EL ILUMINADO DE LA MONCLOA Y OTRAS PLAGAS: ES HORA DE MOVILIZARSE
Artículo de Pío Moa en “Libertad Digital”
del 13-5-06
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que
sigue para incluirlo en este sitio web.
Con un muy breve comentario al final:
GRACIAS POR LA REVISION (L. B.-B., 14-5-06, 21:00)
Sin duda, la inmensa
mayoría de los españoles desea vivir en una nación democrática, estable y
unida, condiciones para asegurar la prosperidad, una influencia adecuada para
proteger nuestros intereses en el mundo de hoy y el desarrollo de nuestra
cultura, que ha conocido épocas gloriosas. Pese a lo razonable de tales
aspiraciones, no se trata de un objetivo fácil, como prueba la historia
reciente: una y otra vez las mejores perspectivas de estabilidad evolutiva han
caído por tierra ante el empuje de fuerzas contrarias.
Por remontamos al pasado inmediato, España consiguió, en 1978,
dotarse de la Constitución más democrática y de mayor consenso de su historia,
que ha garantizado un período largo de desarrollo en libertad. Ello no quiere
decir que la Constitución no tenga defectos, o que los casi treinta años
transcurridos no hayan estado plagados de dificultades, o que la democracia
apenas se haya aplicado en algunas regiones. Pero el balance es eminentemente
positivo.
Sin embargo, asistimos hoy a una involución acelerada y brutal.
En lugar de culminar la democratización extendiéndola a aquellas zonas donde el
terrorismo, directa o indirectamente, ha mutilado las libertades, ocurre al
revés: el siniestro modelo establecido en esas zonas por los separatismos y el
terrorismo se está extendiendo a todo el país. La Constitución está siendo
corroída por medios ilegales, y el amplio consenso antes logrado está
disolviéndose por las intrigas e imposiciones fraudulentas de diversos grupos
políticos. Entramos así en un nuevo período de inestabilidad, por cuanto ningún
arreglo entre esos grupos podrá obtener el grado de lealtad y respeto social
conseguidos por el sistema salido de la Transición. Nos hallamos ante una
crisis muy seria, y de nada sirve cerrar los ojos.
[...]
Intento describir aquí la marcha de la "segunda
Transición", una transición que ya no es de una dictadura a la democracia,
como la anterior, sino de la democracia a la demagogia. Y la demagogia, lo
sabemos desde los griegos, consiste en la degradación despótica de la libertad.
La cabeza visible de este proceso es el actual presidente de la nación. Va de
suyo que al personalizar en él no debe ignorarse el papel decisivo de otras
fuerzas e individuos, en particular los ligados al grupo mediático Prisa, ligados también en su origen al franquismo,
sorprendentemente. Pero hablo del Iluminado por economía y porque, a efectos
prácticos, él asume la responsabilidad de la actual involución.
Nada se pierde más fácilmente de vista en el maremágnum de la
información de actualidad que la perspectiva y el fondo de los sucesos. De ahí
la conveniencia de enmarcar el presente en un contexto histórico más amplio.
Si observamos la historia contemporánea de España percibimos con
facilidad tres grandes ciclos. El primero comienza con la Guerra de
Independencia y termina desastrosamente en 1873, con la caótica I República; el
segundo empezó poco después, con la Restauración, y concluyó en el fracaso de
la II República, en 1936; y el tercero dura desde la Guerra Civil hasta
nuestros días, cuando asistimos a una muy grave crisis (...) Crisis superable o
no, depende de cómo la afrontemos los españoles.
Llama la atención la duración de estos períodos, en torno a los
sesenta-setenta años cada uno, y la presencia de la guerra civil en los tres
casos. Este repetido y sangriento fracaso ha dado pie a mil jeremiadas sobre
nuestra incapacidad para convivir, nuestro carácter cainita, y tópicos de ese
jaez, condensados por Gil de Biedma en sus conocidos versos: De todas las
historias de la Historia, sin duda la más triste es la de España, por que
termina mal. Tales frases no tienen un nivel superior al de la gansada, pero
cierta charlatanería intelectual muy extendida las repite como oráculos.
De hecho, España no ha sufrido más convulsiones que la mayoría de
los países europeos en estos dos últimos siglos. Francia, tanto tiempo tomada
aquí por modelo, ha padecido conflictos externos incomparablemente más
cruentos, y terminados en derrota la mayoría; y también movimientos
revolucionarios equivalentes a guerras civiles, más cortas que las españolas
pero muy intensas. Y para qué hablar de Italia, Alemania o los países del Este
europeo, no digamos ya los de otros continentes...
