OTRA IZQUIERDA ES POSIBLE

 

 Artículo de BENIGNO PENDÁS. Profesor de Historia de las Ideas Políticas,   en  “ABC” del 20/11/04

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 

QUINCE años después de la caída del Muro. Quince minutos después de la victoria rotunda de Bush... Ahí siguen, impartiendo doctrina. Ignoran la lección eterna de Parménides: «el no ser, no es». Por este camino no se llega a ningún sitio. Pero les importa poco: intelectuales sedicentes dan lecciones de libertad y democracia después de hacer el ridículo en los pronósticos electorales; artistas y cineastas de talento discutible continúan instalados en la postura histriónica; analistas bien informados saben ya -eso dicen- que Hillary ganará en 2008... El siglo XXI necesita ideas y sólo le ofrecemos tópicos. Admito que todos tenemos parte de la culpa. Pero más que nadie los guardianes del progreso, dueños indiscutibles del monopolio de la verdad, falsos clérigos del nuevo poder espiritual. El fracaso de la izquierda como ideología no es una buena noticia para los amantes de la libertad. Hacen falta varias opciones para lograr el contraste, el debate racional sobre los asuntos públicos, la búsqueda del matiz y la precisión. Los liberales somos así: queremos tener razón, pero no quedarnos solos. Sin embargo, ellos se lo buscan por prepotentes y dogmáticos. Se acabó el marxismo antediluviano. Naufraga la postmodernidad fragmentaria y deconstructora. No aportan nada el republicanismo cívico, la tercera vía y los epígonos de la escuela de Fráncfort. La izquierda intelectual se hunde. Del adversario (que no enemigo), el consejo. A la usanza tradicional: primero, examen de conciencia; luego, propósito de enmienda. En el horizonte, una sabia pedagogía de la libertad. Ánimo, pues, y a trabajar.

Soberbia, maldita soberbia: «arrogancia fatal», decía con acierto Hayek. Quieren saberlo todo. Aplican una supuesta lógica científica a la desconcertante condición humana y por eso fracasan. No hay una ley inexorable de progreso; si la hubiera, no estaría a su alcance interpretarla. La gente normal se comporta con sencillez: quiere que ganen los buenos y que pierdan los malvados; ama a su familia y a su patria; honra a Dios, con uno o con otro rito; asume con naturalidad la sabiduría tradicional. Mucho más en América, tierra de peregrinos del Mayflower, del espíritu de la frontera, de la vida concebida como aventura comunitaria. La experiencia, decía Jefferson, es «el guía menos engañoso de las acciones humanas». Nadie lo sabe todo; nadie lo puede todo; nadie tiene derecho a impartir lecciones de justicia y de moral aunque se haya leído todos los editoriales de la prensa progresista y confunda con Aristóteles -la autoridad escolástica- a su columnista favorito. Amigos de la izquierda doctrinal: tomad lecciones de humildad para cambiar el tono inaguantable de vuestra prédica. Menos falacias y más, mucha más, honradez intelectual.

El dogmatismo es hijo de la ignorancia y de la personalidad autoritaria. Quieren robar a la derecha la herencia de la Ilustración; a veces se deja, dicho sea de paso, por complejos o por desinterés. Pero sólo alcanzan a ser herederos del despotismo -más o menos- ilustrado. Cuando la mayoría no vota como ellos quieren, llueven los insultos: zafios, incultos, violentos, pendencieros... Ya sabemos que es una delicia vivir en Beacon Hill, Boston (Mass.), como Kerry y los suyos. Al otro lado del río, el M.I.T., milagro tecnológico. Un poco más allá, Harvard, sueño de todo universitario. Como no hay dinero para tanto, el buen progresista busca algún hueco en el animado Village neoyorquino o en Sausalito, pura exquisitez californiana. ¿Cómo van a tener razón los granjeros del Medio Oeste o los viejos esclavistas del Sur más profundo? Lección de democracia, queridos colegas. Zeus ordenó repartir a todos por igual la virtud política. No valéis más que ellos. Debería ser evidente: «Los hombres nacen libres e iguales...» y demás exigencias de la modernidad constitucional. Sólo algunos totalitarios lo ponen hoy en duda, y de esos quedan pocos, por fortuna. ¿Acaso estamos en presencia de los nuevos reaccionarios? Lo siento, pero no podemos aceptar la falacia de la vanguardia del proletariado. ¡No vengamos con Lenin a estas alturas...! Es curioso: una tropa disfrazada de vanguardia epistemológica pretende dar lecciones al pueblo soberano. Pecado grave de intolerancia. Contradicción llamativa. Nueva forma del asalto a la razón, como diría G. Lukacs, viejo conocido.

