HAY QUE CABREAR A RAJOY

 

La brillantez parlamentaria del líder 'popular' no vale nada si no tiene, además, una estrategia política astuta - En la calle de Génova muchos piensan que sólo un grave error del Gobierno les daría alguna opción - «Si el PP pierde en 2008, saldrá de escena toda una generación y tendrán que venir otros más jóvenes»

 

Artículo de VICTORIA PREGO  en “El Mundo” del 25.09.05

 

 Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)



La presidenta de Madrid está desolada porque, aunque cree que tiene razón -«yo tengo muchos homosexuales en Madrid y sostengo que muchos de ellos me votan»-, se da cuenta de que ha encendido las luces en el preciso momento en que su jefe se disponía a cruzar sigilosamente la calle en dirección al Tribunal Constitucional para cumplir con el sector más conservador de su electorado y porque, «me cueste lo que me cueste, tengo que colocar la ley por encima del oportunismo político». Claro que ella no sabía cómo estaban las cosas, y sólo cuando él la llamó indignado, ella supo que él había dado el asunto por cerrado.

¿Así que lo había dado por cerrado? Pues ¡lástima no sea!, como dicen en Toledo, porque ¿cómo es posible que el presidente de un partido haya dado por cerrada una cuestión y los dirigentes más punteros de ese partido lo ignoren? Pues sí que es posible.Ese es uno de los graves problemas que aquejan ahora mismo al PP: que las directrices esenciales que emanan de la dirección navegan por el éter sin que parezca existir un canal eficaz de transmisión de mensajes entre sus responsables.

¿Es que no tienen líder estos señores y por eso cada uno baila como Dios le da a entender? Sí que lo tienen: es el mejor parlamentario de las Cortes Generales. Pero la brillantez, que nadie le discute a Rajoy, no vale para casi nada si no va acompañada de otras características esenciales que un partido en la oposición necesita imperiosamente para intentar sacar la cabeza del agujero: un mensaje claro y una estrategia astuta. Lo primero lo tiene. Pero de lo segundo carece de manera dramática. Y, si no, que alguien me dé respuesta convincente a las siguientes preguntas.

Una. ¿Por qué, si el PP quería recurrir la ley de matrimonios homosexuales, no lo hizo cuando el debate estaba en caliente?

Dos. ¿Por qué ha sido incapaz de decir, con total claridad, que apoya las bodas gays pero no que se les denomine matrimonio?

Tres. ¿Por qué existen dudas sobre que la afirmación que acabo de hacer sea la cierta, porque lo que sucede en realidad es que el PP se opone a todo tipo de unión entre personas del mismo sexo y tampoco se atreve a decirlo?

Cuatro. ¿Por qué Acebes anuncia el recurso y los servicios de prensa le desdicen a continuación?

Cinco. ¿Por qué no se envían instrucciones claras a los dirigentes políticos con mando en plaza para que sepan bien cómo torear ese incómodo morlaco?

Seis, y cambiando de tema. ¿Por qué, cuando el Gobierno dobló la cantidad de dinero que ofrecía a las comunidades autónomas para la financiación de la Sanidad, los consejeros del PP no tuvieron una idea clara de lo que debían hacer?

Siete. ¿Por qué, una vez que es evidente que alguna postura tienen que tomar, y la toman en cuanto cogen el dinero, el señor Rajoy no sale a la palestra a vender como un éxito del PP el que el Gobierno haya tenido que multiplicar por dos la cantidad inicialmente barajada?

Ocho. ¿Por qué, una vez que el líder popular ha pilotado la negociación del Estatuto de Valencia, no sale el propio Rajoy y defiende como éxito suyo el modelo valenciano de reforma estatutaria y de voluntad de consenso?

Nueve. ¿Por qué deja que las cosas se produzcan de tal manera que las posiciones contrarias dentro de su partido hayan tenido al final tanto peso como su propia apuesta y parezca que al PP se le ha quedado cara de asco?

Diez. ¿Por qué, estando gobernada la Comunidad Valenciana por el PP con mayoría absoluta, el éxito de ese acuerdo estatutario parece mucho más del PSOE que de los populares?

Once. ¿Por qué los éxitos del PP como partido de oposición se circunscriben al ámbito parlamentario, siendo archievidente que los ciudadanos apenas tienen noticias de lo que sucede en los plenos?

