EL ESPÍRITU DE PERPIÑÁN

 

 Artículo de Miguel Porta Perales en “ABC” del 04.01.07

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

A Carod-Rovira le pasa lo mismo que a Rodríguez Zapatero. Ambos son adanistas. El adanismo, según el DRAE, es el «hábito de comenzar una actividad cualquiera como si nadie la hubiera ejercitado anteriormente». El adanista -incapaz de superar la adolescencia política- cree que ha sido el primero en descubrir las virtudes del diálogo como vía para alcanzar la paz. Y como la paz exige diálogo, dialoguemos.

Es lo que hizo Carod-Rovira -un adanista resabiado e interesado, que lo uno no excluye lo otro- hace tres años en Perpiñán. Y lo hizo sin el permiso del entonces presidente de la Generalitat, a escondidas del Gabinete del cual era consejero, obviando que antes o después el encuentro sería conocido por la prensa y la opinión pública. Una última ingenuidad: al parecer, se presentó a la entrevista en coche oficial y con papeles en la mano. Cuando el encuentro se conoció y divulgó, Carod-Rovira -que un par de años antes había mantenido conversaciones con Arnaldo Otegui- se obstinó en no reconocer su error.

De aquel viaje, quedan todavía un par de cuestiones por aclarar: ¿cuál fue el contenido de la conversación que Carod-Rovira mantuvo en Perpiñán con la banda terrorista? ¿Por qué hizo lo que hizo? A falta del acta oficial del encuentro, hay que suponer que el líder de Esquerra Republicana de Catalunya intentó convencer a los líderes de la banda de que, después del 11-S, el terrorismo no tenía sentido -disipemos cualquier duda: en los años de plomo del terrorismo etarra en Cataluña, Carod-Rovira siempre condenó los atentados- y que el camino de la llamada construcción nacional de Euskadi pasaba por negociar con un Estado políticamente debilitado, del cual se podrían obtener concesiones políticas a cambio de renunciar a la lucha armada.

Por lo demás, Carod-Rovira se postuló como intermediario o hilo conductor entre ETA y el Gobierno y pidió -lo consiguió- que la banda no atentará en una Cataluña gobernada por una coalición de socialistas y nacionalistas que podía ser el modelo a seguir en un País Vasco en que Batasuna estuviera legalizada. Prosigamos con la segunda cuestión.

A falta de otra hipótesis, hay que barajar la idea según la cual Carod-Rovira hizo lo que hizo por dos razones: una, psicológica; otra, política. La razón psicológica: el deseo de jugar el papel de príncipe de la paz de alguien -en eso Carod-Rovira coincidiría con Rodríguez Zapatero- con una personalidad narcisista que tiende a exagerar su talento y espera ser valorado como una cosa especial. La razón política: la intención de conseguir, como en el País Vasco, alguna contrapartida política para una Cataluña sin violencia.

¿Qué ocurrió después de Perpiñán? No resulta fácil saber si una ETA autista siguió los consejos del líder republicano. Tampoco si Rodríguez Zapatero siguió los consejos del republicano o ya tenía in mente el proyecto de negociar con ETA. En cualquier caso, Rodríguez Zapatero inició el mal llamado proceso de paz con una banda terrorista que necesitaba tiempo para rearmarse, reestructurarse y hacerse opaca. Y, Carod-Rovira, con razón o sin ella, se ha jactado en más de una ocasión de ser el origen intelectual del proceso de negociación con ETA.

Se encuentre o no Perpiñán en el origen del mal llamado proceso de paz, lo cierto es que el líder republicano impulsó la idea de negociar políticamente con ETA para acabar con el terrorismo.

En otros términos, Carod-Rovira -ése es el espíritu de Perpiñán- legalizó la existencia del llamado conflicto vasco, legalizó a ETA como interlocutor político, legalizó la concesión política como práctica del Estado frente al terrorismo. Y hoy, aunque el atentado de Barajas haya dinamitado la negociación, la triple legalización llevada a cabo por el líder republicano forma parte del discurso de un nacionalismo que no está dispuesto a perder la oportunidad de sacar tajada «nacional» del fin de la violencia -véase el Partido Nacionalista Vasco-, y de una izquierda que tampoco quiere perder la oportunidad de obtener beneficios electorales de dicho fin.

Que el espíritu de Perpiñán ha calado en la política se percibe analizando las reacciones que el atentado ha generado, por ejemplo, en Cataluña. Todos los partidos han condenado sin excepción el atentado. Pero la mayoría ha sido incapaz de criticar a un presidente que ha confundido realidad y ficción, ha vivido una quimera, se ha autoengañado y, casi con toda probabilidad, ha engañado -ocultado información- a los ciudadanos con filfas sobre la marcha del proceso.

¿Cómo es posible que el presidente otorgara a una banda terrorista el estatuto de interlocutor político? ¿Cómo es posible que el presidente, al aceptar la mesa de partidos -así se deslegitima la democracia-, convierta el Parlamento en convidado de piedra? ¿Cómo es posible que el presidente no tuviera en cuenta la kale borroca, la extorsión o el robo de coches, pistolas y explosivos? ¿Cómo es posible que el presidente, convencido antes del atentado de que la cosa mejoraría, sea la persona más desinformada de España?

La mayoría de unos partidos catalanes muy condescendientes con Rodríguez Zapatero y su diálogo del país de las maravillas han obviado estas preguntas. Y, como no podía ser de otra manera, alguien ha dado la nota indigna de la semana. No ha sido Carod-Rovira -en esta ocasión, el personaje se ha limitado a decir que «lo peor que puede pasar es que el proceso de paz se dé por acabad»-, sino Joan Ridao. En efecto, el portavoz de ERC en el Parlamento catalán ha afirmado que «quien ha puesto más de su parte en el proceso de paz ha sido ETA» por haber «aparcado cuestiones hasta hace poco innegociables como la territorialidad y la autodeterminación». Y Joan Ridao ha pedido al Gobierno que valore «los gestos y renuncias» de la organización terrorista.

Tiene su miga que Joan Ridao, después del atentado, diga eso sin inmutarse. Si Rodríguez Zapatero está en Babia, Joan Ridao no sabe en qué mundo habita. O quizá sí y por eso tensa la cuerda. Ahí está el peligro, el deseo de sacar partido que decíamos antes, del espíritu de Perpiñán.