ESPACIO LIBRE DE RADICALES

 

 Artículo de Roberto Pérez en “ABC” del 03.01.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Con una apostilla a pie de título: ME APUNTO A ESTA CARTA A LOS REYES MAGOS (L. B.-B., 3-1-06, 7:00)

 

 

Ninguna fecha viene tan al pelo para las buenas intenciones como ese tránsito incandescente y fugaz entre la Nochevieja y el Año Nuevo. España amanece con el excelente propósito de librarse de los malos humos. Hemos empezado por el tabaco, que algo es algo. Ahora lo que hace falta es que siga la corriente. Hay humos que emponzoñan el ambiente y atiborran la atmósfera de peligrosa estupidez. Encender el cigarro es una de las antesalas. La otra es prender las mechas de la diferencia hecha desde la negación del otro.

Puestos a pedir, yo pido por un 2006 libre de radicales, de idiotas que se miran el ombligo, que deciden con el RH de neuronas prietas y que no se cansan de prender mechas. Pido más con fe que con esperanza, lo reconozco. Ibarretxe vuelve a pinchar el disco rallado de su plan soberanista; Maragall y su banda de folk sigue a lo suyo, con el catalán como bandera multinacional de una nación estrecha, en la que una de sus últimas filigranas es crear el consejo de notables capaz de decir qué medios de comunicación son dignos de ser escuchados, vistos, leídos, y cuáles no.

Dicen que cuando nada hay que preocupe el humano se busca una inquietud. En España nos pasa algo de eso, una extraña sustancia de insustanciales con arriesgadas operaciones cargadas de maldad intrínseca. Si fuera catalán, ese sanedrín llamado Consejo Audiovisual Catalán (CAC) me sabría a cuernos. Es más, como por español me siento catalán, y vasco, y menorquín y andaluz de Cabra, el CAC me revuelve los mondongos.

La pretendida «ley mordaza» es una más en la ilógica semántica del nacionalismo, esa que con tanto acierto describió Santiago González en «Palabra de Vasco. La parla imprecisa del nacionalismo». El CAC pretende construir el edificio de su peculiar libertad, tan peculiar que la escribe desde el paternalismo autoritario, encerrada en el corral de la verdad incontestable.

Igual que ante la sangre reiterada uno corre el riesgo de endurecerse con la tragedia y convertirla en cotidiana, entre la estupidez tenemos el peligro de acostumbrarnos a ella sin ver lo que se nos viene encima. El CAC no es una sinsustancia más, son cien vueltas de tuerca en el roñoso engranaje de la exclusión y del autoritarismo más o menos exhibido. Es el lío de la escalera sin fin, en una España que sigue sin ser espacio libre de malos humos.