LA PATRIA, EN LAS BOTAS

Artículo de Alejandro Muñoz-Alonso en “El Imparcial” del 22 de junio de 2010

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Los nacionalistas, con el decidido apoyo de la izquierda, lograron, hace ya muchos años, que el nombre de España quedara casi proscrito, sustituido por esa suprema memez de “el Estado español”. Consiguieron incluso que el adjetivo “nacional” -que siempre se había referido a la única nación realmente existente “en este país”, esto es, España- se reservara para las seudo-naciones de la periferia. Y como ya no había España-nación, el adjetivo para la ex-española fue “estatal”, nunca nacional. Hasta la Agencia meteorológica dejó de ser “nacional” para devenir “estatal”. Han sobrevivido Radio “Nacional” y poco más. España, la Nación y todos sus derivados, entraron a formar parte de lo que había dejado de ser políticamente correcto y se desterró del vocabulario de pensamiento imperante. Hubo jóvenes que parecían creer que España era un invento de la dictadura y hasta Pujol (¡el del sentido de Estado!) llegó a decir que España no era una nación.

Pero, de pronto y no hace tanto, el Gobierno socialista decidió recuperar “lo español” y desde entonces nos abruma, con ocasión y sin ella, con su cantinela de “el Gobierno de España”, que luce y reluce en la publicidad institucional y en los discursos. Somos el único país donde, incluso desde la oposición, no se dice ya “el Gobierno” sin añadirle “de España” que, en la mayor parte de las ocasiones, sobra, por pura redundancia. Aquí, entre nosotros, ¿de dónde va a ser el Gobierno, de Tanzania? Ni tanto ni tan calvo. Pero los socialistas no dan puntada sin hilo y, si han recuperado la idea de España, ha sido con la decidida y aviesa intención de apropiársela en exclusiva. Por eso todo el que contradice al Gobierno es “antipatriota”. Zapatero podría parafrasear a Luis XIV, afirmando que “España soy yo” (y el que no lo acepte que se vaya enterando). No hay más que ver cómo desde el Gobierno lo prioritario es hacer oposición a la oposición, porque no apoya sus improvisaciones y sus despropósitos. Ya sólo les falta acusarla de ser la “Anti-España”, concepto heredado del franquismo, como tantas otras cosas. Se agarran a España porque les sirve para aferrarse al poder pero, en el fondo, mantienen su posición histórica de desprecio de las patrias, que por algo nacieron internacionalistas. Los socialistas más cultos, prepajinianos, han citado siempre con mucho gusto la conocida frase de Samuel Johnson: “La Patria es el último refugio de los canallas”. Los de ahora la ponen en práctica, aunque no sepan quién era Johnson.

Este proceso de trivialización, de “de-construcción” a lo Derrida, de la Patria, de la Nación ha conducido hasta esa reducción de lo patriótico a lo deportivo, que vivimos en estos días, especialmente con motivo de la Copa del Mundo. La Patria está en las botas de nuestros futbolistas y sólo allí. Pero la utilización política del deporte ha sido una constante de ciertos regímenes que ahora no voy a definir y nadie puede dudar de que la insistencia en llamar “la Roja” a la selección nacional no es una simple casualidad. Se estimaba que la victoria salvaría la cara a un Zapatero desbordado por todas partes y hundido en la crisis…por los antipatriotas. Se explica así que algunos hayan lamentado la derrota ante la modesta Suiza, más de lo que, de haberlas vivido, habrían llorado por las perdidas batallas de Rocroy o Trafalgar. No deja de ser notable y un tanto triste que, bajo la égida de este Gobierno, que ha llevado el prestigio de España hasta el nivel más bajo en más de treinta años de democracia, no quede apenas más patriotismo que el que encarnan los bien pagados futbolistas de la selección nacional. Llevar la bandera a un estadio pasa, pero si haces otro uso de la enseña nacional te acusarán ¡de apropiación de lo que es de todos y, por lo tanto, de nadie!

Por supuesto que, salvo a algunos mal nacidos, a todos nos alegra que nuestra selección nacional gane. Pero el patriotismo y la exhibición orgullosa de nuestros símbolos nacionales no pueden limitarse a esos eventos deportivos. A la Patria la hacen a diario quienes trabajan por ella y, noblemente, por ellos mismos, por su futuro y el de sus hijos. Y la deshacen los corruptos que se encaraman a posiciones de poder, los que piensan que el dinero público no es de nadie (pero no de todos, salvo de ellos en exclusiva) y actúan en consecuencia. Hacen Patria quienes logran brillar en la ciencia, las letras y las artes; los empresarios que saben competir inteligentemente, todos los que sienten amor por la obra bien hecha, incluidos los deportistas y los cocineros; los trabajadores del más humilde de los tajos que cumplen con su tarea; los estudiantes que sienten el deber de aprender por encima del afán de salir del paso. Como dijo Ernest Renan hace ya más de 120 años, “lo que constituye una nación no es el hablar la misma lengua o el pertenecer al mismo grupo etnográfico; es haber hecho grandes cosas en el pasado y querer hacerlas en el porvenir”. Y eso en España está un tanto perdido, porque el español desconoce su historia y, machadianamente, desprecia cuanto ignora. Algunos van bastante más allá y, sencillamente, la odian. En la misma ocasión, Renan añadía refiriéndose a su Patria que “el francés no es galo, ni franco ni burgundio. Es lo salido de la gran caldera en que, bajo la presidencia del Rey de Francia [cuando lo escribía, Francia ya era una república], han fermentado juntos los más diversos elementos”. Tampoco España es la informe suma de castellanos, catalanes, vascos, gallegos, andaluces…etc. Es mucho más que todo eso, aunque los nacionalismos se empeñen en negarlo. No pueden prosperar las naciones que se avergüenzan de sí mismas, que reducen su patriotismo a las botas de sus futbolistas, pero tampoco las seudo-naciones “construidas” sobre una sarta de mentiras. Y es que, cuando se ignora el pasado, se pierde también el porvenir. Y en eso estamos.