ESPAÑA: TRES EN UNA

 

 Artículo de David Ortega en “ABC” del 12.06.07

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

El formateado es mío (L. B.-B.)

 

Antes de valorar una realidad es aconsejable asegurarse de haberla entendido en toda su amplitud. Siempre es primero la descripción y, después, la valoración de lo descrito. Invertir el orden del proceso es distorsionar y alejarse de la realidad, algo que suele tener consecuencias negativas.

Las diferentes elecciones, que durante más de tres décadas -el 15 de junio conmemoraremos 30 años de nuestras primeras elecciones democráticas- estamos celebrando en España, nos vienen a reflejar, con muy pequeñas variaciones, tres Españas en una. En primer lugar, las ya históricas dos Españas, con más de dos siglos de historia. La consabida España de derechas, y de izquierdas. Bien es verdad que en nuestra joven democracia los españoles siempre se han decantado, afortunadamente, por la vertiente más centrada y moderada de cada una de ellas, evitando así la extrema izquierda -con escaso peso político- y la extrema derecha -sin representación política-. Pero, junto a estas dos Españas, aparece también la España de la periferia con tendencias nacionalistas de diferente grado. Es la España del PNV en el País Vasco; de CiU y ERC en Cataluña; del Bloque en Galicia o de Coalición Canaria en las Islas Canarias.

Estimo que negar esta realidad es no querer entender lo que los ciudadanos españoles nos están diciendo en cada ocasión que tienen de ejercer su derecho al sufragio. Es cierto que, cuantitativamente, el 80 por ciento del Parlamento español lo representan diputados del PSOE y del PP, siendo mucho menor el peso en escaños de la España nacionalista. Sin embargo, tal y como ya nos enseñara Sartori, el valor de los escaños no sólo es cuantitativo, sino que su valor también puede estar en si dan o quitan gobiernos y, en este sentido, los partidos nacionalistas están teniendo la llave a La Moncloa (1993, 1996 y 2004).

Estas realidades anteriormente descritas producen unos efectos distorsionadores que pueden mitigarse o acentuarse. Me explico por partes. La realidad de la España de derechas y de izquierdas está ahí. Pero se puede contribuir a su convivencia y mutuo entendimiento, opción por la que claramente me decanto y que pienso se practicó con magníficos resultados durante la Transición española; o a su recíproca incomprensión y unilateralismo en la percepción de la realidad, opción que rechazo frontalmente y que contribuye a sacar lo peor de nosotros mismos. Por cierto, irresponsablemente alentada esta última por ciertos medios de comunicación que se limitan sólo a contar la realidad desde una única óptica y perspectiva. Estimo que esa forma de ideologizar la comprensión de lo que acontece, deformar la importante misión de informar que tienen los medios de comunicación -artículo 20.1.d) de la Constitución Española- y de demonizar al ideológicamente diferente, no contribuye en absoluto a la mejor convivencia que todos deseamos para España. En este sentido, creo que es de justicia destacar la labor de seriedad y moderación que algunos periódicos con muchas décadas de solera están realizando en unos tiempos difíciles donde, lamentablemente, parece más rentable la confrontación y el enconamiento. Sin embargo, como casi siempre, el tiempo pondrá a cada cual en su sitio. Por lo demás, en esto de la confrontación el presidente del Gobierno ha demostrado con su ley de memoria histórica una enorme, cuanto menos, torpeza y falta de sensibilidad.

Creo que es responsabilidad de todos no perder la capacidad de autocrítica, saber admitir los errores propios que comete tanto la derecha del PP como la izquierda del PSOE. A veces, la política se parece al fútbol, donde el aficionado no ve el penalti hecho por su equipo. A España le sobra bastante de ideologización y le falta más pensamiento práctico y crítico. Ortega y Gasset lo vio con su habitual claridad en su Rebelión de las masas: «Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil». ¿Quería don José insultar a la mayoría del pueblo español? No parece que tuviera mucho sentido.

Lo que pretendía el posiblemente más brillante pensador que haya dado España en el siglo XX era advertir del peligro que el exceso de ideología produce al nublar la claridad del pensamiento y la capacidad crítica. Se puede ser de izquierdas o de derechas, pero lo que nunca se puede tolerar es que, por ello, se dejen de admitir los errores propios y de no reconocer los aciertos ajenos. Lo manifiestamente errado, a la luz de los hechos indiscutibles -atentado de Barajas con dos personas asesinadas, fin del alto el fuego de ETA, reforzamiento de la banda criminal respecto a su situación de debilidad de 2004- de la política antiterrorista del presidente Zapatero, por ejemplo, es, posiblemente, el caso más palpable de lo que describo.

Las tres Españas descritas podrán convivir en una única España en tanto en cuanto los hábitos democráticos calen verdaderamente en nuestra práctica política. Es bueno que España considere el nacionalismo que se da en el País Vasco o en Cataluña, pero no es democráticamente de recibo que menos del 10 por ciento de los españoles condicionen la política y el futuro del 90 por ciento del resto de españoles. Me parece lógico que el nacionalismo tenga su peso político correspondiente en los ayuntamientos y en las comunidades autónomas, pero no que marquen la política nacional. Democráticamente es inadmisible que la minoría someta a la mayoría. En este sentido, las elecciones de 27 de mayo han sido muy claras. PP y PSOE están prácticamente empatados. No sé si ese empate desembocará, en los pocos meses que queden para las elecciones generales, en un desempate tal que dé al PSOE o al PP por sí solo la entrada en La Moncloa. Sinceramente, no lo creo, lo cual nos lleva, inexorablemente, a que nuevamente el Gobierno de España estará en manos de los nacionalistas, algo que no es bueno -no nos engañemos- para los intereses globales de la mayoría de los españoles.

La manera de superar lo irónico del exceso de generosidad que, en su día, la ley orgánica del Régimen Electoral General de 1985 tuvo con los partidos nacionalistas -muy sobrerrepresentados- y lo trágico de su manifiesta deslealtad constitucional pasa, a mi entender, por dos caminos difíciles, pero no imposibles, que logren romper la perversa dinámica de nuestro actual sistema de partidos. De un lado, como ha sucedido en la Alemania de Merkel de manera manifiesta, o en mucho menor grado en la Francia de Sarkozy, potenciar la unión de los dos grandes partidos que representan a la mayoría democrática de una nación: Alemania, Francia o España. La cuestión es si España y su vivencia democrática ha conquistado o no ese grado de desarrollo democrático y especialmente institucional. Me remito a lo apuntado con anterioridad, al exceso de ideologización que vivimos en estos últimos años, principalmente ejercido por los políticos y por determinados medios de comunicación.

Por el otro, que el sistema de partidos español evolucione y se asemeje a lo que sucede en algunos de los países más desarrollados, donde se da un multipartidismo moderado y un pequeño partido bisagra centrado y de ámbito nacional, contribuye a moderar a los dos grandes bloques europeos de socialdemócratas y conservadores. Que a nadie se le escape la importancia que, para el futuro de España, pudiera tener el nacimiento de un pequeño partido moderado y centrado de ámbito nacional que deje a los partidos nacionalistas en su auténtico ámbito natural de influencia, los ayuntamientos y comunidades autónomas, y evitar así el absurdo que el futuro de España esté precisamente en manos de quienes no tienen el más mínimo interés en él.