Doce. ¿Por qué Rajoy no se remanga y asume el protagonismo en la calle y en los medios, en lugar de reservarse tanto, siendo como es un activo de su partido?

Trece. ¿Por qué las decisiones más incómodas se toman en el PP por puro agotamiento del plazo para adoptarlas?

Todas estas preguntas conforman la encarnadura de una derrota.Y esto que estamos viendo en el ecuador de la legislatura es la carne viva de la derrota del PP.

Y ahora, un viejo chiste absurdo. Va un señor a un restaurante y pide uno de los platos que vienen en la carta:

-Tráigame pato salvaje.

Y el camarero le dice:

-Lo siento, pato salvaje no nos queda pero, si quiere, le cabreamos un pollo.

Hay que cabrear a Rajoy. Las personas de natural pacífico y pastueño dan mejor resultado cuando salen cabreadas a la faena. Y Rajoy es pato salvaje solamente cuando deja de ser pollo porque se cabrea. El mejor Rajoy, hablo de puertas para afuera del Parlamento, es el Rajoy cabreado que se pone de pie y hace saber su opinión y sus decisiones, sin miedo a dañar a sus interlocutores, léase compañeros de partido en cualquier nivel. El Rajoy cabreado es el que llama a Esperanza Aguirre para cantarle las cuarenta y logra que esta mujer segura y atrevida, que tenía razón diciendo lo que dijo -porque éste no es un conflicto entre la convicción y el interés, sino entre la oportunidad y la inoportunidad políticas-, se disguste de verdad y se arrugue interiormente. El Rajoy cabreado es el que, cuando concluye que los mejores de sus colaboradores no son en este instante los más convenientes, los cambia. El Rajoy cabreado es el que tiene muy presente que, cuando se está en la oposición, la elegancia es un billete pagado de ida a ninguna parte, sin vuelta posible; y que sólo se puede practicar a manos llenas cuando, además de poseer el buen estilo, uno también posee el poder.

Elegante y perdedor. Esa es ahora mismo una condición del líder del PP que puede acabar siendo una combinación mortal de necesidad.De lo que quizá se trata, si quiere dar un vuelco a su situación -porque perder votos a lo mejor no pierde, pero lo que es ganar, no gana ni uno-, es de dejar la elegancia en la puerta de su casa, pero por la parte de dentro y, en llegando a la calle de Génova, pasar a ser, si no pato salvaje por vocación, que ya se sabe que no, al menos pollo cabreado por obligación.

La oposición es difícil y es amarga. Pero es que además es brutal.Y, mientras eso no sea asumido por este hombre educado, mucho más apto para ofrecer que para agredir, para pactar que para romper, para gobernar que para derribar gobiernos, la trayectoria de su partido y la suya propia se limitarán a esperar los errores del contrincante.

«Si el Estatuto catalán sale mal, tendremos un espacio de acción interesante. Y si lo de ETA no acaba de salir, también. Pero si las dos cosas, o sólo una, la de ETA, le salen bien al Gobierno, ya nos podemos despedir de ganar las elecciones generales». Esto es lo que dice uno de esos dirigentes del Partido Popular que ocupa vocacionalmente el centro político y que sabe que, si el PP pierde las próximas generales, «va a suponer la despedida política de toda una generación. Si perdemos, saldrá de escena toda una generación y tendrán que venir otros más jóvenes a tomar las riendas».

Al actual presidente del PP se le atribuye, como a casi todos los políticos cuando se quiere hablar bien de ellos, una magistral sabiduría para la administración de los tiempos. Tal como lo explica otro responsable popular, «es capaz de templar el tiempo hasta romper los nervios del adversario». Muy bien, pero eso, como lo de la elegancia, en la oposición no opera, porque los tiempos están en manos de otros. Es decir, que si por una de esas carambolas que tanto se dan en la vida política al presidente del Gobierno le pareciera conveniente convocar elecciones anticipadas con la intención de lograr mayoría absoluta, el «proyecto de futuro» mencionado recientemente por Rajoy -en una de esas intervenciones que tanto incomodaron a los que en su partido saben que pueden practicar la resistencia pasiva sin el menor coste- se habrá quedado en mero proyé de fú.

El tiempo sólo corre despacio cuando toca padecer desdichas irremediables.Para todo lo demás, va volando.