DE GENERACIONES
«Aquel periódico naciente era el órgano de expresión del antifranquismo, de esa transversalidad articulada alrededor de los partidos de izquierda y que en Cataluña cobijaba también al nacionalismo. Lo era y lo sigue siendo. Y en esa querencia por el pasado, reside probablemente su mayor defecto»
Artículo de XAVIER PERICAY en “ABC” del 19.11.05
Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.
Existe una generación a la
que podríamos llamar, muy justamente, «la generación El País». No se trata de
una generación en sentido estricto, cortada por un patrón de 15 años, a la
manera de Ortega, o por uno de 30, que es el período resultante de tomar como
unidad de medida el espacio de tiempo que suele separar cada grado de filiación.
No. La generación a la que me refiero debe su existencia a la aparición de un
periódico, «El País», y está constituida por quienes en mayo de 1976 o en los
meses sucesivos se pusieron en sus manos. Entre los miembros de esta generación
ha habido, por supuesto, abandonos.
A su vez, como es lógico, el núcleo compositivo original se ha ido renovando con
la incorporación de nuevos miembros. Si les parece, a unos y a otros los vamos a
poner a un lado. Para lo que hoy nos ocupa, todos estos casos son irrelevantes.
Hoy vamos a tratar de los históricos, de los pata negra, de los que aún siguen
apegados a la lectura diaria del periódico.
Como pronto van a cumplirse tres décadas del día en que salió el primer ejemplar
de «El País», habrá que convenir que los más jóvenes de estos fieles ya han
superado generosamente la cuarentena. Y que los más viejos, en el mejor de los
casos, están ya rondando los cien. Pues bien, lo que permitió en su momento la
formación de esa horquilla inmensa de lectores alrededor de esta cabecera fue en
gran parte la convicción de que sus páginas rezumaban confianza en el progreso.
O lo que es lo mismo: la convicción de que las ideas por las que habían luchado
muchos españoles que se habían opuesto a la dictadura encontraban allí un justo
reflejo. Aquel periódico naciente era, qué duda cabe, el órgano de expresión del
antifranquismo, de esa transversalidad articulada alrededor de los partidos de
izquierda y que en Cataluña y otras periferias cobijaba también al nacionalismo.
Lo era y lo sigue siendo. Y ahí, en esa querencia por el pasado, reside
probablemente su mayor defecto. Porque esa confianza en el progreso se ha ido
tornando con el tiempo, por obra de este anquilosamiento ideológico, confianza
en el progresismo. O sea, pura parálisis.
Mi amiga Clara pertenece a esta generación. Es pata negra. Pero no está
dispuesta a renunciar a su espíritu crítico. Sobre todo cuando lo que lee le
duele. El otro día le dolió. Y me mandó un correo. Resulta que en la edición del
pasado sábado su periódico dedicaba unas cuantas páginas a tratar de la reforma
educativa, coincidiendo con la manifestación convocada en Madrid y a modo de
cataplasma para sus lectores. Y resulta que en una de estas páginas había un
artículo titulado «Radiografía de las dolencias del sistema educativo» donde se
decía, a propósito del último informe de la OCDE, lo siguiente: «Centrado en el
conocimiento de las matemáticas, el resultado en España sigue siendo mediocre y
con tendencia a empeorar. Si en 2000 el 20% de los chavales no alcanzaba el
nivel mínimo en matemáticas, ese porcentaje se elevó el año pasado al 23%. Pero
el sistema español ofrece, en contrapartida, igualdad de oportunidades, lo que
da al sistema mayor equidad. Los resultados no dependen mucho de la extracción
socioeconómica de los alumnos y las diferencias entre los mejores y peores no es
muy elevada».
Como Clara es profesora de instituto, se quedó pasmada. No ante los datos, que
ya conocía, sino ante la adversativa. Y, muy especialmente, ante la
contrapartida que la adversativa propone, como si el fracaso de las cifras
quedara compensado por el hecho de que semejante fracaso afecta a todas las
clases sociales por igual. «Impresionante», me decía mi amiga. Y aún decía algo
más: que el ejemplo resumía a la perfección «la nefasta ideología falazmente
igualitarista que está hundiendo nuestro sistema educativo en la miseria». En
efecto, querida Clara. Yo sólo añadiría a tus palabras que, por desgracia, esta
ideología nefasta no está hundiendo el sistema, sino que ya lo ha hundido. Y que
lo único que queda por hacer a estas alturas es recoger los restos.
Sí, el progresismo. El de tu generación, que también fue la mía.