UN GLOBO SONDA GUBERNAMENTAL QUE EL TIEMPO ACABARÁ POR PINCHAR

 

 Editorial de "El Mundo" del 27/12/04

 

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 La reforma constitucional va a ser, sin duda, uno de los grandes debates políticos del año que comienza dentro de pocos días. EL MUNDO revela hoy que el Gobierno está estudiando incluir en el preámbulo de la Carta Magna una diferenciación de las comunidades autónomas, que serían catalogadas como «nación», «comunidad nacional», «nacionalidad», «región» o la denominación por la que optara cada una de ellas.

La idea que baraja el Gobierno supone una alternativa intermedia a la que barajan Maragall y los nacionalistas, que propugnan una reforma del artículo 2 de la Constitución, que reserva el término «Nación» a España. Esta modificación exigiría disolución de las Cámaras y celebración de un referéndum.

Para no tocar este artículo, el Ejecutivo se inclina por la opción de modificar el preámbulo, lo que supondría el reconocimiento expreso de que algunas comunidades son una nación, pero manteniendo ese núcleo duro que establece que España es «indisoluble».

En esa línea, se manifiesta hoy el socialista Javier Rojo, presidente del Senado, que declara a nuestro periódico que el término «comunidad nacional» no rompe la Constitución, por lo que no debemos «alarmarnos».Rojo, feroz adversario del nacionalismo y defensor de la Carta Magna, parece haber dulcificado sus convicciones en función de su nuevo cargo.

Lo que expresa Rojo coincide con la tesis de un reciente artículo de Rodríguez Zapatero, que afirma que en España «somos distintos en identidades pero iguales en derechos».

La afirmación del presidente del Gobierno no se ajusta a la realidad. En primer lugar, porque el punto de partida no es ése: no todas las comunidades son iguales en derechos. Ahí está el concierto económico del País Vasco y de Navarra para demostrarlo.

En segundo lugar, el planteamiento de Zapatero no es aceptable para los nacionalistas ni para Maragall, que pretenden que el reconocimiento de la singularidad nacional no se quede en mero nominalismo. Quieren que esa singularidad se traduzca en competencias concretas sobre la Justicia, la Seguridad Social, el derecho de ciudadanía y otras muchas cosas más.

En tercer y último lugar, aunque la reforma constitucional lograra que no se aumentaran las desigualdades, el reconocimiento de que Cataluña o el País Vasco son «una nación» daría lugar a una dinámica por la que estas comunidades intentarían dar contenido a su personalidad normativa.

Rodríguez Zapatero se está metiendo en un buen lío por meras razones de aritmética parlamentaria. Puede que sus declaraciones y las propuestas que estudia el Gobierno sean simples globos sonda, pero ello contribuye a abrir un peligroso debate y a sembrar la inquietud en quienes desean preservar esta Constitución que ha traído a nuestro país una etapa de paz y prosperidad sin precedentes.