UN MARTILLO CONTRA LA NADA

 

 Artículo de Victoria Prego en “El Mundo” del 24.05.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Tiene votos, pero argumentos no. El presidente Zapatero no dijo nada ayer por la tarde. Su discurso transparente, incoloro e insípido, inocuo y vacuo, apenas fue interrumpido por algunos aplausos cansinos procedentes de los bancos de la izquierda: el líder no dio a los suyos el menor motivo para el entusiasmo, ni siquiera para la alegre conformidad y, al final, los socialistas se vieron en la necesidad de aplaudir pensamientos tan despampanantes como el que sigue: «Si le va bien a Andalucía, señorías, seguro que nos irá bien al conjunto de los españoles».

El clima parlamentario fue por eso, en las primeras horas de la tarde, abrumadoramente plano. Éste es el cuarto estatuto que entra en el Congreso y -pasados los intensos tragos del plan Ibarretxe y los sobresaltos del texto catalán- se nota que ya van quedando muy pocas fuerzas para la controversia y la pasión.

Y, sin embargo, el ambiente recuperó la tensión política y la atención parlamentaria cuando la intervención desangelada, generalista y probablemente demasiado segura de sí del presidente del Gobierno fue contestada con la contundencia de un martillo pilón, aunque guateado de acento galaico, por Mariano Rajoy. Además de negar la mayor, ésa que Zapatero repite como un mantra, esto es, que el incremento desalado del autogobierno sea garantía de desarrollo y de éxito, el líder popular fijó sus golpes en la persona de José Luis Rodríguez Zapatero, a quien acusó una y otra vez, y muchas veces más, de no tener en la cabeza ninguna clase de proyecto para España; de estar en una insensata huida hacia adelante con el único objetivo de no caer al suelo, y de ser el máximo responsable del desaguisado que se está cometiendo contra la estabilidad social del país y contra la concordia entre españoles.

De esta manera fue Rajoy quien se convirtió en el protagonista político de la jornada y quien incluso se atrevió a espetar a la cara de los mustios diputados socialistas que se están viendo obligados a votar cosas en las que, de verdad, no creen. Y fue cosa de ver cómo los aludidos escucharon en silencio: tampoco ellos dijeron nada.

Rajoy acusó a Zapatero, a él mucho más que al presidente Manuel Chaves, allí presente, de haber fusilado del Estatuto catalán y haber metido a última hora y de matute nada menos que esas 130 enmiendas catalanas que han tenido como resultado la quiebra del consenso PSOE-PP inicialmente logrado.

Y fue entonces cuando hizo la denuncia de mayor calado de las muchas que habían punteado su discurso: dijo que el Estatuto andaluz, tal y como lo ha dejado el PSOE-A, no tiene más objetivo que tapar las vergüenzas de lo perpetrado por el propio Zapatero con el Estatuto de Cataluña. Lo cual, dicho en esos términos, supone una desautorización radical de cualquier apariencia de proyecto sólido para España que el presidente pueda albergar, si es que lo alberga, en su cabeza. «¿Por qué lo han hecho? ¿Se lo han pedido los andaluces?», dijo un vehemente Rajoy a un ZP que le escuchaba con el ceño fruncido. Pero no hubo respuesta.Salvo una última y sugerente mención a su voluntad de consenso, el presidente siguió sin decir nada.