EL LARGO PARÉNTESIS

Artículo de Alejandro Muñoz Alonso en “El Imparcial” del 21 de julio de 2011

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Alejandro Muñoz-Alonso, considera que España ha perdido su imagen de país serio debido a la inocencia y a la torpeza del gobierno de Rodríguez Zapatero.

 

Se anticipen o no las elecciones, no hay duda de que cada vez falta menos para que se cumplan los ocho años de esta doble legislatura que ha tenido a Zapatero al frente del Gobierno. Por cierto, no hace falta añadir “de España” como ahora repiten cansinamente, para disimular, tantos de esos que piensan —como el propio Zapatero- que ésta es una nación discutida y discutible y otros que tontamente les imitan. A uno le gustaría imaginar que los historiadores del futuro consideraran que estos ocho años no han sido más que un paréntesis, un largo paréntesis, en el más largo periodo de prestigio y prosperidad de España en más de tres siglos. Las diferencias, para peor, entre la España de principios de 2004 y esta de mediados de 2011 son más que evidentes apabullantes y casi cuesta trabajo creer que se haya producido tan desastrosa degradación en menos de dos lustros. La buena imagen de España como país serio, creíble, que cumplía sus compromisos y aportaba ideas y esfuerzos al empeño común europeo, al mundo occidental en general y que servía de modelo a tantos nuevos países como han ido apareciendo en el último cuarto de siglo; una imagen que se consiguió por el trabajo común de todos los españoles dirigidos por todos los gobiernos que se han sucedido desde la Transición, se ha esfumado casi en un abrir y cerrar de ojos por el sectarismo, la incompetencia, la torpeza y la nulidad absoluta de Zapatero, de sus gobiernos (los peores de toda la historia española) y de su silente y aborregado partido que ha contemplado como su líder lo “deconstruía” sin abrir el pico ni musitar siquiera “basta ya”. El Gran Salto Adelante de Mao dejó a China al borde del abismo. El de Zapatero ha sido un lamentable regreso al peor pasado.

Para ponerle un rótulo, una etiqueta a este triste periodo de principios del siglo XXI, creo que no hay que quebrarse mucho las meninges. Yo colocaría cómo encabezamiento de ese oscuro capítulo una leyenda nada original: “España no se merecía un Gobierno que la mintiese”. Y añadiría como subtítulo: “Pero tuvo que aguantarlo durante ocho años”. Porque si hay algo que defina a este Gobierno de la manera más precisa es el uso —más bien el abuso- de la mentira, de la manipulación y del engaño como recetas básicas, no tanto de gobierno (esta gente ha demostrado sobradamente que no sabe gobernar), sino para mantenerse en el poder a cualquier precio. Porque si algo ha quedado claro en esta etapa, es que el único objetivo de esta gente es el de caer sobre todas y cada una de las articulaciones del poder como hambrientas moscas sobre un panal de miel al grito de “el dinero público no es de nadie”. Un capítulo obligado de esta historia que proponemos deberá titularse “el saqueo” y en él se intentará explicar como las administraciones socialistas se han dedicado, como si obedecieran a una consigna, a guardar en los cajones todas las facturas que se les presentaban, dejando en la ruina a los acreedores. ¿Qué hacían con el dinero que debería haber servido para pagar a esta legión de proveedores? Estos sinvergüenzas habían abolido la elemental regla de que no se puede gastar más de lo que se ingresa. Al fin y al cabo lo primero que hizo Zapatero, tras llegar a La Moncloa, fue derogar la ley que exigía a las administraciones públicas mantener el equilibrio presupuestario, lo que venía a ser una invitación al despilfarro sin freno ni medida. Que a partir esos principios hayamos llegado a la ruina de la economía nacional no puede extrañarle a nadie. No sólo no estamos en la “champions league”, como mintió Zapatero en notoria ocasión, sino que los únicos “campeonatos” que hemos ganado son los del paro y la prima de riesgo. Todo un palmarés.

“La primera de todas las fuerzas que dirigen al mundo es la mentira”. Con esa frase iniciaba Jean François Revel un libro, La connaissance inútile, publicado allá por 1988. Como en casi toda su obra, Revel se ocupaba allí de hechos y sucesos acaecidos en aquella época y hacía una crítica contundente y penetrante de una izquierda en plena crisis de identidad que no había aprendido nada y que continuaba aferrada a sus gastados tópicos e incluso a sus añejos odios. Releyendo esta obra se puede llegar a la conclusión de que la izquierda europea —que continúa a la búsqueda de sí misma- ya no es exactamente como la que Revel describía al final de los ochenta del pasado siglo. Pero, curiosamente, se puede concluir también que la actual izquierda española, la izquierda zapateril y sus aledaños, está aún más retrasada que aquella izquierda europea de hace un cuarto de siglo. Zapatero no sólo ha detenido el dinamismo de una Nación que se redescubrió a sí misma tras la dictadura sino que la ha llevado casi un siglo más atrás. Nada que pueda extrañarnos cuando, en su ignorancia histórica, ha asumido como modelo la fracasada y falsamente democrática II República.

“La democracia —escribe también Revel- no puede vivir sin una cierta dosis de verdad”. Y ahí está la raíz de que nuestra democracia haya perdido tantos quilates durante el zapaterismo. Antes de que llegara a La Moncloa nadie había pedido “una democracia real” ni se habían multiplicado las críticas al sistema. Y es que Zapatero y su gente han sido como termitas que se han apoderado del entramado institucional y lo han dejado inservible. Se impone reconstruir —regenerar- todo ese entramado, a partir de las partes que todavía no se han corrompido, prescindir de lo que se ha mostrado como inútil y, en suma, sanear el conjunto. Este largo paréntesis se inauguró con la ya famosa frase de Rubalcaba el 13 de marzo de 2004, en plena jornada de reflexión: “No nos merecemos un Gobierno que mienta”. Toda una ironía porque, desde entonces, hemos tenido que padecer al más mentiroso gobierno de toda nuestra historia. Y es también otra ironía que ese mismo hombre —uno de los más hábiles mentirosos en un conjunto en el que abundan los mentirosos- sea ahora el que vaya a cerrar ese paréntesis con esa otra gran mentira del asunto Faisán, que trata de encubrir uno de los más turbios episodios de esta etapa, de este largo paréntesis. Un episodio propio de la época en que regía la predemocrática razón de Estado y en la que Montaigne se permitía escribir: “El bien público exige que se traicione, que se mienta y que se masacre”. El vergonzoso asunto del Faisán tiene que ver con todo eso.