MOISÉS Y LOS SINDICATOS (LA RUINA PROMETIDA)

 Artículo de  Javier Orrico en su blog del 05 de mayo de 2009

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Este Moisés visionario nos lleva hacia el abismo de un Mar Rojo que se cerrará sobre nosotros. La casta de los elegidos, bajo las banderas que alguna vez defendieron la justicia, acompaña al profeta y excita al pueblo a seguirlo, aun con la miseria como único horizonte, porque Dios proveerá. Si ya una vez cayeron de los cielos el alimento y la lluvia, hoy de nuevo el pensamiento mágico-sindical, la izquierda instalada de los sacerdotes espera el maná sin hacer otra cosa que rezar por lo establecido, para que nada cambie, para que la riqueza surja de un nuevo Wall Street mulato donde los brokers y los brujos del marketing divino sabrán multiplicar los panes y los PC´s.

La Revolución empieza hoy por un “Virgencica, Virgencica, que no me desaparezcan las subvenciones, que nos nos desliberen a tós, pare”. Los sueños rojos ya sólo sirven para sostener el ‘status’, para obnubilar a un pueblo que regresa al hambre de la que durante cincuenta años creyó salir. Sólo hay que volver al Lazarillo y el Buscón. La picaresca es el alma de España, pero ya no hay Américas.

Dice Cándido, el Méndez-aparatchik de las cejas soviéticas, que ellos, la UGT gubernamental, están ahí para defender los derechos sociales. Cuatro millones y medio de personas han perdido el derecho social esencial, el de trabajar y mantener a sus familias, pero eso no preocupa a Cándido ni a Tojo, porque los parados no votan en las elecciones sindicales de las que surgen los ríos de billetes con que el sistema ha venido comprando a sus organizaciones desde la Transición misma. Ya no son inocentes. Ya no representan a los parias de este mundo.

Los verdaderos desheredados de las novelas del XIX (Dickens, Zola, Hugo) son hoy los parados. Nadie que no haya estado parado puede entender el hundimiento de la autoestima, la desmoralización que se apodera de aquel que, por ejemplo, con cincuenta años y en plenitud, se encuentra expulsado para siempre de cualquier posibilidad de volver a ser útil, valioso. Valorado, por tanto. No hay mayor condena en vida, mayor injusticia, que la de un trabajador al que se le expropia su condición de tal, al que se arroja de la normalidad que estos sindicalistas de chocolate con picatostes defienden sólo para los que están dentro. Pero es que, además, esa ciudad de los elegidos está ya sitiada. No hay un solo trabajador del sector privado que no sienta la soga sobre él. Ni casi pequeño empresario que no perciba la amenaza de la ruina. Lo que flota en el aire es la desesperanza, el miedo.

Ya no sé si es la ceguera de los instalados o la locura de los fanáticos la que ha llevado al Régimen a este inmovilismo suicida. Eliminado el equipo de un Solbes al que harán bueno, lo que queda en el Gobierno es el recuelo de socialismo 'real', aunque vergonzante (como siempre en la socialdemocracia), de un presidente “atrapado por su pasado”, preso de patas en la ideología, incapaz de variar ya el discurso mentiroso que le ha sostenido todos estos años. Es tal la cantidad de embustes acumulados, que ya ni siquiera un Príncipe de las Patrañas como él puede permitirse un nuevo giro salvador. Su ‘historia’ de la España plural y los derechos sociales –que un día habrá que repasar despacio para advertir su cartonaje- le inhabilita para hacer frente a la tragedia que estamos viviendo.

Por eso no hacen nada, porque no pueden hacerlo los mismos que se han pasado cinco años descalificando todo lo que ahora tendrían que hacer: rebajar el gasto, ahorrar, disminuir el sector público, poner en vereda a las autonomías, como quiso hacer al final el ‘malvado Ansar’, bajar los impuestos y las cotizaciones sociales, reunificar el mercado y las disposiciones legales para la inversión y la creación de empresas, recobrar competencias para el Estado (tenemos diecisiete servicios de empleo, desconectados entre sí, claro), rehacer desde la raíz el sistema educativo, de las guarderías hasta Bolonia y los másteres, reducir la dependencia energética, dejar de demonizar el turismo, promover la movilidad territorial eliminando las trabas lingüísticas… todo lo contrario de lo que ha sido santo y seña de estos años errados que tanto han ayudado a agudizar entre nosotros la crisis universal.

Es suma, acabar con el inmenso pastizal que el Régimen dedica a mantener a sus clientelas -la increíble mamandurria de los 'colectivos' del pesebre-, las sindicales entre otras, y dedicar todos nuestros esfuerzos a infraestructuras y prestaciones sociales, en efecto, esencialmente las ayudas a los parados; y a la reactivación del sistema financiero (que no significa que haya que salvar a todos los sinvergüenzas, sino sólo a los sinvergüenzas imprescindibles) y del consumo de las familias, que únicamente volverá con la confianza que no pueden dar quienes no la merecen.

Resulta fascinante, sin embargo, lo que proponen, como si en verdad desearan que las aguas nos arrastraran a todos. Nada menos, con el desastre en que ya nos han metido, y lo que viene, que seguir incrementando el gasto y la deuda, y poner en peligro, más aún, las pensiones del futuro, el bienestar de nuestros hijos y los puestos de trabajo de los que todavía tienen dónde. No ya en que llegue a las empresas el dinero que no llega –y mira que llevan meses en ello-, sino que van a aumentar el salario mínimo y las pensiones como si aquí no pasara nada. Esto es muy bonito, muy 'social', pero por veinte euros al mes lo que se pone en peligro es la continuidad de las pensiones mismas, que es lo que hay que garantizar, y la posibilidad de recuperación del empleo.

Pero en eso están, finalmente. En convencer de que no pasa nada. Así lo vienen diciendo desde hace un año. No pasa nada, la recuperación está próxima, mantenemos las prestaciones sociales, subimos los sueldos del sector público. No pasa nada. Vivimos en el mejor de los mundos posibles. No es ya el Pangloss de Voltaire. Estamos en manos o de un Pangloss ciego y fanático, o de un bandido como no conoció la Historia, ocupado solamente en perpetuarse. Allá nos dirige este Moisés sin Tablas y sin Ley: a la ruina prometida.