LA EQUIVALENCIA DE LOS TERRORISMOS


 Artículo de Andrés Montero Gómez, presidente de la Asociación Española de Psicología de la Violencia,
en “La Razón” del 05/11/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 


Estamos en un marcado período de transición frente al terrorismo internacional. Ha aparecido una nueva forma de asesinato sistemático, el terrorismo islamista. Emergió un 11 de septiembre en Nueva York y nos golpeó un 11 de marzo en Madrid. Aunque llevaba más de una década gestándose. Desde la invasión soviética de Afganistán. Incluso, tal vez, desde la islamización de la resistencia palestina ante la ocupación israelita. Quizás desde la infiltración islamista de las poblaciones musulmanas en los regímenes árabes postcoloniales.
   Esa actual transición de palos de ciego en nuestra contestación al terrorismo está convulsionada por varios debates de extremos antitéticos. El más profundo, caracterizado por la discusión sobre si los terrorismos son iguales o distintos, si requieren el mismo o diferente afrontamiento y, en definitiva, si conviene articular nuestra seguridad centrándonos en las causas o en los efectos del terrorismo. En España la discusión es patente por la confluencia de dos terrorismos que estamos llamados a sufrir y a enfrentar desde el 11-M.
   En el debate sobre las igualdades de los terrorismos, el interés y posicionamiento de cada litigante no son vírgenes. El desmantelamiento del terrorismo está entreverado de sesgos ideológicos, utilidades cortoplacistas, prejuicios naturales y, las menos de veces, buenas pero ofuscadas intenciones. Es habitual conceder atención a las causas del terrorismo por parte de postulados de izquierda, mientras declamaciones sobre la igualdad de todos los terrorismos abundan en las derechas políticas. En realidad, ambos son sospechosos de empecinamiento. La política, ya se sabe, se aferra demasiado al simplismo de mensajes que puedan fácilmente travestirse hacia un eslogan. El inconveniente de ese rictus es que depende mayormente de la clase política la implementación de medidas contraterroristas. Tenemos un problemilla por ahí.
   Los terrorismos son ontológicamente idénticos en amenazar y asesinar, en violar nuestra seguridad y bienestar. Indiferenciados deben serlo en nuestra resistencia a ofrecer concesiones o contrapartidas a la violencia. Equivalentes en nuestro rechazo frontal y sin concesiones a sus discursos, sus doctrinas o argumentos. Definitivamente iguales en la valoración moral que nos merecen sus actos con independencia de las premisas de cada terrorista, fanáticas, antisociales, antihumanas, totalitarias y criminales. Nunca un terrorismo debería hacernos dudar sobre su naturaleza.
   Ahora bien, son distintos los terrorismos en el disfraz que escogen para asesinarnos y, puntualmente, en las argumentaciones que tejen para vestir su totalitarismo. Lo que suele suceder es que en nuestra pereza mental o en un embutido de intereses, confundimos los pretextos artificiosos del terrorismo con sus causas. Si la pobreza o la desigualdad fueran causas del terrorismo, África sería la tierra del terrorismo por excelencia y los africanos los mayores terroristas. Si los regímenes autoritarios fueran la causa, España hace décadas que habría visto el fin de ETA. Incluso si la ocupación de un territorio fuera determinante irremediable del terrorismo, las Islas Caimán serían un infierno terrorista en vez de un renombrado paraíso fiscal de administración colonial británica. Si el independentismo tuviera naturaleza inherentemente terrorista, Québec y Cataluña serían polvorines. Después de las últimas detenciones de islamistas en España, que pretendían bombardear la Audiencia Nacional, a ver quién se atreve a vincular el terrorismo yihadista con la implicación española en Iraq, o con nuestra posterior retirada.
   De acuerdo. Es innegable que existen combinaciones de factores más proclives a componer esquemas facilitadores de la violencia. La probabilidad de violencia en Palestina es objetivamente mayor que en Huesca. También aumenta si combinamos varias de las pretendidas causales que señalábamos, es decir, si en las Caimán concurrieran un régimen dictatorial sanguinario, una clara opresión sobre población autóctona y un hambre, además de la colonización británica. Aunque no hay terrorismo en el pueblo saharaui, que sí está oprimido, empobrecido y su tierra ocupada. Quien quiera creer que en un mundo sin desigualdad no existirá violencia es no ha comprendido el terrorismo y cuáles las motivaciones del terrorista. El terrorismo es un instrumento para la búsqueda de poder, para la imposición totalitaria de un punto de vista, de una perspectiva. Esa perspectiva se construye por el terrorista con los elementos que tenga a mano para justificar su violencia. La violencia es lo primero y la justificación una construcción posterior.
   De esta manera, despojándonos de poses oportunistas, no es inexacto concluir que ETA y Al-Qaida son equivalentes. Ambas son agrupaciones de criminales dedicadas a vulnerar todas las normas que nos hemos dado para la convivencia a fin de imponer por la violencia dos interpretaciones, una de Euskadi y otra del mundo. Habrían podido optar, ambos colectivos por otros medios no violentos para perseguir sus objetivos, pero eligieron asesinar. Aquello que les diferencia, en cambio, únicamente debería interesarnos desde una vertiente técnica. En una democracia sana y sin complejos, las diferencias de los terrorismos deben ser computables a efectos de las acciones encaminadas a prevenirlos y a desmantelarlos. En qué contexto sociopolítico se gestaron y mantienen, la personalidad de sus grupos, el contenido de sus doctrinas, el repertorio de sus tácticas, su estrategia, sus modos de reclutamiento y financiación, la cada vez más importante vertiente mediática y, en definitiva, qué es lo que dicen mientras asesinan para intentar convencernos de que sus violaciones y violencias están justificadas. Todos son elementos en la espeleología causal de los terrorismos que han de incumbirnos, nada más y nada menos, para neutralizarlos y desactivarlos.