LA INTEGRIDAD DEL PP

 Artículo de Xavier Pericay, escritor, en “ABC” del  04-07-05.

 

 Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

El reciente desenlace de las elecciones autonómicas gallegas ha venido a confirmar una constante en la vida política española que, no por conocida, deja de mover a reflexión: la enorme facilidad con que el Partido Socialista Obrero Español alcanza cuantos pactos sean necesarios para llegar a gobernar o, en su caso, conservar un gobierno, y, a un tiempo, la extrema dificultad del Partido Popular para lograr algo parecido cada vez que los votos obtenidos en las urnas, aun cuando lo sitúen como primera fuerza política, no le otorgan una mayoría suficiente. Por supuesto que, en lo relativo a Galicia, las posibilidades de que la constante no se cumpliera eran prácticamente nulas, si se atiende a lo manifestado en los últimos meses por las tres formaciones en litigio. Pero Galicia, en el fondo, no es más que el capítulo final de una vieja y larga serie.


Ni que decir tiene que una de las razones de este contraste entre los dos grandes partidos nacionales radica en el hecho de que el PP concentre el electorado de centro-derecha y de derecha, mientras que el PSOE se ve obligado a compartir el espacio correspondiente en el campo de la izquierda con lo que queda de Izquierda Unida. Pero no es esto lo que separa mayormente a populares y socialistas, sino el trato que cada uno de ellos ha establecido desde que existe democracia en España con las formaciones regionalistas y con los nacionalismos periféricos. Desde entonces, el PSOE no ha tenido ningún empacho en pactar con quien fuera en aras de gobernar. Le ha dado igual que la pareja fuera regionalista o nacionalista, moderada o radical. Le ha dado igual lo que esta pareja le pidiera a cambio.

Así, en la periferia, ha pactado con un partido nacionalista conservador en el País Vasco y con un partido independentista de izquierdas en Cataluña, y, dentro de nada, en Galicia, va a pactar con un partido nacionalista que había sido de izquierdas y que en los últimos tiempos parece bastante más conservador. Y, en cuanto al resto de España, puede decirse que no hay autonomía con formación regionalista que se precie -excepto los casos de Navarra y de la Comunidad Valenciana, donde Unión del Pueblo Navarro y Unión Valenciana han alcanzado prácticamente sendos puntos de fusión con el Partido Popular- a la que el PSOE no se le haya declarado con éxito en alguna ocasión.

No ocurre lo mismo con el PP. En lo tocante a sus relaciones con los nacionalismos periféricos, el partido que hoy encabeza Mariano Rajoy se ha mantenido por lo general al margen de posibles pactos de gobierno y, allí donde no contaba con una mayoría de votos suficiente para gobernar en solitario, se ha limitado a navegar entre la beligerancia manifiesta y la no intervención. Es cierto que en Cataluña, coincidiendo con su llegada al Gobierno de España, mantuvo acuerdos concretos con los ejecutivos de Convergència i Unió. Pero fueron eso, acuerdos concretos, y el propio Jordi Pujol tuvo mucho interés en escenificar ante su electorado acuerdos semejantes con Esquerra Republicana de Catalunya. E incluso en sentido inverso, es decir, cuando eran los populares quienes necesitaban de los votos de los nacionalismos moderados catalán o vasco para gobernar en España, la postura del PP en este terreno fue infinitamente más nítida y transparente que la que el PSOE ha mantenido en lo que va de legislatura con sus socios de ERC. Pero allí donde la integridad de los populares más contrasta con la mezcolanza socialista es, sin duda, en la política de alianzas con las diferentes fuerzas regionalistas. Y es que, a diferencia del PSOE, que ha buscado pactos a diestro y siniestro sin importarle lo más mínimo la naturaleza ideológica de la otra parte contratante, el PP se ha movido siempre en el terreno que por lógica le corresponde, el que va del centro hasta la derecha. Y lo cierto es que, en más de una ocasión, ha salido bastante malparado. En Cantabria, por ejemplo, donde el Partido Regionalista de Cantabria, de centro-derecha, que había gobernado en las dos últimas legislaturas autonómicas con los populares y apenas representa el 20 por ciento de los votos emitidos, suscribió en 2003 un acuerdo de gobierno con los socialistas que le aupó a la Presidencia de la comunidad. O en Baleares, donde en 1999 la muy centrista Unió Mallorquina rompió los acuerdos que había mantenido hasta entonces con el Partido Popular para sumarse a una suerte de pentapartito integrado asimismo por socialistas, nacionalistas radicales, ex comunistas y ecologistas. O en Aragón, también en 1999, donde el Partido Aragonés Regionalista formó una coalición de gobierno con el Partido Socialista de Marcelino Iglesias, aun cuando el PP, con quien los regionalistas habían gobernado en la anterior legislatura, era la fuerza más votada.

De ahí que no les vaya a resultar fácil a los populares recuperar los territorios perdidos y tratar de mantener los que ya controla. A la versatilidad socialista hay que sumar la de los partidos regionalistas, acostumbrados a sacar un rédito extraordinario a un porcentaje discreto de votos. Es cierto que todavía faltan casi dos años para renovar los ayuntamientos de toda España y los gobiernos de trece Comunidades autónomas, en lo que constituirá, salvo sorpresas, el aperitivo de las próximas elecciones generales. Y que hasta podría darse el caso de que surgiera entre tanto un nuevo partido con implantación en toda la Península, situado a la izquierda del PP y con el que este pudiera suscribir acuerdos estables. Pero esto, de momento, no son más que conjeturas. Y lo que cuenta es el presente. ¿Cambiará el Partido Popular su estrategia? ¿Renunciará a la integridad que le ha caracterizado hasta la fecha? Tiempo habrá, sin duda, de comprobarlo.