La izquierda reaccionaria confunde la mayoría social con la yuxtaposición de minorías (supuestamente) agraviadas. Z. Bauman, siempre en la última moda, proclama el liquid love y habla de la fragilidad de las relaciones humanas como signo distintivo de la sociedad contemporánea. Se equivoca: la familia funciona, tal vez más que nunca, y crecen la fidelidad y los valores cooperativos y solidarios; sobre todo entre los jóvenes, como siempre. Ni estamos tan solos, ni nos puede el desarraigo en dosis masivas. La izquierda es víctima de sus excesos, como ocurre muchas veces en la vida. La ideología de la emancipación genera, cuando se pierde el sentido común, una reacción casi visceral en favor del modelo tradicional. La izquierda nos quiere obligar a ser libres a su manera y como ellos digan; así que ejercemos -en efecto- la libertad, sólo que para rechazar sus imposiciones. Por eso pierden y perderán muchas veces, aunque en España ganaron el 14-M, todos sabemos por cuánto y en qué circunstancias. El ideólogo altanero no admite el ejercicio legítimo de la autoridad, cuando no es la suya. Descalifica al adversario, cuando no lo desprecia directamente. Se ríe del pensamiento conservador y liberal; o mejor dicho, lo ignora, para encerrarlo en la caverna. Ahora ha fabricado un juguete llamado «neocons»: mezcla en el mismo saco el «complejo militar-industrial» (sabor añejo de la juventud antiimperialista) con la sólida filosofía política de Leo Strauss y con la anécdota menor de los «telepredicadores». Así no van a llegar a ningún sitio.

Versión española de la película internacional. Mezcla de prejuicios rancios (Estados Unidos igual a Imperio más capital) con esperanzas infundadas (los demócratas de allí se parecen a nosotros...) Desastre sin paliativos. Nuestra izquierda intelectual necesita una renovación en profundidad. Con honrosas excepciones, el panorama ideológico resulta desolador: antiguallas anticlericales; mentalidad de civil rights, estilo años setenta; fórmulas postmodernas para ejercer un poder blando y no coactivo, que a muchos irrita, a otros conforta, pero a casi nadie infunde respeto. Gobiernan, pero apenas se nota, y sólo nos preocupa -mucho, eso sí- que el instinto de conservación les conduzca a ceder posiciones ante la rapiña insaciable del nacionalismo. Chocan las generaciones, los territorios y los intereses particulares. Sirven de amalgama cuatro tópicos mal asimilados y, por supuesto, el manejo cotidiano de los resortes del poder. No parece suficiente.

¿Tienen remedio estas gentes? ¿Es posible otra izquierda? Ojalá lo sea, pero será difícil si no se someten a una terapia de choque. A corto plazo, deben cambiar de «gurús», porque los actuales están obsoletos y desprestigiados. A medio, hay que leer más (los clásicos son siempre una buena opción) y pensar, pensar mucho, procurando juzgar con mesura los argumentos de unos y de otros. Fuera dogmas. Rendir la soberbia. Aceptar la vida como es. No lo tienen fácil. «Todo cuanto engaña, seduce», decía el maestro Platón. O lo mismo, en versión literaria, según Flaubert: «siempre queda en la conciencia algo de los sofismas que se han vertido en ella y cuyo resabio conserva, como el de un mal licor». Merece la pena que hagan un esfuerzo. Un progresista lúcido puede todavía aportar muchas cosas. Los necesitamos, insisto. ¡Es tan hermosa la batalla de las ideas!