IMPRUDENTE ZAPATERO
Artículo de Ángel CRISTÓBAL MONTES
en “La Razón” del 14/12/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Desde siempre se ha estimado la prudencia, junto con el valor, como partes
inseparables de la política, e, incluso, se ha considerado a aquélla como lo
mejor de éste. Cuando Platón busca caracterizar al político encuentra en el
equilibrio de opiniones y actos el punto de referencia básica, y cuando inquiere
sobre las virtudes políticas del estado-ciudad y de sus ciudadanos considera que
son la valentía, la justicia, la prudencia y la piedad. De ese mundo clásico de
la polis y de la «politeia» arranca la perenne corriente de hacer girar el
comportamiento político del estadista en torno a la prudencia, hasta el punto de
que cuando el canciller alemán Bismarck define la política como «el arte de lo
posible» lo hace como equivalente a «el arte de la prudencia». Nuestro
presidente Zapatero, quizá por sus pocos años, inmadurez e irreflexión, no
parece prestar por el momento mayor atención a tan fundamental aspecto de la
acción política, hasta el punto de que si buscáramos una nota para caracterizar
su comportamiento político, difícilmente sería posible encontrar otra más
definitoria que la de la imprudencia. Como si no pensara lo necesario, como si
fuera incapaz de prever las consecuencias de sus actos y opiniones, como si le
resultara indiferente el quebranto continuo del statu quo, como si se solazara
rompiendo los difíciles y trabajosos equilibrios de la política, y como si nadie
le asesorara, comete una grave imprudencia tras otra.
En política exterior está actuando como un loco vendaval. Ataca sin sentido y
sin mesura a Estados Unidos, realiza gestos innecesarios hacia sus más
virulentos adversarios (el eje La Habana-Madrid-Caracas es de una estupidez
suprema), busca soliviantar a aliados tradicionales de América y se sumerge con
fruición en ese submundo del antiamericanismo necio y primario que la caída del
comunismo retiró al desván de la historia. Ofender por ofender, molestar por
molestar, importunar por importunar, apartarse por apartarse de USA constituyen
uno de esos ejercicios políticos que estamos acostumbrados a contemplar en
curiosos y extravagantes personajes tercermundistas, pero que muy difícilmente
se producen entre dirigentes occidentales, ni siquiera en los histriónicos
tiempos del general De Gaulle o en los actuales de su epígono Chirac.
En política estructural interna, ni aún queriéndolo, podría haber puesto en
movimiento más tensiones, desatinos e inconveniencias. Desde reformas
constitucionales no estudiadas ni contrastadas, pasando por el bamboleo del
modelo territorial español, hasta llegar a la «barra libre» de las
modificaciones en los estatutos de autonomía, estamos asistiendo a un penoso
espectáculo en el que no se sabe qué lamentar más: si el enfrentamiento feroz
entre los caudillos territoriales socialistas, la arrogancia de partidos
nacionalistas tribales que tienen en este momento el mango de la sartén política
en sus manos, o la prescindencia casi absoluta de cualquier amago de
conciliación, consenso y compromiso con la principal fuerza de la oposición,
echando por tierra algo que lentamente se había ido incorporando a nuestra
naciente tradición democrática a través de los pactos autonómicos de 1981 y
1992.
¿Y en política social? Aquí sí que se ha instalado la «juerga» permanente y
total, poniendo en marcha un movimiento pendular de implicaciones y
consecuencias sociales imprevisibles. Pasar, sin solución de continuidad, de un
país que paso a paso y con prudencia, incluso durante la larga gobernación de
Felipe González, iba cubriendo determinados déficits socio-culturales, a otro
que artificial y temerariamente intenta colocarse a la cabeza de la exageración,
la extravagancia y el rupturismo, con políticas como las del repudio
matrimonial, las bodas y la adopción por homosexuales, nos van a llevar a
tensiones innecesarias y extremas. Imprudente Zapatero, en suma, que parece
haber acogido el nihilista lema de Nietzsche «si ves que algo trastabilla,
empújalo», y que, amén de «presidente accidental», como alguien le ha llamado,
puede llegar a ser «presidente incidental», en el doble y preocupante sentido de
este término.
Ángel Cristóbal Montes es catedrático de Derecho Civil de la Universidad de
Zaragoza