LENGUAS Y MENTIRAS (SOBRE EL MANIFIESTO) I

Artículo de Javier Orrico, en su blog de Periodista Digital, del 09.07.08

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

¿Qué llevó a los españoles a odiar a España? ¿Qué hondísima frustración originó, como defensa, la percepción de que España era algo distinto de los españoles mismos? Una interpretación ya clásica sostiene que los movimientos separatistas no son sino hijos de un rencor exculpatorio: al apartarse de España, al inventarla como ajena, también la culpa de su hundimiento era ajena a aquellos que, a partir del desastre de 1898, se declararon igualmente colonias interiores, territorios tan sometidos como la Cuba recién perdida, naciones abortadas por el imperialismo castellano que ahora se levantaban para reclamar su lugar en la Historia.

Todo el siglo XIX, la larga guerra civil que nos dejó como herencia el cretino de Fernando VII -del que ZP es reencarnación-, los intentos por construir un Estado liberal que nos devolviera la autoestima por la pérdida del Imperio y nos sumara a la modernidad, saltan hechos añicos ante la evidencia, aquel 98, de la incapacidad y el estado cadavérico de una nación sin pulso. La desbandada necesitaba justificarse de alguna manera: las lenguas regionales o vernáculas se convertirían así en la seña de identidad de los nuevos proyectos nacionales, el instrumento para acabar con la lengua común, el español, cuya mera presencia recuerda los lazos con ese pasado culpable.

Pero todo esto, siendo cierto, me parece insuficiente. Olvida lo más simple y, casi siempre, lo más cercano a la verdad: el factor humano, el resentimiento pequeño-burgués y la pura xenofobia de unos territorios que soñaban con haber sido imperios mediterráneos o pueblos elegidos, cuando no habían pasado de fábricar calcetines o boinas.

Lo que ha resultado novedoso en el proceso de disgregación español ha sido el silencio de la derecha (sin olvidar las nefastas políticas de Fraga, Matas y la UPN en Navarra) y el apoyo de la izquierda a estas curiosas dictaduras de chapela y porrón. Apoyo que, con Zapatero, se ha convertido en mucho más: aliento, asunción, complacencia, impulso decidido, proyecto propio, estatut. Hoy, desdichadamente, forman parte de la doctrina de cualquier ortodoxo de izquierdas todas las falacias sobre las que los neonazis regionalistas fundamentan su poder. Y así, sólo unas pocas personalidades, mayoritariamente del ámbito de Rosa Díez, se han atrevido a redactar un manifiesto de denuncia contra la política lingüística de los nuevos regímenes. Manifiesto, insuficiente y tímido, que al menos ha conseguido remover el aborregamiento de una nación otra vez sin pulso, y situarnos frente a la evidencia de lo que no hemos querido ver.

Nada nuevo, por otra parte. Desde la filología más comprometida, hace ya muchos años que se combaten las mentiras sobre las que se ha fundamentado todo este proceso. Si quieren algunas referencias esenciales, lean “Lengua española y lenguas de España” o “Política lingüística y sentido común”, de Gregorio Salvador; o toda la serie (bastaría con “El paraíso políglota”) que nos dejó su discípulo predilecto, Juan Ramón Lodares, desdichadamente desaparecido en el momento en que su combate y sus libros eran más necesarios. Ambos han sido satanizados por la lingüística nacionalista precisamente porque venían a destruir el correlato lengua-nación que sacraliza el predominio de casta que encierran las políticas lingüísticas. No se engañen, lo que se esconde detrás –cada vez menos, recuerden a Rubianes y a la ministra Chacón apoyándolo- es el odio a España como filtro de acceso a la condición de lacayo de la clase dominante.

Sólo cabe, en el espacio de un artículo, aludir a algunas de las falsedades con las que se aplasta a los ciudadanos de lengua materna española en regiones que nunca fueron otra cosa que España:

 1.- España es un país plurilingüe. En sentido estricto, falso. En España hay una lengua común, el castellano (denominación errónea hoy), que además se hizo para eso, para ser “lingua franca”. Las demás son lenguas de España, pero no son la lengua española por antonomasia, la única oficial porque es la única que puede serlo. Y para ignorantes de las nuevas izquierdas zapateras aclararemos que fue la II República la que la declaró oficial por primera vez. Las que sí son plurilingües son las regiones españolas con dos lenguas oficiales, precisamente las que pretenden dejar de serlo, las que niegan a las personas el derecho a educarse o a usar en la vida pública la lengua oficial de su elección. Un país plurilingüe es, pues, aquel en el que varias lenguas se hallan implantadas en todo el territorio (Cataluña, País Vasco, Galicia, Baleares...), o en el que existen distintos ámbitos monolingües. Es decir, en el que –como Suiza- no existe lengua común. Pero ni Francia (bretón, vasco, occitano, catalán), ni el Reino Unido (gaélico, inglés), ni Italia (italiano, francés, alemán, más su fuerte presencia aún de verdaderos dialectos), ni Finlandia (finés, sueco), aun con varias lenguas, son países plurilingües. O, entonces, lo somos todos, salvo las tribus más primitivas, y el término carece de valor.

