DESPUÉS DE LA INDIGNACIÓN
Artículo de Benigno Pendás, Profesor de Historia
de las Ideas Políticas, en “ABC” del 07.03.07
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que
sigue para incluirlo en este sitio web.
Con un muy breve
comentario a pie de título:
CAMBIO CLIMATICO (L. B.-B.,
7-3-07, 7:30)
Frente al
cambio climático que hace desaparecer el invierno y adelanta la primavera y el
verano, uno ansía la lluvia que limpie la atmósfera de impurezas y alimente las
plantas que nutren nuestros pulmones. Frente a la asfixia uno ansía un
vendaval del agua de la vida.
Ojalá que el
vendaval que anticipa Pendás llegue pronto, antes de
que nuestra sociedad se ahogue en miasmas putrefactas.
Veo la tormenta tan urgentemente necesaria que no me parece estar precipitando
los ritmos al pedir ya precipitaciones.
No es cuestión de ideologías ni de estrategias. Es un problema de
naturaleza moral, cuya raíz afecta al núcleo mismo de la convivencia. Una
sociedad sólo puede subsistir cuando gana la gente honorable y pierden los
miserables, los malvados, los asesinos y sus cómplices. La lucha por el Derecho
puede ser larga y difícil. Hay que apoyar siempre al bando de las personas
decentes. Aunque a veces se equivocan, «aciertan lo principal», como dice el
personaje de Calderón. El presidente del Gobierno ha tomado una decisión que
tal vez le costará el puesto en las próximas elecciones generales. Mucho antes
que las maniobras partidistas o los cálculos interesados está la responsabilidad
que conlleva el ejercicio del poder. No hace falta insistir sobre argumentos
jurídicos o intenciones políticas. La convivencia quiebra cuando falla el
principio de legitimidad, mucho más exigente en democracia que en cualquier
otro sistema. Hemos pasado del estupor a la rabia y es hora de asumir la propia
responsabilidad como ciudadanos. La respuesta está ahora en la calle y pronto
en las urnas. No hace falta ser profeta para adivinar que el escándalo De Juana
Chaos marca un punto de inflexión en esta legislatura errática que amenaza con
hacerse interminable. El PSOE puede ser derrotado siempre que la mayoría social
esté dispuesta a ejercer ese poder originario que corresponde al pueblo
español, titular único de la soberanía. Por desgracia, vivimos otra encrucijada
histórica.
Es triste reconocer que la España constitucional guarda alguna
relación con el mito de Sísifo. Parece que estamos condenados a que nuestro
esfuerzo sea inútil. Sin embargo, situada en el límite de lo intolerable,
incluso esta sociedad hedonista y fragmentaria puede mostrar una fortaleza
insospechada. Por primera vez en la historia estamos en condiciones de ofrecer
una base estable para la «politeia» democrática. Esto
significa, como ya sabía Aristóteles, una pluralidad de clases medias con un
nivel razonable de formación y bienestar. Es triste comprobar -una y otra vez-
que la inmadurez política convierte a personas sensatas en sectarios
intransigentes. Somos (casi) ricos, pero seguimos siendo muy vulnerables. Ha
llegado la hora de exigir algo más a la clase política, pero también a la gente
de la calle. Reclamar al PSOE que ponga fin sin demora al fallido experimento
radical. Al PP, que ofrezca un proyecto capaz de abrir un tiempo de moderación
y buen sentido. A los ciudadanos de buena fe, que sepan escuchar las voces
sensatas aunque no hagan tanto ruido. Cuando llegue la hora será el momento de
reforzar el poder constituyente surgido de la Transición, incluida una reforma
inteligente de la norma fundamental. Carece de sentido precipitar las cosas. En
política está todo inventado. Nuestro sistema -como es habitual en Europa- sólo
es posible mediante la alternancia razonable de un centro-derecha liberal y una
socialdemocracia moderna. El requisito común es un patriotismo natural, sin
complejos ni dogmatismos. Han pasado treinta años y ya está bien de empezar
siempre de cero. Si perdemos la ocasión, tal vez no se repetirá nunca. Lo
cierto es que España (nación, Estado y sociedad) no puede permitirse otra
legislatura como ésta. También el bienestar material, que tapa muchas miserias,
tiene como fundamento la estabilidad de las instituciones.
