LA VASQUIDAD EXPANSIVA

Artículo de Jose Antonio Zarzalejos en "El Correo" del 14-2-99

Con un breve comentario al final:

Luis Bouza-Brey

En la obra Confieso que he vivido, de Pablo Neruda, el poeta latinoamericano afirmaba: «Creo que el hombre debe vivir en su propio país y creo que el desarraigo es para el ser humano una frustración que, de una u otra manera, atrofia la claridad de su espíritu». Esta reflexión es universal y reza para todos los hombres y mujeres. También para los vascos. También para aquellos miles y miles de vascos que, sin asumir postulados ideológicos de corte nacionalista, ni quieren, ni pueden, ni deben renunciar a su vasquidad, entendida ésta, como una fuerza telúrica que les vincula -nos vincula- con el simbolismo identificatorio de los orígenes.

Para una enorme cantidad de vascos, bien alejados de cualquier connivencia con los episodios, las actitudes y las personas que representan determinados valores y criterios que ponen en cuestión la estructura permanente, por histórica, de nuestra convivencia insertada en España, la referencia matriarcal del País Vasco les explica a sí mismos e imprime a sus iniciativas culturales, económicas, sociales o políticas un determinado sello, una forma de hacer y una manera distinta -ni mejor ni peor- de conducirse.

No hay vasco que pueda soportar el desarraigo porque, como bien decía Neruda, «atrofia la claridad de su espíritu». Ni siquiera aquéllos que, por circunstancias dramáticas -y algún día se hará una revisión de ese exilio-, han tenido que salir de Euskadi admiten la indiferencia hacia lo que ocurre ni se muestran ajenos al devenir del país. Por el contrario, lo viven con intensidad más allá, incluso, de sus propios deseos.

Pero esta vasquidad ha sido históricamente expansiva, abierta y constructiva. El hecho de que un sector de la sociedad vasca haya interiorizado un sentimiento de introversión, traducido desde finales del siglo pasado en un entendimiento nacionalista del País Vasco, en el que priman los elementos emocionales, defensivos e históricamente revisionistas, no autoriza a suponer que la vasquidad sea reductible con simplicidad a un estereotipo uniformizador que toma la parte por el todo con olvido -gravísimo olvido- del concurso de los vascos en la construcción de España y de su protagonismo en los acontecimientos del pasado que más han cincelado la personalidad de nuestro país en los libros de Historia. Por eso, nadie tiene derecho a deducir arbitrariamente que la vasquidad proclamada y mantenida deba ser ocultada, mediatizada o acomplejada -o lo que sería peor aún, objeto de renuncia- por el trágico hecho de que en los últimos treinta años se haya asesinado, secuestrado y extorsionado torticeramente en su nombre.

Cada cual es deudor de sus comportamientos, de sus hechos y de sus palabras, y la vasquidad no está sometida a tribunales de opinión pública, ni a generalizaciones distorsionadoras e injustas. Vascos han estado, con una explosiva pluralidad de ideas y criterios, en las empresas más audaces de España desde el Siglo de Oro hasta la reciente democracia. Vascos han sido liberales y carlistas; de Franco y de la República; de izquierdas y de derechas. Vascos han sido la columna vertebral de los movimientos literarios más definitorios, como la Generación del 98. Vascas han sido las empresas pioneras en la siderurgia, en la construcción naval, en la minería, en la banca. Vascos han estado en el Gobierno de España, en la representación exterior de nuestro país. Vascos han protagonizado culminaciones artísticas y culturales dentro y fuera de España. Vascos han estado en la médula de las nuevas ideas y en las corrientes punteras del pensamiento. La inmensa mayoría de esos hombres, mujeres y empresas expansivos, ha conciliado, sin conflicto alguno, su doble identidad vasca y española, e incluso ha explicado su pertenencia española desde su origen vasco y su militancia en el arraigo a su país.

En un momento histórico como el que atraviesa el País Vasco y el conjunto de España, obviar, malentender o comprimir la vasquidad a una mera clasificación ideológica constituye un terrible error. Más aún lo sería pretender que se reclamen poco menos que renuncias a la vasquidad personal o corporativa, como método o procedimiento para el combate político, cuando la condición identitaria vasca y española no necesita ni probanza ni admite dudas más que para aquéllos que quieren tenerlas con propósitos no siempre confesables. Que esto quede claro, sería una forma inteligente de encarar un problema de la convivencia nacional que, si fracturada en el ámbito político, no lo está en el social. La cohesión social de los vascos, cuando se están produciendo unos disparates políticos difíciles de explicar desde la racionalidad, es un capital que la sociedad vasca debe mantener dejando que sean también los agentes colectivos los que hablen con la misma autoridad que los políticos e institucionales. Porque el gran reto del momento es que la fractura social -quebrar, precisamente, el sentimiento unitario de vasquidad abierta y solidaria- que algunos buscan con intenciones bastante explícitas no se produzca.

 

Breve comentario final:

Luis Bouza-Brey

 

Solamente quisiera matizar un énfasis de Zarzalejos. Coincido con el conjunto del artículo excepto en lo que me parece una acentuación desproporcionada de "la vasquidad". Ya sé que el artículo no se dirige a eso, pero en algunas de sus líneas hay una cierta tendencia a absolutizar la identidad.

En mi opinión, el único rasgo que se debe acentuar es el de nuestra Humanidad, el de nuestra característica universal de seres libres, sujetos capaces de elegir y configurar la vida a partir de condiciones determinadas. Por supuesto que nuestra humanidad ha de estar arraigada, pero no somos plantas, tenemos la ventaja de que nuestras raíces están constituidas por información (vivencias, símbolos, conocimientos) que puede fluir de un lado a otro del planeta, del ciberespacio, e incluso del Universo.

Nuestra identidad de origen puede irse "cocinando" indefinidamente con nuevos sabores, paisajes, afectos, vivencias, símbolos y conocimientos. Eso es lo que nos hace humanos, libres, universales. Abiertos a las raíces de los otros sin renunciar a las propias ni absolutizarlas.

Por cierto, ¿no les sobrecoge el espectáculo de un alpinista o escalador colgados de una cumbre comunicándose por teléfono móvil vía satélite? Toda nuestra concepción de las identidades locales, las raíces y la comunicación tiene que cambiar.