LA DERROTA DE LOS CONFEDERADOS

 

 Artículo de Pablo Sebastián en “La Estrella Digital” del 04.09.07

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

De la temeraria siembra confederal propuesta por Zapatero al inicio de la legislatura para ofrecerle a ETA un territorio favorable a su desembarco en la política han nacido en el interior del PSOE y de los partidos nacionalistas sus particulares reyezuelos confederados que creyeron en el ímpetu centrifugador del presidente y que, con esas alas en las que escrito estaba que la nación española era discutida y discutible, se lanzaron al vacío de sus aspiraciones confederadas e independentistas, ajenos al duro y obligado frenazo que los poderes fácticos del PSOE, con Rubalcaba como controlador de la rectificación en el seno del Gobierno, han impuesto a Zapatero, provocando las naturales crisis de los socialistas en Navarra, Cataluña y País Vasco.

De la misma manera, el discurso confederal del presidente Zapatero ha provocado una fuga hacia delante de los más radicales de ERC, PNV y CiU, desconcertados con sus promesas iniciales y sus posteriores e inmediatas rectificaciones, como se ve en la lucha por el poder que se registra en el seno de la Esquerra, entre Carod-Rovira y Puigcercós, inmersos en una demencial carrera independentista que ya está fuera de su tiempo. O entre los cachorros ultranacionalistas de CiU, que alentaba Artur Mas y a los que hacía frente Josep Antoni Duran Lleida. De la misma manera que en el PNV su presidente, Josu Jon Imaz, también pisaba el freno, dejando fuera de tono y de lugar al lehendakari, Juan José Ibarretxe, y a sus adversarios interiores, que capitanean Egibar y Arzalluz. Por decirlo de una manera popular, los confederados “se han quedado colgados de la brocha” mientras el presidente Zapatero, obligado por los suyos y temeroso de los efectos electorales de semejante disparate de la España confederal, les retiraba la escalera, abriendo batallas internas entre los nacionalistas —que ahora coinciden al decir que Zapatero “no es de fiar”— y heridas internas en el PSOE, como las que permanecen abiertas en Navarra, el País Vasco y en Cataluña, donde los nombres y andanzas de Puras, Díez y Maragall dan ejemplo de lo ocurrido por causa del desvarío presidencial.

Naturalmente, Zapatero cree que hizo bien y que lo volvería a hacer, y culpa a ETA y al PP de lo ocurrido. A la banda terrorista por no haberse conformado con el pacto hallado en Loyola entre el PNV, PSOE y Batasuna —que admitía con una literatura tan ambigua como perversa el llamado “derecho a decidir” de los vascos, la creación de un órgano de coordinación de Navarra y el País Vasco y el reconocimiento de Euskadi como nación—; y al PP por la agitación social y política lanzada contra su política de pacto con ETA. Sin reconocer el presidente que, en las circunstancias de debilidad de ETA y de su entorno político en las que se encontraban la banda y Batasuna, se lanzó a negociar sin las necesarias garantías (de rendición etarra) y comprobaciones —del alto el fuego—, y sobre todo sin el previo apoyo del PP y de las víctimas de ETA, cosa que nunca hicieron Suárez, González o Aznar en sus respectivos intentos de solución al terrorismo etarra.

Y puede que ETA se haya equivocado —como lo dirán ahora Otegi y Ternera dentro de la organización—, porque con Zapatero habrían tenido la más fácil oportunidad de salir airosos creándole de paso un inmenso problema al Gobierno y al PSOE. Aunque la negociación estaba condenada al fracaso porque sin el apoyo del primer partido de la oposición era imposible avanzar en el proceso confederal del Estado, como objetivo de la negociación política, y mucho menos en lo que a la llamada negociación técnica se refiere, que incluía la liberación y reinserción social de los presos y comandos etarras, entre otras cosas porque para poder culminar semejantes desafíos hacía falta mucho más que la vista gorda que sobre la legalidad habían practicado el Gobierno y la Fiscalía General a las órdenes de Zapatero.

Sólo el anuncio unilateral de ETA de la entrega de las armas y final de la violencia hubiera permitido al jefe del Gobierno justificar sus concesiones políticas a la banda y buscar el apoyo del PP y de las víctimas del terrorismo. Pero eso suponía la rendición de ETA y el reconocimiento de que sus ochocientos crímenes fueron mucho más que un error, y eso es sobre todo lo que no quiere reconocer ETA, sino más bien lo contrario: justificar sus cuarenta años de terror y presentarse ante la sociedad vasca como los verdaderos impulsores de un Estatuto confederal camino de la independencia vasca.

La derrota de los confederados estaba anunciada desde el inicio de la demencial y solitaria cabalgada de Zapatero por el precipicio del nacionalismo violento, y falta por ver si este fracaso, que es toda una realidad, ha llegado con nitidez a los ojos de todos los españoles en vísperas de las elecciones generales. O si los esfuerzos denodados de los socialistas y de sus medios de comunicación por enterrar el rastro del crimen federal han surtido efecto y se pueden paliar a base de regalos de índole económica y social, como los que ya han empezado a anunciar desde la presidencia del Gobierno.

En todo caso hay una lección positiva de todo ello, que deja de manifiesto no sólo la directa irresponsabilidad de Zapatero y del PSOE, sino también la de los partidos nacionalistas con más peso y tradición, PNV y CiU, que se lanzaron a la piscina confederal sin probar la temperatura del agua, colaborando en el fracaso de una intentona que difícilmente se les volverá a presentar. Porque a partir de ahora el argumento de la paz etarra como la gran palanca para justificar el vuelco confederal español ya no les servirá, pues en el horizonte político y policial sólo prima la derrota de ETA sin precio político a pagar.