En suma, con el plurilingüismo lo que quieren es colocarnos ante una simetría entre las lenguas españolas que jamás existió, y hoy menos que nunca, para extender el catalán, vasco y gallego a unos ámbitos a los que son completamnete extrañas. Y, sobre todo, a las instituciones, donde quisieran compartir un estatuto de cooficialidad con el español, tal y como hace poco les consintió escenificar la Audiencia Nacional a los independentistas que quemaron fotos del Rey y no quisieron declarar más que en catalán con intérprete. Algo absurdo, contando como se cuenta con una lengua común, a los ojos de cualquier persona que no esté carcomida, como los nacionalistas, por ese rencor de que hablábamos al principio.

2.- El español se impuso políticamente. Falso. El castellano nació ya como lengua de frontera, con vocación criolla, con un sistema vocálico sencillo y fácilmente asimilable, tomado del vascuence, y una capacidad de evolución y absorción de cambios lingüísticos incomparable con cualquier otra lengua romance. Por eso se hizo español lo que nació castellano, y se extendió imparablemente porque todos se incorporaron naturalmente a él y le aportaron su savia. Bajo la denominación de español caben todas sus variantes, toda su riqueza popular y universal. Es la lengua de comunicación y cultura propia de todos los españoles desde hace más de quinientos años, y de unos casi cuatrocientos millones de hispanohablantes hoy. Sólo un dato: en el siglo XVI se editan en Cataluña más libros en ‘castellano’ –que ya entonces el emperador Carlos, flamenco de nación, llamaba mi lengua “española”- que en catalán. Por eso, llamarlo castellano es ya aceptar un reduccionismo, negarle su condición centenaria de lengua común, mayoritaria como materna en todas esas regiones que la proscriben. Los más beneficiados, impulsores históricos de la universalización de la enseñanza del español, fueron precisamente los que sin su conocimiento no hubieran podido nunca salir de Matadepera, Porriño o Mondragón.

En fin, como se dice en el manifiesto, no hay peligro alguno para el español, qué mas quisieran. Los que sufren son los catalanes, vascos, gallegos, mallorquines o valencianos –ojo con los inicios de deriva nacionalista de la derecha valenciana- que desean educar a sus hijos o atender en sus negocios a la gente en la lengua que les dé la gana. Han sido reducidos a la condición de minoría perseguible. La Constitución ha sido traicionada una vez más y los españoles comienzan nuevos exilios forzosos. Esto, al parecer, es lo que Zapatero llama la extensión de derechos. Firmen el manifiesto. Al menos daremos por saco.

 

 

O CATALANES O SORDOMUDOS (SOBRE EL MANIFIESTO POR EL BILINGÜISMO II)

Artículo de Javier Orrico, en su blog de Periodista Digital, del 30.09.08

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

El mensaje vino a ser el siguiente: “Si quieres ascender socialmente, igualarte con nosotros y ser aceptado, tendrás que hacerlo en catalán, abjurar de lo que fuiste y fueron tus padres, olvidar el lugar del que viniste y asumir los mitos de la ‘nación’ catalana para comulgar con ella. Cambiarás tu nombre y tus sentimientos, y serás un hombre nuevo, incluso podrás convertirte en funcionario o te otorgaremos muceta."

El proceso se llama transculturación y asimilación, y se justificaba a través de una de las más formidables invenciones de la sociolingüística catalana, que cambió lo que eran simplemente lenguas en contacto, con sus interferencias y su enriquecimiento mutuo, por lo que llamaron “conflicto de lenguas”, una concepción por la que las lenguas se transformaban en cuerpos de ejército de ‘naciones’ enfrentadas, en “guerra de lenguas” que conducía inevitablemente a la desaparición de una de las dos.

Lo que exigía todo tipo de medidas (la normalización, la inmersión) para someter a la lengua no deseada (culpable, impropia), a lo que se llama proceso de inversión diglósica, uno de los más brutales jamás llevados a cabo en el mundo, por el que –en este caso- la lengua común, la más utilizada como lengua de comunicación e intercambio, la considerada “fuerte” por su implantación universal, el español, debía pasar a una situación subalterna, íntima, débil, fuera de la vida oficial y limitada al ámbito doméstico. Y lo que era una región bilingüe, con una cultura y unas tradiciones plenamente españolas en dos lenguas, pasó a ser una sociedad escindida en la que una de sus ‘almas’ debía ser aniquilada: justo lo contrario de lo que predican.

