EL MUNDO PIDE EL VOTO PARA EL PP Y PARA EL PARTIDO DE ROSA DIEZ

Editorial de “El Mundo” del 06.03.08

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

Aunque la ebullición política de la sociedad española alimentada por la teatralidad de los debates televisivos -auténtica novedad para los más jóvenes- recuerda el clima de mediados de los 90 y ha llevado a pronosticar que el domingo habrá una participación tan alta como la de marzo de 1996 -más del 77%-, la encrucijada de nuestra democracia es muy distinta, para bien y para mal, a la de entonces.

Lo es para bien porque el amplio movimiento de rechazo al Gobierno socialista no es consecuencia de terribles actos delictivos en el ámbito de la corrupción y el crimen de Estado como los que irán siempre vinculados a la imagen y memoria de Felipe González por muchos que sean los intentos de blanquearla en el baño de amnesia partidista de ésta o futuras campañas.

Pero también lo es para mal porque los graves errores cometidos durante la pasada legislatura desde el poder, en la medida en la que afectan a las reglas del juego y los consensos básicos de nuestra democracia, van a tener efectos estructurales duraderos y, a diferencia de lo ocurrido hace 12 años, no bastará para remediarlos ni la sustitución de un Gobierno por otro ni la acción depuradora de los tribunales.

Zapatero no ha actuado durante estos cuatro años como un gobernante despótico y peligroso, dispuesto a vulnerar cualquier norma con tal de perpetuarse en el poder, tal y como ocurrió con González. Hay que reconocer por el contrario que, salvo excepciones, ha respetado las formas de la democracia, ha mantenido una interlocución correcta con todos los estamentos y sectores de la sociedad española, se ha sometido al escrutinio de los medios de comunicación y del Parlamento y ha perseguido con insistencia una política basada en lo que él llama «ampliación de derechos», haciendo un desigual totum revolutum, que ayer coronó con su desafiante abrazo a un doctor Montes repudiado por la profesión médica.

Una agenda equivocada

Esos buenos modales han estado, sin embargo, al servicio de una agenda completamente equivocada, caracterizada por la reinvención de los conflictos del pasado, la primacía de lo marginal frente al interés común, la legitimación de los colectivos y prácticas más extremistas contra la moderación de las clases medias, la pasividad ante el deterioro de la economía y los graves estropicios causados a la identidad nacional, los valores constitucionales y la cohesión territorial de España. Sólo la magnitud y sustancia de estos yerros explica que un dirigente simpático y cordial que sólo cae muy mal a muy pocos esté siendo percibido como un riesgo por tantos y tantos ciudadanos como para que su primera reelección parezca estar en el aire el domingo.

Aunque en algunas áreas convenga relativizar ese riesgo -sólo una pequeña minoría de españoles están dispuestos a volver a las andadas cainitas por mucho revisionismo sectario que exista en el Gobierno-, hay otras en las que todo cuanto se advierta ahora puede resultar poco. El deterioro de la situación económica está siendo mucho más rápido de lo que las maquilladas estadísticas reconocen y sinceramente no vemos ni que Zapatero tenga los conocimientos y las ideas claras como para hacerle frente ni que Solbes disponga del vigor y los apoyos políticos que necesitaría para suplir esas limitaciones de su jefe. El fantasma del paro vuelve a pesar sobre la sociedad española, agravado esta vez por la insensata política de regularizaciones masivas de inmigrantes y su subsiguiente efecto llamada. Ni en la larga entrevista con el director de EL MUNDO ni durante los debates con Rajoy dio Zapatero la sensación de ser consciente de que está sentado sobre una auténtica bomba de relojería que él mismo ha puesto en marcha.