Cada uno de esos tres ciclos ha tenido peculiaridades notables.
El primero decidió el triunfo bélico del liberalismo sobre el carlismo,
abriendo a continuación una etapa de querellas entre liberales moderados y
exaltados, de semiestancamiento económico y fuerte
retraso respecto de la Europa industrial; el segundo ciclo, mucho más estable y
progresivo, asentó un régimen evolutivo de libertades y un progreso sostenido,
pero al final naufragó en las convulsiones republicanas y una nueva guerra
civil, la de 1936; y el tercero invierte la dinámica del ciclo anterior, pues
nació con una larga dictadura que, en paradoja aparente, abrió paso, sin
ruptura, a la democracia actual.
Junto a estas diferencias cabe apreciar un fondo común: los tres
ciclos pueden describirse como intentos del liberalismo moderado por organizar
una convivencia estable y en libertad, intentos exitosos durante períodos más o
menos largos, hasta fracasar una y otra vez a manos de los extremismos. La I y
la II República constituyeron el triunfo de los demagogos, triunfo catastrófico
para la nación, como no podía ser menos. Obviamente, una república no conduce
por fuerza al desastre, como prueba la experiencia de otros países, pero debe
reconocerse que en España sus dos ocasiones han resultado muy mal.
Ante este hecho surge la cuestión: ¿por qué la izquierda en
España –con las excepciones de rigor– ha tendido tan fuertemente a la demagogia
y la violencia? Yo aventuraría dos causas. En primer lugar, porque su ideario
ha solido entroncar con el jacobinismo francés, especie de liberalismo exaltado
y cuna de los totalitarismos modernos, el cual pretendía hacer tabla rasa del
pasado y de la cultura occidental, de tan hondas raíces cristianas; tendencia
muy distinta de otro tipo de liberalismo, el anglosajón, evolutivo y respetuoso
con las tradiciones civiles y religiosas. En segundo lugar, por su vacío
intelectual. El izquierdismo español no ha producido teorías o estudios
sociales de alguna enjundia. Nunca o casi nunca pasó de vulgarizar al nivel del
dogma y la consigna las doctrinas elaboradas fuera. Así ocurrió con los
liberales exaltados, los republicanos, los marxistas o los anarquistas.
Esa debilidad intelectual favorecía el fanatismo y la algarada,
la maniobra inescrupulosa y la corrupción, manifiestos una y otra vez en el
republicanismo histórico (sobre todo el primer Lerroux),
en el socialismo y, con mayor furia, en el comunismo.
Vale la pena reflexionar sobre esta historia, y en particular
sobre las dos dictaduras del siglo XX, la de Primo de Rivera, de 1923 a 1930, y
la de Franco, de 1936 a 1975. Las dos fueron reacciones a los desmanes de las
izquierdas y los separatismos. He examinado la cuestión con detenimiento en Una historia chocante, y no me
extenderé ahora. Baste señalar que en el 1923, cuando Primo de Rivera dio su
golpe de Estado, el país se hallaba al borde de un derrumbe revolucionario, con
un pistolerismo anarquista desestabilizador, los separatistas vascos, catalanes
y gallegos dispuestos a la acción armada, unidos en una Triple Alianza, y una
generalizada descomposición política. Y en 1936, cuando Franco se rebeló, la
descomposición había llegado a tal grado que las propias fuerzas de seguridad
del Estado obraban como grupos terroristas, muy capaces de asesinar a los jefes
de la oposición. España no habría tenido estas dictaduras sin la previa ruina
social y política creada por las izquierdas y los separatismos.
Pese a su anormalidad institucional, los dos dictadores
resolvieron muchos problemas acuciantes, planteándose después de ellos la
vuelta a un sistema constitucional. A ese fin había dos salidas: la ruptura con
el pasado inmediato, o bien una reforma capaz de conservar los logros de las
dictaduras y de construir sobre ellos. El exiliado líder catalanista Tarradellas anunciaba ya durante el franquismo: "Si
algún día gobernase, no destruiría nada de lo hecho por Franco que fuera
positivo para el país y la estabilidad general". Pero en 1930, después de
Primo de Rivera, se impuso la ruptura, alumbradora de la epiléptica II
República. En 1976, en cambio, triunfó la opción reformista, y el fruto han
sido treinta años de aceptable convivencia democrática, si exceptuamos las Vascongadas y, en menor medida, Cataluña. El PSOE se
democratizó a su vez, abandonando el marxismo, y pareció posible consolidar
definitivamente la convivencia en libertad, por primera vez tras el fracaso de
los ciclos anteriores.
