo, en las autonómicas, su terreno más cómodo. Pero estas previsiones se han visto desbordadas tras el pacto PSOE-IU, que cierra la opción de CiU de pactar en el futuro con los socialistas a nivel de Estado y le aboca, en su política española, a la única posibilidad de pactar con el PP. Ello afecta negativamente a la imagen del pujolismo que tiene parte de su electorado, es muy probable que también repercuta en los resultados de los próximos comicios y puede obligar al partido de Pujol a tener que realizar un giro estratégico ---otro más--- que hace unos meses no tenía previsto.

Esta situación de CiU no es ninguna sorpresa y puede decirse que se la ha ganado a pulso en los últimos años. Parte de no reconocer un hecho obvio: la fuerza electoral de Pujol en Cataluña no ha sido debida a su radicalismo, sino a su moderación, tanto en el terreno económico y social como en el terreno nacionalista. CiU es importante en la política catalana a partir de 1980 y, sobre todo, a partir de 1984, porque ha sabido ocupar un amplio espacio central producto de una política populista y pragmática. En cuanto se ha radicalizado en los aspectos nacionalistas de su programa político, la pérdida de apoyo electoral se ha hecho evidente.

Dos ocasiones ha tenido CiU para consolidar su centrismo. La primera fue la mal planeada operación reformista, a mediados de los años ochenta, que constituyó un fracaso ajeno a su voluntad, aunque muchos convergentes nacionalistas se alegraran de ello. La segunda se produjo en 1992, cuando Miquel Roca disputó el liderazgo a Pujol en el partido y fue rápidamente marginado sin más consideraciones A partir de ahí Convergencia emprendió un nuevo rumbo del que ahora muchos, que en aquel momento callaron por cobardía revestida de prudencia, se arrepienten.

El nuevo rumbo consistió básicamente en optar estratégicamente por una doble vía, aparentemente antagónica, pero que, dirigida personalmente por un personaje tan hábil y carismático como Jordi Pujol, pensaban que no podía fallar. Esta doble vía consistía en combinar, por un lado, la participación, desde el exterior, en el Gobierno de Madrid ---lo que se ha llamado la participación en la gobernabilidad del Estado--- , y por otro lado, desarrollar políticas en Cataluña que reforzaran la llamada "conciencia nacional catalana": Mossos d'Esquadra en tráfico, ley de la lengua, Declaración de Barcelona con el PNV y el BNG, selecciones deportivas catalanas. Paso previo pero imprescindible para todo ello era descabalgar a Roca y al roquismo del partido y de la Generalitat, colocando en su lugar a una nueva generación de dirigentes jóvenes, los llamados "talibanes". Molins en la oposición municipal de Barcelona y Xavier Trías, candidato al Congreso en Madrid, constituyen el último episodio de esta operación.

Lo que sucede es que la operación, una vez consolidada, ha resultado un fracaso. De ahí la tristeza e inseguridad que reflejan el rostro y los movimientos de Pujol en los últimos meses, las continuas disputas internas en la dirección convergente, el visible desánimo de los altos cargos, la irritación creciente de los intelectuales de su órbita y, sobre todo, la desafección demostrada en las elecciones locales y autonómicas del año pasado por antiguos fieles votantes que se han abstenido o han votado a otro partido, sea el PP, los socialistas o ERC. Convergencia, que había sido antes que nada un gran movimiento social, ha pasado a ser un simple partido. El sectarismo dogmático y el desapego de la realidad social acaban teniendo un precio.

La Cataluña imaginada que se ha querido oficializar no se corresponde con la Cataluña real: abandonar el amplio espacio centrista por una ideología nacionalista no sólo demasiado radical, sino sobre todo anticuada y casi folclórica, ha sido letal para el partido de Pujol. El votante medio prefiere tener buenos servicios de enseñanza, una eficaz sanidad, una moderna red de comunicaciones y un cuidado medio ambiente, a toda la falsa retórica de las selecciones deportivas catalanas, las imposiciones lingüísticas que perjudican al catalán y recuerdan otros tiempos de signo contrario, o tener a los mossos regulando el tráfico de las carreteras. Los delirios patrióticos entusiasman a algunos durante un tiempo, pero al final la mayoría se fija en lo más visible: un irresponsable déficit público, aromas de corrupción y la peste de los purinas. Volem fer de Catalunya un país de qualitat, nos ha ido repitiendo Pujol en sus sermones de fin de año. Pues ahí la tenemos: la ideal Cataluña de TV-3 convertida a la postre en el vertedero de excrementos de cerdo más importante de Europa.

Convergencia se debate entre la supervivencia y la identidad. Estas elecciones la pondrán de nuevo a prueba y los nervios son más que evidentes. De momento, puede certificarse que ha perdido ya la posición central que ocupaba en sus buenos tiempos y está situada en un rincón del espectro político: alejada de unos socialistas que han pactado con Izquierda Unida, rival de una Esquerra sumida en la equidistancia y, en definitiva, condenada sin remedio a aliarse con el PP... precisamente de quien más quiere distanciarse en estos momentos.

Breve comentario final

Luis Bouza-Brey

 

En efecto, CDC lleva unos cuantos años siguiendo un rumbo que la aleja de su posición hegemónica y que crea una situación preocupante en el ámbito del nacionalismo catalán.

