REFLEXIONES INÉDITAS SOBRE LAS ELECCIONES AUTONÓMICAS GALLEGAS

 

Artículo de Luis Miguez Macho en “El Semanal Digital” del 7-3-09

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

Una semana después, es buen momento para analizar lo que no se ha recogido ni en medios gallegos ni nacionales sobre el significado y los motivos de un resultado que no se preveía.

 

Quiero partir de una constatación sociológica. De la mayoría absoluta del PP de Alberto Núñez Feijoo o, mejor dicho, del desalojo del bipartito PSdeG-BNG de la Xunta se han alegrado, como cabía esperar, los padres preocupados e irritados por el Decreto de imposición del gallego en la enseñanza no universitaria o los funcionarios de las Consellerías en manos de los nacionalistas que sufrían de manera especial la presión de la imposición lingüística, pero también muchos votantes y simpatizantes tradicionales del PSOE.


Esto, que nadie ha comentado hasta ahora, tiene una importancia que no es la simplemente anecdótica, porque nos indica que el resultado de las elecciones autonómicas gallegas es algo más que el triunfo del PP en una Comunidad autónoma que suele inclinarse por el centroderecha. En realidad, se trata de la primera derrota que sufre la estrategia del PSOE de acceder al poder aislando al PP mediante con pactos con los grupos nacionalistas, a costa de abandonar buena parte de las señas de identidad de la izquierda, inaugurada con la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero a la secretaría general de su partido y mantenida hasta el día de hoy.


El sector nada desdeñable de la base social del PSOE que no se considera afín a los nacionalistas ha sido coautor de la mayoría absoluta del PP gallego. Mientras en las instituciones regían los pactos PSdeG-BNG, en la sociedad gallega funcionaba de facto una coalición bien distinta, entre los partidarios del PP y la parte del PSOE que no se siente nacionalista ni cercana a los nacionalistas.


Así se entiende que Rodríguez Zapatero no haya querido comentar los resultados de las elecciones autonómicas gallegas y vascas. Lo de Galicia ha sido una bofetada por parte de la base de su propio partido a esa estrategia que ha llevado al PSOE al poder a costa de renunciar a las mayorías absolutas que obtuvo en su día con Felipe González y de perpetuar su dependencia de los nacionalistas, con todos los costosos peajes que ello conlleva.

En esta tesitura, las posibilidades de que el PSE de Patxi López pacte con el PNV se reducen considerablemente. Pero si se apoya en el PP para desalojar a los nacionalistas del Gobierno vasco, la situación parlamentaria de Rodríguez Zapatero puede complicarse de modo irremediable para todo el resto de la legislatura, al perder primero a sus aliados del BNG, a los que ya no tiene nada que ofrecer, y después a los del PNV.


Como se puede ver, los gallegos hemos arrasado algo más que el bipartito el domingo pasado.


El PP gallego hizo sus deberes en la oposición



Algunos medios de comunicación de Madrid están ofreciendo una imagen incorrecta del camino que ha llevado al PP gallego a la recuperación de la Xunta, al tratar de presentar a Alberto Núñez Feijoo como un líder forjado a espaldas o incluso contra Manuel Fraga. Nada más lejos de la realidad: en la última etapa del político de Villalba al frente de la Xunta ya había comenzado la reflexión de los populares gallegos sobre la necesidad de modernizar tanto el mensaje como la forma de hacer política del partido, para adaptarla a las transformaciones experimentadas por la sociedad gallega en los últimos tiempos.


El sistema de patronato que funcionaba tradicionalmente en el medio rural y en el que con tanto éxito se había insertado el PP en Galicia, con las consiguientes acusaciones por sus oponentes de "caciquismo", había llegado al límite de sus posibilidades: primero, por la despersonalización de la moderna Administración prestacional, que la convierte en un poderoso aparato clientelar al servicio de quien ocupa en cada momento el poder y anula la relación clásica entre patrono y cliente, de carácter estrictamente personal y no institucional, y, segundo, por la creciente urbanización no sólo demográfica, sino también sociológica, de la población gallega.


Era, pues, imprescindible sustituir ese sistema de patronato por el modelo de liderazgo democrático propio de las sociedades desarrolladas. Pero no dio tiempo a hacerlo y, en cuanto a la polémica decisión de Fraga de volverse a presentar como candidato a la presidencia de la Xunta, es muy fácil criticarla a toro pasado, pero, como dije en su momento y repito ahora, lo cierto es que la mayoría absoluta se perdió por muy pocos votos y resulta imposible saber qué habría pasado con otro candidato.

Pues bien, perdida la Xunta y pasado un tiempo prudencial, don Manuel rindió un nuevo servicio a Galicia retirándose. Y entonces, frente a los pronósticos apocalípticos de que el PP gallego, demasiado acostumbrado al poder y dividido internamente entre "birretes" y "boinas", no sería capaz de afrontar la sucesión de su presidente y se acabaría rompiendo entre los fieles a Madrid y los "caciques" locales proclives a hacer ostentación de un galleguismo próximo al nacionalismo, se eligió de una manera irreprochable y ejemplar, sin interferencias ajenas a la organización, un nuevo líder que representaba esa renovación que antes he teorizado, y todo el partido cerró filas detrás del vencedor.


Y el PSdeG y el BNG emprendieron el camino contrario



Por el contrario, el PSdeG y el BNG, que durante años y años habían atacado al PP gallego por su prácticas clientelares y prometido el cambio y la regeneración democrática, nada más llegar al poder emprendieron el camino contrario al que iniciarían los populares.

A mí no me extraña, porque nuestro sistema autonómico ha generado poderosos aparatos clientelares preocupados fundamentalmente por crear sociedades cerradas cautivas del poder local y todos los partidos han contribuido a ello; así que los socialistas y los nacionalistas gallegos, en cuanto tuvieron la Xunta en sus manos, se apresuraron a aprovechar y perfeccionar, en el peor sentido del término, las redes clientelares heredadas, agravando la situación con esos toques en los que son expertos los nacionalistas, como el uso consciente y premeditado de la lengua para someter a los de dentro y excluir a los de fuera.

Como evidencian las campañas electorales de ambos socios del bipartito, contaban con que masas de ancianos de las provincias de Lugo y Orense les mantuviesen en el poder por lo menos tanto tiempo como a Fraga, votando a Pérez Touriño por ser "O Presidente" y a Espartaco Quintana por organizarles divertidas verbenas. Para su desgracia, lo que ocurrió fue que masas de padres y de funcionarios urbanos enfurecidos por la imposición del gallego decidieron echarles a la primera oportunidad, lo que puede que por fin enseñe a algunos que Galicia nada tiene que ver sociológicamente con las otras supuestas "Comunidades históricas" en cuanto a sentimiento nacionalista.

En realidad, tampoco hace falta ser un genio de la politología para darse cuenta. En 1980 casi nadie fue a votar el Estatuto de Autonomía y desde entonces hasta hoy los nacionalistas apenas han alcanzado, en los momentos de mayor éxito, el 20% de los votos.

Grande es la responsabilidad que ha recaído sobre Alberto Núñez Feijoo. No sólo los votantes tradicionales de su partido, sino una parte sustancial de la población gallega le ha encomendado un cambio de rumbo en las instituciones autonómicas que las haga cumplir la función que siempre debieron tener de acercar el poder al ciudadano y de consolidar una sociedad democrática libre y abierta.