¡Y últimamente han tornado los viejos fantasmas! El izquierdista
español (con excepciones, insisto) se autotitula
progresista, representante de los pobres, de los oprimidos, del pueblo, del
proletariado, etcétera; y, con un toque mesiánico, ansía cambiar de raíz la
sociedad y la historia en función de ideas que él mismo no ha asimilado bien,
reduciéndolas con frecuencia a simplezas. Aún podría excusarse su aspiración
rompedora si la acompañara la genialidad o un talento destacado, pero hasta
ahora nunca ha ocurrido, quizá porque un verdadero talento encaja mal con tal
aspiración.
La larga lista de los líderes izquierdistas es también la de
mediocridades intelectuales y políticas, trátese de Pi y Margall,
de Lerroux, de Federica Montseny,
de Pablo Iglesias, de Prieto, de Largo Caballero, de la Pasionaria o de
cualquiera que se venga a la cabeza. No digamos ya personajes irrisorios como
Zapatero, Carod, Maragall... Una relativa excepción, Azaña, hubo de denunciar
con amargura la escasa inteligencia y la "corrupción de los
caracteres" de sus correligionarios y aliados, gente sólo capaz, a su
juicio, de "una política tabernaria, incompetente, de amigachos, de
codicia y botín, sin ninguna idea alta". No extrañará que un hombre de
izquierdas moderado, inteligente y demócrata como Besteiro
se viera pronto desplazado.
El PSOE, hoy está plenamente documentado, organizó a partir de
1933 la guerra civil –en sus propias palabras–, creyendo llegada la ocasión
histórica de cumplir sus objetivos marxistas. Y, junto con los nacionalistas
catalanes de ERC, los comunistas y otros, llevó la República a la quiebra.
Estos hechos podrían quedar como suceso antiguo y superado, máxime cuando el
PSOE se democratizó durante la Transición, al abandonar el marxismo; pero la
democratización fue parcial, y hoy asistimos a una alarmante vuelta atrás.
Antes de la Guerra Civil, el ataque mayor a la convivencia partió
de los revolucionarios, coligados en buena medida con los separatistas. Hoy la
iniciativa corresponde a los separatistas, problema de segundo orden si los dos
grandes partidos nacionales permanecieran firmes en la defensa de las
libertades y la unidad de España. Por desgracia no ha sido así, y el Partido
Socialista sirve hoy de caballo de Troya a los movimientos disgregadores y
liberticidas.
Puede datarse el origen próximo de la crisis en dos fechas: la
Declaración de Barcelona, de julio de 1998, y las elecciones vascas de junio de
2001. La primera, firmada por los separatistas gallegos, vascos y catalanes,
invocaba como precedente la mencionada Triple Alianza de 1923, que amenazaba
recurrir a las armas. Y anunciaba "un trabajo conjunto sobre lengua y
cultura, fiscalidad y financiación, símbolos e instituciones, presencia en la
Unión Europea y otras cuestiones que acordemos" previendo una propaganda
internacional y "una relación estable y permanente entre las tres fuerzas
políticas y una estructura abierta que permita llevar a cabo las actuaciones
conjuntas que requieran los objetivos declarados". Objetivos resumidos en
una "segunda Transición" que liquidase la Constitución de 1978 y
disgregase a España en regiones ("naciones") separadas, aunque, con
vistas a evitar su exclusión de la Unión Europea, mantuvieran una apariencia de
unidad en un "Estado español" virtual.
El peligro no parecía entonces relevante, pues los dos grandes
partidos nacionales, PSOE y PP, mantenían los principios democráticos del Pacto
Antiterrorista. Pero fuerzas muy activas al lado y detrás del PSOE trabajaban
contra la unidad de los demócratas y a favor del aislamiento del PP mediante
una alianza con los separatistas. Presionaba en esa dirección, sobre todo, el
poderoso grupo mediático Prisa, del cual se ha dicho que no es el órgano de
expresión de un partido, sino una empresa de comunicación que posee un partido.
Dicho grupo vio su oportunidad en las elecciones vascas de 2001,
cuando los demócratas obtuvieron sus mejores resultados en muchos años,
perdiendo por poco frente a los separatistas y terroristas. Esta derrota menor
fue explotada por el grupo Prisa y sectores del PSOE para desmantelar la
alianza a favor de la Constitución y la democracia y promover la alianza
contraria, del PSOE con los separatistas e, indirectamente, los terroristas.