Asignatura pendiente

Peor aún es el panorama a medio plazo engendrado por la frivolidad de Zapatero al elucubrar sobre el concepto de Nación como algo «discutido y discutible» y por el aventurerismo con que sacó adelante el Estatuto de Cataluña sin consenso político en Madrid ni apoyo social suficiente en Barcelona. Un PSC banal y oportunista donde los haya es ya parte del entramado de fuerzas nacionalistas que colaboran en la dinámica separadora de los hechos consumados, aunque difieran en cuál debe ser su caracterización jurídica. Y en el trasfondo está la que para Zapatero sigue siendo asignatura pendiente de la negociación política con ETA. Por algo será que cuanto más dice que no lo volverá a hacer, menos españoles creen en ese compromiso.

Puesto que el PP ha acreditado su capacidad de afrontar con eficaces políticas liberalizadoras una crisis económica a la que puede parecerse mucho la que se avecina, puesto que la reducción de impuestos que ahora propone ya ha funcionado una vez, puesto que la mayoría de los españoles se muestran partidarios del Contrato de Integración con el que Rajoy quiere simbolizar el control de la inmigración, puesto que nada menos que un 88% de ciudadanos se declararon favorables a esa ley que permita estudiar en castellano en toda España a la que Zapatero dio la espalda en el segundo debate, no debería ser difícil argumentar que lo que más le conviene a nuestro país es el regreso al poder de quienes lo perdieron en tan singulares y dramáticas circunstancias hace cuatro años. Sólo con un Gobierno del PP podría, por cierto, relanzarse seriamente la investigación de la masacre del 11-M que el Parlamento cerró en falso y los tribunales mantienen entreabierta a la vista de las enormes lagunas que ha dejado la sentencia, pues los funcionarios que saben cosas que no han contado no hablarán mientras no se sientan a salvo de represalias políticas.

Es cierto, sin embargo, que pese a estos elementos que claramente incitan a votar al PP, una parte de nuestros lectores puede sentirse incómoda por la interrupción durante la segunda legislatura de Aznar del «viaje al centro» y por la ambigüedad y tardanza con que ahora parece haberlo reanudado Rajoy. A veces por posiciones de fondo, otras por una simple cuestión de formas, el caso es que la percepción del PP como un partido excesivamente situado a la derecha ha lastrado sus posibilidades de aparecer como alternativa ante muchos españoles y sobre todo le ha alejado de gran parte de los jóvenes.

En otras circunstancias casi podríamos decir que al PP le convendría consumar su travesía del desierto y afrontar su renovación durante otros cuatro años de oposición. Pero pensamos, con toda franqueza, que en el presente panorama a quien no le conviene eso de ninguna manera es a España. Pese a la buena campaña de Rajoy, el actual PP podrá no resultar tan atractivo e ilusionante como muchos votantes centristas desearían, pero al menos es un puerto de refugio fiable y seguro desde el que afrontar las tempestades que se avecinan. En los tiempos que corren las garantías de que alguien no jugará con las cosas esenciales no es un valor desdeñable.

El voto útil y el utópico

Por desgracia -y ésta es otra de las enormes desventajas respecto a 1996- no contamos hoy en el otro lado del espectro ideológico con una fuerza de implantación acreditada, dispuesta a defender los valores constitucionales con el temple y seriedad con que lo hizo la Izquierda Unida de Julio Anguita. Frente al patético seguidismo de Llamazares y ante el abandono por parte de Zapatero de las posiciones tradicionales del PSOE, sólo la emergente Unidad Progreso y Democracia (UPyD) de Rosa Díez -que antes o después debería fusionarse con Ciutadans- puede ofrecer una opción atractiva a aquellos votantes de izquierdas comprometidos con la unidad nacional que jamás apoyarán al PP.

Aunque el futuro de ese nuevo partido sea una incógnita, no hay ninguna duda de cuál sería el papel que con su valentía y claridad de siempre desempeñaría en el Parlamento Rosa Díez. Pedimos pues el voto útil, el voto del sentido común, la afinidad programática y el pragmatismo para el PP y el más utópico, idealista y contracorriente para ella. Buenos días y buena suerte... sólo para el que se la merezca.