Lo que podríamos llamar "la tentación vasca" de CDC es cada vez más evidente, como consecuencia del cambio en el equilibrio de fuerzas interno del partido.

Los estudiantes movilizados por un grupo sindical universitario próximo a ERC, que impidieron terminar el ciclo de conferencias en la Facultad de Filosofía de la UB recientemente, daban gritos a favor de ETA y de Terra Lliure, acusaban a la democracia española de oler mal y, curiosamente ---efectos de las técnicas de camuflaje--- escribían sus panfletos en castellano. Calificar estos acontecimientos como resultado de una provocación, o considerarlos algo normal en el ámbito universitario, es una frivolidad suicida.

Los ideólogos de CDC y UDC parecen demiurgos, más que políticos realistas: reivindican la cualidad de Nación para Cataluña, la estructura de un "Estado plurinacional" para el Estado español, y a partir de ahí desarrollan una cadena de argumentaciones autistas que pueden conducir a cualquier parte al ritmo que vayan tácticamente definiendo sobre la marcha. No se plantean que desde el Estado también se puede reclamar la cualidad de Nación para el conjunto de España, o que cualquiera de las regiones españolas tiene el mismo derecho a considerarse Nación que las demás. En definitiva, el desbarajuste está servido. No me extraña que la gente sensata se aleje de este camino ciego que no conduce a ningún lado más que al desastre.

El fallo ideológico y teórico está en resucitar el concepto de nación después de dos siglos de uso y abuso por parte de unos y otros, transformándolo en catalizador ideológico de un país. El término nación arrastra consigo un conjunto de nociones inadecuadas para los tiempos y la realidad social y política que vivimos: la noción de homogeneidad, la de Estado y soberanía, la de realidad colectiva ideal, absolutizada y congelada históricamente, a la que se han de subordinar los individuos y grupos reales, la noción de defensa y rechazo frente a lo que es distinto, la de cierre e incompatibilidad de los intereses de la nación con los de las naciones vecinas... en fin, todo un conjunto de rasgos, actitudes y valores que no sintonizan con los procesos socioculturales y políticos que estamos viviendo en la actualidad. El mundo actual es cada vez más interdependiente, mestizo, cosmopolita, cambiante, tolerante, diverso, abierto y complementario. Deberá basarse en una ética del individualismo igualitario, solidario y democrático y en las técnicas convivenciales del federalismo y el respeto a las minorías, para sobrevivir y desarrollarse.

Frente a estas realidades y necesidades, el concepto de nación me parece una herramienta de museo, un armatoste de aquellos de principios de la industrialización que fuera del museo resulta inútil, estorba y ocupa espacio. ¿Dónde diablos podríamos guardar la máquina de coser de la abuela, algo valioso sentimentalmente pero que no hace más que estorbar por ahí?

Frente al término "nación" no se me ocurren más que los de "país" "sociedad" o "comunidad", que se expresan políticamente por medio del concepto de "pueblo" basado en la "ciudadanía". Es decir, comunidades heterogéneas de individuos iguales y libres, que participan democráticamente para definir los intereses y la voluntad colectiva en cada momento. Cualquiera de estos conceptos me parece mucho más flexible y vivo que el de nación, que parece un "totxo" inmóvil y pesado que sobrecarga nuestro caminar hacia el futuro..

En este contexto de significados, cualquiera de las regiones que constituyen históricamente España es una sociedad diferenciada de las demás, un país con sus propios problemas a resolver, en algunos casos incluso con un idioma y cultura diferentes entre parte de su población. Sociedades diferenciadas, países, que han constituido históricamente una comunidad de pueblos, España, que a pesar de su atormentada historia, si se mantiene unida, posee una gran potencialidad de futuro, derivada de su pluralismo interno, de su diversidad y riqueza geográfica y sociocultural. Potencialidad que se desarrollará si continúa por el camino seguido desde la transición, articulando diversidad y unidad en un modelo político coherente y adecuado a la construcción de la nueva Comunidad Europea.

Si yo fuera nacionalista intentaría modernizar mis bases ideológicas, conservando lo que de positivo tiene el nacionalismo y desechando lo anacrónico:

Elementos a conservar:

a) la defensa de la identidad y la diversidad de los pueblos, frente a los riesgos de homogeneización. Pero defensa también de la diversidad interna en el propio país, renunciando a la propensión homogeneizadora de todo nacionalismo.

b) La defensa de la cohesión de las sociedades, países o comunidades, como realidades colectivas con problemas específicos que necesitan políticas propias para resolverlos, pero también articulados con el resto de la comunidad española, con problemas e intereses comunes a todos ellos.

Elementos a desechar:

a) el concepto de nación y las nociones anacrónicas que lo acompañan, por las razones que mencionaba anteriormente.

b) El particularismo, la cerrazón y el rechazo a considerar como existente y propia a esa comunidad histórica de nivel superior, que es España, de la que nuestras sociedades forman parte y en la que la mayoría de nuestros pueblos se siente integrada.

c) Los elementos míticos y ensueños y delirios esquizofrénicos que nos alejan de la realidad impidiéndonos reconciliarnos con nosotros mismos y recorrer el camino del futuro sin obstáculos.