Esa alianza de hecho concreta el proceso involutivo que hoy vive España.
¿Terminará aquí, en un nuevo desastre, el tercer ciclo mencionado
antes, o, por el contrario, se impondrá la cordura que permitió hacer la
Transición? ¿Cundirán por toda España las situaciones generadas por los
separatismos en las Vascongadas y en Cataluña, o, al
revés, la democracia se extenderá con firmeza también a esas regiones? ¿Se
cumplirá la ley o se hundirá el Estado de Derecho en negociaciones con el
terrorismo, legalizando el asesinato como forma de hacer política y obtener
fuertes concesiones?
En las ocasiones difíciles todo depende de si la sociedad logra
entender la magnitud del desafío y afrontarlo con suficiente energía. La crisis
no puede superarse renunciando a la democracia ni mediante intervención
militar. La solución sólo vendrá de la toma de conciencia y la movilización de
los españoles resueltos a defender la libertad.
Pues nadie en sus cabales puede desear una involución democrática
que abocaría a crear ciudadanos de primera y de segunda, e imponer despotismos
caciquiles por todo el país; a una disgregación que convertiría España en un
conjunto de pequeños Estados impotentes, en discordia y sujetos a las intrigas
e intereses de otras potencias, facilitando de paso la agresión islámica. Pero
no basta denunciar los males evidentes y sus raíces, y mucho menos contentarse
con una defensiva roma. Es urgente tomar la iniciativa, oponer a esos procesos
el ideal de una España de libertades, firmemente unida, solidaria y sin
privilegios regionales.
Por esto, y no sólo contra aquello, debe movilizarse la
ciudadanía. A lo cual aspira a contribuir este libro.
NOTA: Este artículo es un fragmento editado del prólogo de El Iluminado de la Moncloa y otras plagas (Libros Libres, 2006; 314 páginas).
Muy breve comentario final:
GRACIAS POR LA REVISION (L. B.-B., 14-5-06, 21:00)
A Pío Moa habría que agradecerle lo que
estoy haciendo ahora: que vaya contracorriente, que revise la visión
establecida de nuestra Historia en el pensamiento plano de nuestros progres de
salón y manual.
Yo me leí en mis tiempos juveniles todo lo que había sobre la
Historia contemporánea de España: en las editoriales permitidas y en las
prohibidas, y saqué la conclusión de que en tiempos de revolución y
contrarrevolución el régimen republicano había intentado modernizar el país,
pero con muchos errores, que se añadieron a las dificultades derivadas de
convivir con una derecha oligárquica muy potente y feroz, un anarquismo
utópico, iluso y violento, que no acertaba ni una, un comunismo estaliniano
terrible, y un fascismo peligroso. Es decir, un combinado letal. Y siempre me
intrigó la incompetencia de los republicanos y la incoherencia de los
socialistas. De manera que, cuando llegaba en mis lecturas al 34 siempre me
decía que constituía el principio de la agonía de la República.
Pero las ideas de Moa me están ayudando a
entender que no sólo los republicanos eran unos ilusos peligrosos y
provocadores, sino que el PSOE era un partido incoherente que no había sabido
mantener con firmeza las riendas de la República. Y estoy descubriendo que
actualmente sucede lo mismo: el PSOE es un partido a la deriva, sin
consistencia interna como para resistir el aventurerismo de su Gobierno y su
colusión con los enemigos de España. El PSOE actual es un peligro nacional que
quedará desacreditado por muchos años, ahora o dentro de unos pocos, como ya
comienza a suceder con el PSC.
Y la culpa ahora no es de la derecha feroz, ni del anarquismo
iluso, ni del potente comunismo estalinista, ni del fascismo peligroso. La
culpa de todo este desastre es de un partido que comienza a cometer de nuevo
los permanentes errores de nuestra Historia.
Para superar nuestro fracaso como país, la solución está en el
consenso democrático y liberal entre la derecha y la izquierda. La izquierda
parecía renovada y la derecha ya es otra nueva. Y el consenso ya existía, hasta
que comenzó la demagogia en el PSOE, así que volvemos a empezar otra vez.
Coincido con el análisis que hace MOA en este artículo. Me queda la esperanza
de que los Ciudadanos de toda España sepan ver la realidad y reaccionen. A ver
si con un poco de suerte lo conseguimos.