ZAPATERO Y LOS PACTOS ASIMÉTRICOS

 

 Artículo de BENIGNO PENDÁS Profesor de Historia de las Ideas Políticas  en  “ABC” del 14/12/04

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

Enseña la mejor historia que la peste destruyó la Atenas de Pericles porque hizo que la virtud cívica fuera vencida por el interés sectario. El terrorismo es, sin duda, la peste de nuestro tiempo. Busca una fórmula totalitaria: nacionalismo racista, fanatismo religioso, desafío a la sociedad abierta. Utiliza medios revolucionarios, al más viejo estilo: como dicen los manuales de marxismo rancio, se trata de exacerbar las contradicciones del enemigo. ¿Lo van a conseguir? ¿Vamos a perder la guerra contra el terror? Si tal cosa sucede, será por culpa nuestra. Los españoles sentimos indignación, repugnancia y hastío, en dosis variables. ¿Miedo? No. Miedo no tenemos. Véase la lección del domingo en el Bernabéu. ¿Están nuestros políticos a la altura de los ciudadanos? Hay quien lo pone en duda. Pero es seguro que unos y otros van por mal camino si pretenden ganar puntos trasladando sus discrepancias a la lucha contra el terror. Mucha gente desconfía ya de la retórica del «apoyo sin fisuras». Las elites bien informadas juegan con los matices de fondo y de forma. La gente de la calle no sabe, ni quiere, ni puede. Detesta la hipocresía y el artificio y traduce el mensaje que transmiten las apariencias a su esquema sencillo: sólo los enemigos de la España constitucional sacarán provecho de este debate. Habrá que recordar, una y mil veces, que es la hora del patriotismo, del rearme moral, de la eficacia policial y judicial. España se juega su futuro; la democracia, su prestigio como única forma legítima de gobierno; cada uno de nosotros, la dignidad personal que deriva (vuelvo a los griegos) de la vida en libertad bajo el imperio de la ley.

Contraste entre Aznar (Estado y partido) y Zapatero (partido y Estado). Hoja perenne y hoja caduca. Firmeza de acero contra material maleable. Doctrina de una pieza frente a deconstrucción posmoderna. La preferencia depende de cada uno. El presidente del Gobierno no es orador brillante ni hábil polemista. La expresión confusa suele ser reflejo de una mente poco dotada para el rigor conceptual. Después de escucharle durante un largo rato, se comprende que confunda -más o menos a propósito- las ideas de «nación», «comunidad nacional» y «nacionalidad»; parece tener claro, eso sí, que las «regiones» son menos importantes. Es más difícil de admitir que se equivoque al respecto el profesor Rubio Llorente. Queda el asunto para otro día. El Zapatero de ayer ante la Comisión fue, como acostumbra, un político minimalista, cuyo lenguaje «republicano» (en el sentido de «Pettit», ya me entienden) envuelve en guante de seda una indefinible querencia radical. Así como Aznar maneja las distancias con precisión, Zapatero actúa en terreno movedizo. Busca hacer daño donde más duele: puesto en boca de Rajoy, el «ya sabes cómo es» va más allá de las reglas del juego limpio. Pasea al borde del peligro cuando entra en alusiones y amenazas veladas sobre informes del CNI. La incoherencia le importa poco: habla ya de «terrorismo radical islámico», pero no se aparta del multiculturalismo. Sólo dice una cosa clara y arriesga en ello la credibilidad: no hay «nada de nada» en la relación entre ETA y Al Qaeda. Ya veremos. Opone Lavapiés y Leganés a los lejanos desiertos y montañas. Elude preguntas concretas sobre asuntos oscuros. Convence sólo a los convencidos: es el mal propio de toda época dogmática.