Jamás, repito, jamás existió intención alguna por parte de los ideólogos de la inmersión de caminar hacia el bilingüismo, pues consideran que siempre habrá diglosia (lengua fuerte/lengua débil), y desplazamiento lingüístico (una lengua va ocupando paulatinamente el lugar de la otra). Había que poner, pues, toda la maquinaria del naciente Estado catalán al servicio de la construcción de diques lingüísticos insuperables para la lengua española.

Pero, claro, como las lenguas no andan solas, ni pones la oreja en el suelo y escuchas la lengua ‘propia’ del territorio, lo que se puso fueron diques contra las personas, filtros que nadie pasaría sin hacer explícita su asimilación catalanista, empezando por cambiarse el nombre. Quienes lo hicieron así, la ‘Carme’ Chacón, el ‘Josep’ Montilla, o los que cambiaron la acentuación de sus apellidos y pasaron a ser ‘Sànchez’ y hasta ‘Sàntxez’, fueron los que medraron hasta hacerse, como lacayos simpáticos, con el control de los partidos obreros, que eran los que tenían en principio que haber defendido el elemental derecho de la gente a llamarse y hablar como le saliera de la punta del capullo, con perdón. Es decir, a ser ciudadanos en plenitud.

Cuando hoy la Chacón, desde su agradecimiento de asimilada, dice que gracias a la inmersión ha dejado de haber catalanes de primera y de segunda –que, por cierto, sigue siendo falso, repasen los apellidos del capitalismo catalán o del recientísimo instituto para la Paz o así, magnífico chupetín-, reconoce estúpidamente, aunque dicen que es tan lista, que sin superar ese filtro del catalán y sus principios fundamentales del Movimiento, estás condenado a la exclusión. Ellos te curan de tu culpa ‘castellana’ a la fuerza: te despojan de ti para ‘integrarte’, para ‘salvarte’. Otra vez el más inmundo e hipócrita de los totalitarismos.

La inmersión, en concreto, consiste en lo siguiente: el español está proscrito de las aulas catalanas. Cuando las criaturicas llegan a la escuela, si piden educación en español, se las coloca al final de la clase, apartadas, marcadas, y al acabar la mañana el maestro les hace un resumen en castellano de lo que ha dicho durante cinco horas en catalán. Se trata de inculcar en los niños un sentimiento de rechazo hacia su lengua materna, de inutilidad, de ‘mancha’ ("La mancha humana") que les estigmatiza, mientras el catalán es presentado como la lengua que les permitirá integrarse. Y hasta jugar en el recreo.

No te envían a las duchas de gas, sólo te extirpan la tradición y la lengua de tus padres, la mayoritaria en tu región y en tu país. Gracias a este sistema los hijos de los trabajadores, en cuyas familias el dominio de la lengua no suele pasar del nivel coloquial, cuando no directamente dialectal, nunca adquieren el registro culto, académico, del español, limitado a una consideración escolar de lengua extranjera. Así se les garantiza su permanencia en la clase obrera por el resto de sus días y se perpetúa el orden social progresista. El castellano culto, el que abre las puertas del mundo, para quienes pueden pagárselo, como los hijos de los socialistas que van a centros privados de élite.

Les contaré un caso. Hasta hace tres años al menos, cuando supe del caso, había una familia castellanohablante (quizás hayan conseguido irse ya), o sea, y en general, humilde y condenada a la enseñanza pública, con una pareja de niños sordomudos que gracias a unos implantes cocleares habían podido recuperar parte de su capacidad auditiva. Al escolarizarlos, demandaron que se les enseñara el español, que era la única lengua de la familia y con la que podrían comunicarse con sus padres, ya que por sus condiciones auditivas bastante tenían con poder aprender una lengua. La democrática y tripartita y zapatera administración catalana se negó. No hubo forma. Aquello era Cataluña y sólo se enseñaba en catalán. Serían o catalanes o sordomudos. El caso provocó mucha tinta pero nada se pudo hacer. Esta inhumanidad, esta maldad, esta saña nazi es lo que el extensor de derechos, ZP, ha asumido como propio para el PZOE, antaño español, tras su último congreso anterior al verano.

Lo que el nacionalismo lingüístico catalán ha cambiado, pues, ha sido la realidad de una región bilingüe dentro de una nación variopinta, por la invención confederal, ya legitimada por el Estatut nazional-socialista, de que España es un conjunto de naciones en la que una, Castilla, había colonizado a las demás, y ahora toca la revancha, la asimilación o expulsión del invasor y de los traidores propios (Boadella), y la reconstrucción de un pasado monolingüe (catalán, vasco o gallego) en el que no quede ni el menor rastro de la nación de todos y de su lengua común. Y, de paso, cerrar la llegada de españoles de otras regiones que puedan disputarles su “propiedad”.

Cataluña para los catalanes catalanistas. Y España, pues también