LA SENTENCIA DEL ESTATUT PONE DE LOS NERVIOS A LOS POLÍTICOS CATALANES

Artículo de Luis Miguez Macho en “El Semanal Digital” del 31 de agosto de 2009

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web

Es el asunto que va a marcar un otoño caliente. Pero no solo en Madrid, donde Prisa ha avisado al Gobierno de lo que se le viene encima, sino también en ciertos despachos de Barcelona.

 

Al final, como ha ocurrido con otros minutos de gloria de Carod-Rovira, sus declaraciones de la semana pasada llamando a los catalanes a una manifestación preventiva contra la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña han sido un anticipo de las preocupaciones que van a marcar el futuro próximo de la política española. Porque es muy significativo que, día tras día, el diario El País no deje de ir preparando a la opinión pública, sobre todo a la que es afín al PSOE, para la conmoción que puede suponer la famosa sentencia cuando salga a la luz.

Ya he dicho en estas mismas páginas que no cabe esperar que el Tribunal Constitucional presidido por María Emilia Casas Bahamonde dicte una sentencia de máximos contra el nuevo Estatuto, pero es igual: a los nacionalistas catalanes sólo les sirve la aceptación íntegra del texto aprobado, y eso tampoco va a suceder en ningún caso.


Un Estatuto de Autonomía no es un pacto, sino una norma subordinada a la Constitución



En esta tesitura, la ceremonia de la confusión iniciada por las declaraciones de Carod ha tenido su continuación en exabruptos de creciente intensidad proferidos por diferentes políticos catalanes. Uno niega legitimidad al Tribunal Constitucional para corregir un "pacto político" como sería el nuevo Estatuto, otro anuncia que, si se anula la obligatoriedad del conocimiento del catalán, la Generalidad hará caso omiso, un tercero propone que el Parlamento catalán se lance a desarrollar de manera desenfrenada el Estatuto para crear situaciones en la práctica irreversibles, y así, impunemente, representantes de lo que se supone es la vida oficial de una región autónoma dentro de un Estado democrático de Derecho van desgranando disparate tras disparate que en otros países u otras circunstancias bien se podrían considerar rayanos en el golpismo.

Un Estatuto de Autonomía no es ningún pacto entre el Estado y un territorio, sino una norma sometida, como todo el resto de nuestro ordenamiento jurídico, a la Constitución; el artículo 137.1 de ésta dice claramente que "dentro de los términos de la presente Constitución, los Estatutos serán la norma institucional básica de cada Comunidad Autónoma". Y aunque la iniciativa para la elaboración de esa norma parta ordinariamente de la propia instancia territorial interesada, la aprobación final corresponde a la Cortes Generales. El referéndum posterior ratificará o no el Estatuto aprobado por las Cortes, pero no puede modificar ni una coma del texto salido de aquéllas.

En ese papel de norma institucional básica de la Comunidad autónoma, la Constitución encomienda a los Estatutos funciones tales como establecer la denominación de la Comunidad que mejor corresponda a su identidad histórica, delimitar su territorio, fijar la denominación, organización y sede de las instituciones autónomas propias o determinar las competencias asumidas dentro del marco establecido en la Constitución y las bases para el traspaso de los servicios correspondientes a las mismas.


Hace falta un gran acuerdo entre PP y PSOE para cerrar de una vez el Estado autonómico



Por el contrario, la Constitución no sólo no autoriza, sino que prohíbe expresamente que un Estatuto de Autonomía o cualquier otra norma se use para imponer determinaciones que creen un compartimento estanco dentro del territorio nacional, una sociedad cerrada a la libre comunicación con el resto de la sociedad española y cautiva de una oligarquía. Con ese fin quedó escrito en el artículo 139 de la Norma suprema que todos los españoles tienen los mismos derechos y obligaciones en cualquier parte del territorio del Estado y que ninguna autoridad podrá adoptar medidas que directa o indirectamente obstaculicen la libertad de circulación y establecimiento de las personas y la libre circulación de bienes en todo el territorio español.


El problema del nuevo Estatuto catalán es que políticamente sí se puede decir que es el fruto de un pacto, pero no entre España y Cataluña, sino entre José Luis Rodríguez Zapatero y la oligarquía catalana; un pacto con el que el actual presidente de Gobierno ha tratado, él sabrá por qué, de destruir cualquier posibilidad de cerrar razonablemente el Estado autonómico. Sin embargo, al igual que fracasó su intento de evitar la derrota de ETA por medios policiales y judiciales mediante el llamado "proceso de paz", ahora está a punto de encontrarse con que, si el Estado autonómico tiene algún futuro, habrá que buscarlo en el sentido justamente contrario al marcado por el nuevo Estatuto que prometió y entregó a la oligarquía catalana.

En definitiva, el pacto político que dio lugar al nuevo Estatuto catalán sólo vincula a quienes lo celebraron. No puede vincular ni a un futuro Gobierno del PP, ni tampoco a los dirigentes del PSOE que en su día sucedan a Rodríguez Zapatero. Por eso unos y otros deberían cobrar conciencia de que la mayoría de los españoles desean un gran acuerdo entre los dos principales partidos nacionales para cerrar de una vez el Estado autonómico a través de una reforma constitucional y para que las cuestiones que atañen a la cohesión territorial no queden al arbitrio de minorías egoístas por simples argumentos de aritmética electoral.