EL MINUTO DE GLORIA DE CAROD Y LA SENTENCIA MÁS ESPERADA

Artículo de Luis Miguez Macho en “El Semanal Digital” del 18 de agosto de 2009

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web

 

Pero ¿no decía Zapatero que el Estatuto se hacía para que "Cataluña se sintiese cómoda en España", o sea, para que los nacionalistas calmasen sus insaciables ansias reivindicativas?

Como es sabido, todos los veranos tienen su "serpiente" informativa, y la de éste es la convocatoria de Carod-Rovira a una gran marcha, que se celebraría el próximo 11 de septiembre, contra la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña; una sentencia que todavía no se ha dictado y que no es probable que en la fecha mencionada vaya a haber aparecido.


También el ministro de Justicia, Francisco Caamaño, se ha referido recientemente a la sentencia que tanto preocupa a los nacionalistas catalanes. Pero para el Gobierno esa preocupación no existe, porque Caamaño, catedrático de Derecho Constitucional, está firmemente convencido de la constitucionalidad del Estatuto (no en vano es responsable en gran medida de la redacción final del mismo) y, en todo caso, el Tribunal Constitucional sigue presidido por la leal Emilia Casas Bahamonde, de la que no cabe esperar ninguna sorpresa desagradable para el Ejecutivo.

 

El nuevo Estatuto catalán no ha resuelto nada: sólo creará más problemas



Ciertamente, si el alto Tribunal declarase inconstitucionales los puntos principales y más polémicos del nuevo Estatuto catalán, la conmoción para el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y sus aliados nacionalistas sería tremenda. Después del fiasco del "proceso de paz" con la ETA, otro de los pilares de la pasada legislatura, la reforma estatutaria, se vendría también abajo, y la posición del Ejecutivo se volvería insostenible.


Sin embargo, como ya he dicho, no hay peligro de tal cosa ocurra. En los medios jurídicos contamos sin género alguno de dudas con que el Tribunal Constitucional emitirá una compleja sentencia interpretativa, que nos dará entretenimiento durante años a los que nos dedicamos a estas cosas y le permitirá al Gobierno salvar la cara.

Cuestión distinta será la reacción de los nacionalistas catalanes, y ahí hay que enmarcar la manifestación preventiva con la que sueña Carod. Por blanda que sea la sentencia, es inevitable que algún artículo que otro del nuevo Estatuto sea declarado inconstitucional y, sobre todo, que una parte sustancial del mismo se vea desactivada al imponerse su interpretación acorde a la Constitucional o condicionarse su eficacia a la reforma de distintas leyes estatales por las Cortes.

En definitiva, como es imposible que el Tribunal Constitucional dé por bueno el Estatuto tal como se aprobó, diga lo que diga Caamaño, y como los nacionalistas catalanes no están dispuestos a aceptar otra cosa que el texto en vigor, no necesitan leer la sentencia para decidir si clamar al cielo contra un nuevo agravio de Madrid o no. Pueden empezar a clamar ya desde ahora o desde el mes próximo, si les apetece más.


Todo esto conduce inevitablemente a otra reflexión que es poco probable que se haga desde la gran mayoría de los medios de comunicación. Pero ¿no decía Rodríguez Zapatero que el nuevo Estatuto catalán se hacía para que "Cataluña se sintiese cómoda en España", o sea, traducido al lenguaje ordinario, para que los nacionalistas catalanes calmasen por fin sus insaciables ansias reivindicativas basadas en el victimismo?


Bien al contrario, el nuevo Estatuto va a dar alimento al lloriqueo victimista de los nacionalistas por lo menos durante una década más. En vez de cerrarse de una vez el sistema autonómico para obligar a las oligarquías políticas regionales a que se dediquen a gestionar eficazmente en beneficio de los ciudadanos los servicios que tienen transferidos, lo que se ha hecho es volver a abrir la puerta a la reivindicación permanente, que se ha convertido en la única razón de ser de los grupos nacionalistas.


Y después de la sentencia del TC vendrá la reforma estatutaria en Galicia



Todo esto ha coincidido con un reverdecimiento también en Galicia de las presiones para una reforma del Estatuto de Autonomía, tras el fracaso del intento emprendido durante la anterior etapa de gobierno en la Xunta de socialistas y nacionalistas. Afortunadamente, el nuevo presidente de la Xunta, el popular Alberto Núñez Feijóo, tiene una postura muy clara sobre la cuestión: la reforma estatutaria no es una prioridad para su Gobierno, pero tampoco la descarta, sino que, una vez que se conozca la sentencia sobre el Estatuto catalán y dentro de esta legislatura, presentará un texto de nuevo Estatuto que negociará con las demás fuerzas políticas.


Que la reforma estatutaria no es una prioridad para los ciudadanos gallegos lo demuestra la nula trascendencia que ha tenido en las recientes elecciones autonómicas. Es más, el partido que impidió la reforma en la tentativa que ya he mencionado, por no aceptar referencias identitarias de dudosa constitucionalidad, fue el que ganó las elecciones con mayoría absoluta.


¿Para quién es una prioridad entonces? Para los nacionalistas del BNG, por supuesto, ahora reducidos a un paupérrimo quince por ciento de los votos, para el sector del PSdeG entregado al nacionalismo y para cierta prensa local que representa lo peor del clientelismo neocaciquil que ha generado el Estado autonómico.


Para ellos la reforma estatutaria no es simplemente una oportunidad de actualizar el Estatuto de Autonomía, adaptándolo a la consolidación del sistema autonómico y al propio crecimiento de las instituciones de la Comunidad autónoma. Imitando lo peor de la experiencia catalana, esperan aprovechar la ocasión para consagrar en una norma jurídica del máximo rango los elementos que configuren una sociedad cerrada y cautiva en el bucle melancólico del nacionalismo clientelar.


Así, quienes representan a un quince por ciento de los electores gallegos y los intereses económicos de grupos empresariales incapaces de sobrevivir en un mercado libre conseguirían imponer a la mayoría sus criterios, haciendo imposible desde el propio Estatuto el desarrollo de otras concepciones de la Comunidad autónoma. Políticamente, ello condenaría a la marginalidad al PP gallego y todos los ciudadanos a los que representa.


Por supuesto, hay otras formas de concebir lo que debe ser nuestra Comunidad autónoma. La mayoría de los gallegos no deseamos ningún proceso de "construcción nacional", porque ya tenemos una nación, en el sentido histórico y político, bien construida y consagrada en la Constitución: la Nación española. Tampoco necesitamos que nadie nos venga a revelar nuestra verdadera identidad como gallegos, porque la tenemos perfectamente asumida y no vemos contradicción alguna entre ella y la pertenencia a la Patria común. Son otros lo que parecen no tener clara esa identidad y por esos hablan de "construcciones", que no son más que invenciones ahistóricas.


Si hay que hacer una reforma estatutaria, tiene que ser para mejorar el entramado institucional de una entidad territorial, la Comunidad autónoma, llamada esencialmente a acercar los servicios públicos a los ciudadanos sin merma de sus derechos y libertades constitucionales. Ése y no otro ha de ser el reto no sólo de la reforma estatutaria, sino también de la propia reorientación de un Estado autonómico que no puede seguir por más tiempo siendo el cauce de reclamaciones identitarias carentes en la actualidad de otro sentido que no sea el de servir de pantalla al clientelismo.