Se dirá que es propio de un hombre de Estado ofrecer grandes acuerdos y tender puentes hacia la cooperación. Cuidado con la argucia. No es lícito negar a populares y socialistas el acierto del Pacto por las Libertades que ha permitido expulsar al brazo político de ETA del lugar reservado en democracia a las personas honorables. Requerido por sus complacientes aliados en la Comisión, Zapatero devuelve la bola al campo del PP: si no se amplía el Pacto, será por culpa de los intransigentes. Abre, en cambio, un nuevo frente contra el terror, al que esta vez califica de «internacional». Se supone que vamos a caber todos. Así tendremos -por culpa implícita de Aznar- un pacto viejo y anquilosado que el PSOE mantendrá por puro sentido de la responsabilidad. Tendremos, además, otro pacto, joven y generoso, con un preámbulo políticamente correcto. Hablemos claro. Desde 1978 hasta hoy mismo, el problema mayor de la democracia española deriva de que los socialistas eluden el bloque constituyente formado por la derecha y la izquierda nacionales, es decir, por la mayoría abrumadora de los electores. Prefieren actuar en el viejo frente de «izquierda más nacionalismo»: me resisto a escribir «antifranquista», aunque es notorio que muchos lo viven así. Estamos ante el episodio número mil del argumento ya conocido. España ha alcanzado un éxito del que debemos estar orgullosos. Pero el nacionalismo egoísta no nos deja disfrutar del mérito adquirido. Cierta izquierda que no madura se resiste a reconocer la legitimidad democrática de la derecha. Es verdad que algunos conservadores que tampoco piensan rechazan que un «progresista» pueda ofrecer una visión propia de España. A veces, está claro, lo ponen muy difícil. Pero es imprescindible seguir en el empeño. De ahí la denuncia de esta falacia de los «pactos asimétricos» que propone Zapatero. Preludio, tal vez, de nuevas concesiones en el terreno intangible de la soberanía nacional y de la igualdad ante la ley.

La política exterior, errática y sinsentido, es el punto débil del Gobierno socialista. El presidente insiste en que ahora somos más fuertes. No es verdad. Somos los más débiles de Europa. Participar en la guerra de Irak no aumentaba el riesgo. ¿Busca acaso revivir los días pretéritos del «no a la guerra»? No debe porque ahora toca gobernar. La sociedad no termina de aprender. Hay razones de alcance universal: una generación que no conoce la guerra en carne propia; un pacto de seguridad con nuestros gobernantes, al estilo de Hobbes; sobre todo la certeza colectiva de que se vive bien en Occidente cuando no toca ejercer el papel de víctima. Hay también factores de índole particular: el principal, me temo, que falta ese núcleo intangible de patriotismo que distingue a una sociedad segura de sí misma. Otra vez se lo debemos al egoísmo particularista. Vamos a tener paciencia. Tal vez tenga razón el presidente cuando alude a la «valentía» del pueblo español. Pero el pensamiento débil y la fiebre helenística que nos invaden no son las mejores lecciones para ganar una guerra.

Turno para el Partido Popular. Tiene razón en lo esencial y no acierta a expresarla. ¿Recuerdan la política de comunicación en la pasada legislatura? Estamos, sin duda, en una democracia mediática; pero los políticos dirigidos por la opinión ajena terminan por transformarse en producto perecedero. Alguien debería recordar que es imprescindible combatir con firmeza en la batalla de las ideas: los ciudadanos valoran la gestión eficaz, pero desean ser convencidos por criterios morales y por sentimientos atractivos. El Gobierno de entonces no mintió y, sin embargo, se le juzga con efecto retroactivo. El PP se siente víctima de la manipulación, pero sólo a medias consigue llevar al adversario al terreno que le conviene. Rajoy aprovecha estos días en el Parlamento los flancos débiles del Ejecutivo; pero resulta que en este tema esencial estamos de nuevo en el «todos contra uno». Aznar estuvo brillante en su comparecencia ante el Congreso. Ninguno de los suyos va a mejorar la percepción pública del asunto. Buen motivo para meditar sobre el enfoque de este tiempo de oposición. ¿Qué hay de la Comisión Parlamentaria? Los convencidos de uno y otro bando están cada día más seguros. Los tibios que se consideran ilustrados no van a replantear su voto hasta dentro de tres años. Mucha gente sensata se confiesa inquieta, perpleja, incluso desengañada. En el ámbito socialista, Zapatero ha puesto en marcha la falacia del pacto universal. ¿Quién se atreve a abrir la puerta de la política del sentido común?