EL REENCUENTRO PSC-PSOE
Los meses que preceden
a las municipales han de ser decisivos para recuperar el equilibrio perdido
Artículo de
Antonio Papell, Periodista, en “El
Periódico” del 25 de diciembre de
2010
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que
sigue para incluirlo en este sitio web.
El
PSC, que ha padecido su mayor derrota en unas elecciones autonómicas, está
tratando de recomponer la figura, de minimizar daños en lo posible y de
preparar el intrincado camino hacia las elecciones municipales de mayo, que se
han convertido en el gran objetivo a corto plazo. Montilla, que ha dimitido de
su escaño en el Parlament, pero que, junto al núcleo
duro de la organización, conserva todo el poder interno, se dispone a pilotar
la transición, que desembocará en un congreso posterior a las municipales, que
impulsarán y frustrarán nuevos liderazgos.
Todo
este proceso no solo interesa al socialismo catalán: también el PSOE se juega
el ser o no ser en él ya que Catalunya ha sido el elemento clave de la
hegemonía socialista en el Estado: en las últimas elecciones generales del
2008, en que el PSOE obtuvo 15 escaños más que el PP (169 frente a 154), la
ventaja lograda en Cataluña fue decisiva: el PSC obtuvo 18 diputados más que el
PP (25 frente a 7). Igualmente, en el 2004, cuando el PSOE llegó al poder con
una ventaja de 16 escaños sobre el PP, la diferencia fue de 15 escaños (21
frente a 6) y, en cambio, en las elecciones del 2000, en las que el PP
consiguió gobernar con mayoría absoluta, la diferencia se redujo a solo 5 escaños
(17 frente a 12).
Tras
las vicisitudes del Estatut, el PSOE no disimuló el alivio
que le proporcionaba la renuncia al tripartito anunciada por Montilla antes de
las elecciones. De un lado, porque en el fondo, y en esta profunda crisis, el
PSOE ha echado secretamente en falta el influjo estabilizador de CiU en la
política española. Y, de otro lado, porque Ferraz (sede del PSOE) siempre temió
el influjo de un PSC aliado a Esquerra e investido de un catalanismo muy
marcado. Ahora, sin embargo, el alivio se combina con la inquietud que produce
en Madrid la persistencia de una evidente rivalidad entre el sector catalanista
y el sector españolista.
Piensa
Ferraz -sin saber con certeza lo que en realidad opina Nicaragua (sede del
PSC)- que la severa derrota ha de explicarse por el desfondamiento del PSC en
el magma del radicalismo nacionalista de sus socios, que condujo al tripartito
al callejón sin salida de un Estatut con elementos
claramente inconstitucionales pese a las sucesivas podas. Y, sin embargo, es manifiesto
que el ala más catalanista insiste en continuar rivalizando con CiU en el
terreno colindante con el soberanismo. Para
justificar esta actitud, aparentemente excéntrica, Castells
y compañía aducen que unos 100.000 votantes habituales del PSC se habrían
pasado a CiU (algún estudio sociológico así lo afirma), sin ver que el
socialismo catalán ha perdido en conjunto 226.000 votantes (ha pasado de
796.000 en el 2006 a 570.000) y que, según otros estudios, dos de cada tres
votos del PSC provienen de la clientela españolista, mayoritariamente
castellanohablante. Además, falla la tesis de que la sentencia del
Constitucional ha disparado el independentismo: los partidos abiertamente
independentistas han reducido su representación desde 23 escaños en el 2003 a
21 en el 2006 y a 14 en las últimas elecciones. Y el giro soberanista de CiU,
que pareció una estratagema electoral, está por ver: la formación fundada por Pujol
es consciente de que cualquier radicalización genera pérdida de centralidad y
de adhesiones.
Lluís
Orriols, profesor de Ciencia Política en la Universitat de Girona, ha atribuido en un artículo reciente
esta aparente paradoja -el sesgo preferentemente catalanista de un partido al
que le vota una clientela mayoritariamente españolista- a la existencia de
diferentes elasticidades entre los votantes de uno u otro matiz. Resumiendo, el
elector españolista sería menos exigente con el mensaje que el catalanista, por
lo que la organización procura afinar su sintonía con este en perjuicio de
aquel. Sin duda, esta estrategia ha sido y es inteligible y razonable, siempre
que sus promotores tengan claro el criterio de que sus electores desean muy
mayoritariamente que el PSC, aunque dotado de gran autonomía, mantenga su
vinculación con el PSOE federal.
Es
claro que estos meses que preceden a las municipales han de ser decisivos para
que el PSC recupere el equilibrio perdido, después de una aventura en coalición
que no ha rendido los frutos esperados. Y deberían
abandonar sus complejos quienes, pensando que solo el retorno a un moderado
catalanismo alejado de toda veleidad nacionalista les devolverá el protagonismo
perdido, se sienten abrumados por la inflamación de quienes aún no ven que la
exacerbación identitaria es la responsable del último
desastre. Porque, además, la gravísima crisis, que consume todas las energías
políticas en este momento, debería forzar la precedencia de la unificación de
voluntades y de esfuerzos sobre los sofisticados debates identitarios,
que en esta coyuntura de sangre, sudor y lágrimas producen además comprensible
perplejidad en una sociedad que espera de los partidos respuestas y no
preciosistas introspecciones.