Ahora ya sabemos porqué ETA no tenía
prisa por aceptar las buenas condiciones que el Gobierno le ofrece desde hace
tiempo. Quieren conseguir mucho más. De momento, disfrutan con la quiebra del
Estado de Derecho producto de una decisión arbitraria. Sin embargo, confunden
sus deseos con la realidad. El «Estado español» no es un artificio sin alma.
España existe porque vive con naturalidad en el sentimiento de muchos millones
de personas. No es la primera vez que ofrece una lección de dignidad: ¿hace
falta recordar el espíritu de Ermua? La fuente de
legitimidad de la Constitución se llama España. Dicho al modo de Burke, la nación es el origen de nuestra Constitución
prescriptiva. Zapatero ha cometido un error determinante para su futuro
político. Lo pagará muy caro en términos democráticos. Ahora pretende volver la
vista hacia la época de Aznar, una prueba evidente de debilidad y desconcierto.
La política mira por definición al futuro y no al pasado, mal que le pese a
nuestra educación sentimental. Algunos también tenemos motivos para la
nostalgia. La respuesta colectiva ante la guerra, antes y después del 11-M,
refleja las limitaciones de una sociedad que contempla las relaciones
internacionales con mentalidad de adolescente. Todavía no estamos preparados
para actuar en primera fila. Todo llegará: muchas empresas han abierto ya
caminos insospechados. En cambio, sabemos como
afrontar el terrorismo doméstico. El dolor nos ha hecho fuertes. La gente de
bien siente asco ante la infame alegría de los criminales. Contra ETA hemos
ganado hace mucho la batalla de las ideas, gracias a las víctimas y a tantos
héroes de la libertad que defienden la causa de la justicia. Grave error de los
estrategas socialistas. El modelo Irak no es aplicable: jugamos mucho mejor en
casa que fuera.
Los votantes del PSOE deben hacer examen de conciencia antes de
que sea tarde. Desde la izquierda se alzan voces aisladas, aunque en el momento
decisivo les puede el espíritu partidario. Deberían dar un paso al frente y
afrontar las consecuencias. El PP tiene que abrir espacios de diálogo y
cooperación con los disidentes, fáciles de identificar en estos días de
tribulación. La izquierda española no puede entregarse por (discutibles)
razones utilitarias al juego infernal de provocar una fractura social
irreparable. Ya saben que el sedicente socialismo posmoderno sólo sirve para
enviar al museo de la arqueología ideológica a esos viejos principios que
llegaron al corazón de los pioneros; entre ellos, nada menos que la igualdad y
la solidaridad, las señas de identidad intocables. Zapatero ha perdido la
confianza de muchos de los suyos, dolidos por la imagen insoportable de aquella
ambulancia que trasladó al asesino etarra, símbolo del triunfo del chantaje
sobre la virtud cívica. Una decisión incomprensible, en efecto, considerada
incluso desde el interés particular de sus autores. Se arrepentirán de haberla
tomado. No importan las sutilezas de la legislación penitenciaria, vulnerada
sin pudor alguno. Tampoco sirven las falacias que repiten la vicepresidenta y
el ministro del Interior, tratando sin éxito de asumir la carga que tendrá que
soportar su jefe. Apelan -quizá sin saberlo- a la ética weberiana
de la responsabilidad y al frío cinismo que se atribuye a los políticos mal
llamados «realistas»: el poder nos obliga a hacer cosas que no nos gustan.
Craso error. A la hora de la verdad, el bien y el mal son opciones
incompatibles. Un dilema moral no admite posibilismos, argucias utilitaristas
ni cálculo de beneficios hipotéticos. La injusticia disfrazada de legalidad
provoca todavía mayor rechazo.
Después de la indignación, vienen los argumentos. Es la
oportunidad de la derecha inteligente. Sin banderías, sin populismos y -sobre
todo- sin mezclar una causa justa con los intereses particulares. Es el tiempo
de la política frente al partidismo. La hora del liderazgo de Rajoy (en la
línea de su Tercerade ayer) y de un proyecto que
tiene que garantizar la vigencia de la España constitucional sin ocultar a los
ciudadanos que deben hacer un sacrificio personal y colectivo. Confianza en la
sociedad española frente a quienes cuentan con el silencio cómplice de una
mayoría anestesiada. Tal vez hay más gente dispuesta de lo que parece: una
sociedad herida en su orgullo puede ser un vendaval democrático.