ESPAÑA O EL ORGULLO DE LA MODERNIDAD

 

  Editorial de   “El Mundo” del 12.10.07

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

 

Este 12 de Octubre es, sin ninguna duda, el Día de la Hispanidad más convulso de cuantos se han celebrado desde el inicio de la Democracia, porque nunca con la intensidad de ahora se había cuestionado de forma tan directa y con tanta virulencia la unidad de España y sus principales símbolos. Llegamos a la Fiesta Nacional en 2007 con una propuesta formal de referéndum sobre la mesa para independizar el País Vasco de España; con amenazas de algún dirigente deportivo de crear la «República Catalana» en 2020 si para entonces no se han satisfecho determinadas reivindicaciones nacionalistas; con ataques a la lengua común y oficial como si fuera un idioma no ya extranjero, sino enemigo; entre el absoluto desprecio a la bandera nacional incluso a cuenta de incumplir la ley; y con la quema reiterada de retratos de la Familia Real, con la clara intención de erosionar la Corona, uno de los principales símbolos de unidad del país. Y esto, al final de la legislatura en la que, según el presidente, había de atemperarse la tensión de los nacionalismos, exacerbados si acaso por la insensibilidad hacia el hecho autonómico mostrada por los gobiernos del PP que le precedieron.

El símbolo de ese tiempo nuevo de convivencia leal y fraterna que planteaba Zapatero iba a ser el Estatuto catalán. Año y medio después de su exigua aprobación e inmediato aparcamiento en el Tribunal Constitucional huelga explicar lo equivocado que estaba el presidente. Lo cierto y sorprendente al mismo tiempo es que, quienes comparan a un catalán que se expresa en castellano en Cataluña con un turco en Alemania y quienes hacen purgas en los medios de comunicación públicos para que no se oiga hablar en español, son los mismos que están hoy en las instituciones de la mano del partido que gobierna España.

Como ya apuntó Ortega, «merced a la intervención de hiperdemagogos se ha llegado a hacer del nacionalismo un hipernacionalismo». En ese ambiente viciado, todo son cortinas superpuestas que tapan algo tan obvio como que es la España actual la que encarna y representa la modernidad. No es ni lo casposo, ni lo retrógrado, ni lo retardatario, ni lo ombliguista, ni lo cavernícola. Al contrario de lo que le achacan sus detractores, España significa la igualdad de derechos de los ciudadanos frente al concepto medieval de los privilegios de cada reino. Supone el régimen constitucional, que es la garantía de libertades. Es el aval de estabilidad que ha permitido el mayor desarrollo de la historia de este rincón de Europa, hasta situar al país como octava potencia económica del mundo. Representa la ruptura de los mitos y las ensoñaciones expansionistas frente a quienes precisamente reescriben su pasado y ambicionan territorios que nunca tuvieron. Encarna la mano tendida, la solidaridad y la aceptación de la diferencia, frente a la amenaza, la insolidaridad, la imposición y la exclusión.

Ante la jornada de hoy muchos se han retratado ya. Como CiU, un partido que se dice moderado y que alienta una rebelión patética como es el llamamiento a trabajar para burlar el día festivo. O el PSOE, que insiste en demonizar al PP en lugar de revisar sus compañías y le culpa por adelantado de los incidentes que pudieran producirse.

En este 12 de Octubre, cuando asistimos a un desafío separatista y disgregador sin precedentes en nuestra etapa democrática, se hace más necesario que nunca reivindicar el patriotismo constitucional, el que alienta sin duda en la mayoría de los ciudadanos, tan alejado del olor a naftalina de los pocos nostálgicos que quedan como de los acomplejados de una izquierda que se avergüenzan de los símbolos de su país, al punto que no se atreven a enarbolar su bandera. En la Fiesta Nacional debemos insistir en la voluntad de vivir como partes de un todo y no como todos aparte: justo el modelo que consagró nuestra Constitución.