HUESOS DE ESPAÑA
Artículo
de Javier Orrico en su blog
del 24 de febrero de 2010
Por su interés y relevancia he
seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web
Pasear por las calles de la Habana vieja es hacerlo sobre el cadáver de España. Carcomidos por la ruina, la humedad, el abandono, apenas sostenidos por vigas improvisadas, los palacios y las casas coloniales van siendo devorados por la soledad y la tristeza de unas calles semiinundadas, llenas de socavones, sucias y malolientes por las que los negros, los mulatos, los lavados sobreviven a su miseria. He visto la pobreza en muchos sitios, pero esto es otra cosa, un desmoronamiento, la extinción de un mundo, una memoria desconsolada de lo que algún día fue una de las ciudades más hermosas que los hombres jamás levantaron.
Y lo
hicimos nosotros, aquello que alguna vez fuimos los españoles, mientras creímos
y quisimos ser una nación. Esa Habana muerta es nuestra metáfora, los restos en
descomposición de quien gobernó los mares y las tierras, un pueblo generoso y
atrevido que se lanzó a una de las mayores aventuras de la historia y construyó
toda una civilización, y que hoy se descompone también, como la Habana. Viendo
lo que hoy somos, devorados no por la crisis económica, sino por la estupidez,
por la cobardía, por la abulia y la desidia de quienes aceptan que los hundan
sin rechistar, es imposible imaginar que alguna vez pudimos haber sido lo que
aún se intuye caminando hacia la Plaza Vieja por las callejuelas ajenas a los
turistas. Ya ni siquiera nos cabe el consuelo de los versos de Mío Cid, “¡Oh, Dios, qué buen
vasallo/ si oviesse buen señor!”, porque no es buen vasallo quien consiente su desgracia, el
delirio de sus gobernantes.
Seguramente
fue un sueño. Todo sea una invención literaria. Nos engañó Quevedo con sus “muros fuertes”; y Cervantes, con su mano perdida en
Lepanto; y Garcilaso, combatiendo y muriendo al servicio del Emperador Carlos; y Velázquez, atrapando el aire,
guardando la vida en un lienzo como nunca antes, y nunca después, un artista
suplantó a la eternidad. No pudo haber un Lepanto en el que combatiéramos
nosotros. No podemos ser herederos de aquellos hombres ásperos y cuajados como
nueces de piedra. No este pueblo que hoy deambula por la Historia al mando de
un zombi pegajoso e idiota como una bechamel hueca.
O
acaso nunca volvimos de la Habana.
También
Cuba perdió. Desde que España se les murió allí, bajo los machetes de los
mambises, han sufrido la ocupación americana, sesenta años de democracia de
ficción y dictaduras de astracán, y medio siglo de terror y miseria
revolucionaria. La Habana es también el cadáver de la ‘Revolusión’, un reino de
jineteras que buscan desesperadamente unos pesos para comprar champú o algún
extranjero que les regale aspirinas. Un viejo culto, que lleva cincuenta años
sufríéndola, y al que persiguieron y marginaron por tener una “educación
burguesa”, me definió la Revolución como una confluencia de “idealistas,
resentidos y oportunistas, en la que los idealistas fueron devorados al poco
tiempo de estallar”.
La
Revolución es hoy una impostura hasta de sí misma. Consciente de la derrota y
la vergüenza del socialismo, ha borrado incluso sus orígenes, se ha reescrito,
como buena discípula estalinista que siempre fue. Ahora los signos comunistas
casi han desaparecido, ni Lenin ni casi el Ché aparecen en la nueva propaganda oficial, sólo Martí, omnipresente, y Maceo, los héroes de la
independencia contra España. La dictadura se presenta hoy como la heredera
directa de esa lucha pomposamente antiimperialista, y ese traje de oro del
emperador que es el bloqueo (tan falso como los jardines biosaludables que el
Ayuntamiento de Murcia regala a un pueblo que lo que necesita es medicinas),
sirve como señuelo y excusa para un régimen que ya es sólo un tirano
acartonado.
Me
duele Cuba más que España. España son ya sólo esos huesos, la memoria triste
que hasta negamos a nuestros descendientes, la estúpida reata de ignorantes en
que nos hemos convertido. Los cubanos no han podido elegir. Nosotros nos hemos
destruido solos.