UN FANTASMA EN LA SALA DE PRENSA

Artículo de Aurora Pavón  en “Republica.es” del 02 de agosto de 2010

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

Aunque los fantasmas suelen vestirse de blanco con una sábana que arrastran a su paso cadencioso y espiritual, la aparición que Zapatero hizo el pasado viernes en la sala de prensa del palacio de la Moncloa vestido de oscuro no desmereció la leyenda que otorga al palacio de la Moncloa el título de casa encantada donde habitan fantasmales personajes. Extraños seres en los que se suele transformar los políticos españoles que ganan las elecciones y que, tras saborear los primeros manjares del poder, empiezan a perder contacto con la realidad y entran en un trance que les hace levitar por encima de su humana condición, hasta convertirse en luminosos ectoplasmas y parodias de sí mismos. Unas veces con rictus autoritarios de soberbia que conducen a los abusos del poder –le ocurrió a González con el GAL y la corrupción-, y a Aznar –con su guerra de Iraq- y otras con gestos histriónicos cercanos a lo tragicómico como ahora le ocurre a Zapatero, un sorprendente personaje que parece haberse caído de un guindo, de un sueño o simplemente de la cama para darse de bruces con la cruda realidad del país, que siempre negó y que a veces despreció, a pesar de tenerla ante sus narices.

La última rueda de prensa del curso político que ofreció Zapatero fue un espectáculo lamentable. De un político sin respuestas –y casi sin preguntas de los visitantes a la sala de prensa monclovita, preñada de agentes infiltrados-, que balbucea no se sabe qué, y que cuenta historias que nada tienen que ver con lo que está pasando o lo que puede pasar. Pero ¿qué va a decir este hombre del paro?, o de la reforma laboral, o del estatuto catalán, o la prohibición catalana de los toros, o de la presidencia europea que nunca existió, o de la movida sigilosa de los presos de ETA, o de la huelga general, o de Tomás Gómez y su candidatura en Madrid, o de la esperada crisis del gobierno, o de su amigo el pedigüeño Garzón, o de la apertura de tumbas de la guerra civil, o de sus alianzas de civilizaciones incivilizadas, o de las encuestas que colocan a su partido en posición de salida de todo espacio de poder. Qué puede decir este personaje del que ha sido su asombroso paso por el poder, negando la nación española y la crisis económica, y ahora buscando desesperadamente una salida, lo menos dramática que le sea posible.

Dada la pasión por las túnicas y sayas que exhiben su mujer y sus hijas, la una por culpa de la Benaroch y las otras por causa de su mal gusto, por un momento pensamos que en su última aparición Zapatero se presentaría ante los medios y la sociedad como un monje tibetano, con atuendo budista, pelado al cero y precedido de una orquestina de hare krishnas para decir a la concurrencia que deja la política y que se retira a meditar durante unos años a Katmandú.

Hubiera sido un bonito final para todos, incluso para él que es tan aficionado a las altas cumbres. Pero no pudo ser, el presidente no solo no se va al Himalaya como debiera sino que además anuncia que permanecerá de guardia en el palacio de la Moncloa, lo que produce más inquietud que consuelo al conjunto del pueblo español. ¿Qué hará este hombre solo en Madrid con el calor que hace, la mala cara y las ojeras que tiene, y con la que se le viene encima en el otoño en el que ni siquiera le dejan acudir a la fiesta de los mineros de Rodiezmo en sus tierras de León?

Zapatero vive un sin vivir en él, se le ha caído el techo de la Moncloa y no entiende como semejante destrozo le haya podido ocurrir a él que era el hombre de la eterna sonrisa, del talante, de la ceja, del optimismo antropológico, el bambi contento del bosque animado español, y ahora deambula como un alma en pena y todavía quiere una última oportunidad y se presenta como un héroe del comic, un Spiderman a la española que todo lo quiera arreglar. Como ¡un valiente!, a buenas horas, que ya no huye de la dificultad y que, por una vez en seis años, empieza a decir la verdad porque le han dicho que eso es lo mejor que puede hacer para recuperar el aliento perdido de su gente, que se siente defraudada o traicionada, o simplemente asombrada por todo cuanto acontece en este sorprendente país.

Ni siquiera la victoria en el campeonato del mundo de fútbol de Suráfrica la ha podido Zapatero disfrutar. Primero porque la marea de banderas españolas que inundó todo el país sepultó la manifestación catalana de su “España plural”, ya venida a menos tras las sentencia del estatuto catalán. Y luego porque cuando los campeones llegaron a Madrid no se atrevió de acudir con su familia a la fiesta oficial de la Moncloa y cometió el error de llevarse a toda la Selección al palacio fantasmal  para que se hiciera fotos con sus hijas y su mujer, todo un privilegio al que no se había atrevido ni la familia del Rey. Y todo un síntoma del mal de altura que provoca el disfrute del poder y de cómo las gastan este Zapatero y su familia que se niegan a mezclarse con todos los demás, de ahí que luego no le repugne nada bajar el sueldo a los funcionarios, congelar las pensiones o facilitar el despido cuando se lo ordenan los malvados mercados a los que juró perseguir y derrotar.

El fantasma de la Moncloa no tiene ideología, ni corazón. Hace lo que haga falta con tal de seguir unos días más en el poder. Puede que no le queden muchos para el disfrute de un palacio tan infernal y que por eso ha decidido quedarse de vacaciones en Madrid en lugar de marcharse a descansar, que buena falta le hace y nos hace a los españoles. Hace tiempo que Zapatero, si fuera tan sincero y valiente como ahora quiere serlo, que debió de dimitir aunque solo fuera para no tener que hacer el trabajo sucio del ajuste social que le han encargado los banqueros. Pero no se va y puede que eso de meter las manos en dicho barrizal del ajuste social le produzca un extraño placer. Ya se lo dijo Felipe González: ¡eso sí que es gobernar!