ZAPATERO OFRECERÁ A IBARRETXE LA VÍA CONFEDERAL Y EL FIN DE LA TRANSICIÓN

 

 Artículo de Pablo Sebastián en “ABC” del 15.10.07

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

Cabe imaginar que cuando el lendakari Ibarretxe llegue al Palacio de la Moncloa, el presidente Zapatero, con «serenidad», ofrecerá a su invitado un pacto para evitar la confrontación entre los nacionalistas y el Estado de aquí a las elecciones, con el argumento de que todo desafío, en las actuales circunstancias políticas, sólo favorece al PP. Mientras que si disminuye la provocación nacionalista y el PSOE logra renovar el poder, entonces, con el Poder Judicial y el Tribunal Constitucional en la órbita del socialismo, habrá una segunda oportunidad para la reforma confederal del Estado, un nuevo estatuto vasco y el regreso al «proceso de paz» con ETA.

Todo ello, en ese caso, favorecido por la derrota sonora de la oposición de Rajoy, que caería preso de sus errores en una trampa mortal, arrastrando a su fracaso a las banderas de la polémica, su crítica a la Ley de la Memoria Histórica y sus denuncias sobre las amenazas que han planeado sobre la unidad nacional y el consenso de la transición, al que entonces se daría por políticamente muerto si Zapatero renueva el poder. Eventualidad en la que el presidente, recuperada la sonrisa, declarará que «el pueblo ha hablado» y plebiscitado a su favor los pasados cuatro años de gobierno. Lo que abriría, bajo los pies de Rajoy, una profunda crisis de identidad y de liderazgo en el PP.

Este es el riesgo y el idílico escenario que Zapatero le dibujará a Ibarretxe en La Moncloa para pedirle que no eche leña al fuego de la confrontación nacional. El mismo discurso que, seguramente, estarán transmitiendo los emisarios del Gobierno a «los palomas» de la banda terrorista y a la cúpula de Batasuna que está en la cárcel, solicitando que renuncien a los atentados y pidiendo paciencia hasta el día después de las elecciones. Porque, según Zapatero, todos —nacionalistas de Cataluña, Galicia y Baleares, incluidos— van en el mismo barco, aunque unos viajen en cubierta y otros en la sentina y con grilletes. Asegurando el iluso capitán que si llegan a buen puerto todo mejorará, y todos, el presidente el primero, regresarán a la senda confederal y a la revisión de la transición para completar «la vuelta de la tortilla», que está en el aire sin que nadie sepa de qué lado, ni dónde va a caer.

Naturalmente, la oferta del presidente al lendakari, a ETA y al resto de los nacionalistas corre el riesgo de no ser escuchada. Sobre todo por la banda terrorista, y porque los nacionalistas también están en campaña electoral y querrán hacer oír, respectivamente, su estruendo y discursos maximalistas, convencidos los nacionalistas que sus escaños serán determinantes para la configuración de la nueva mayoría y para asegurar que, en caso de victoria socialista, Zapatero romperá con la rectificación españolista que disfraza adulando al Rey, citando a España y diciendo que la bandera es de todos y no del PP.

Por supuesto, el pacto que Zapatero le ofrecerá a Ibarretxe incluirá, ante los medios de comunicación, la escenificación de la pública divergencia sobre el del lendakari para no dar argumentos al PP. A un Partido Popular que permanece anclado al gran debate de la confrontación nacional en el que la bandera de España es utilizada, a la vez, como ariete frente a los desvaríos confederados de Zapatero, pero también como pantalla para: por una parte, poner sordina a la catarata de «programas regalo» de corte social que está lanzando el Gobierno sobre distintos colectivos de votantes; y, por la otra parte, para que no se vean las actuales carencias programáticas y de equipos del PP, sobre el que siguen planeando las mentiras de la guerra de Irak y de los atentados del 11-M en Madrid, la famosa conspiración, de la que vamos a tener noticia el próximo día 31 cuando la Audiencia Nacional haga pública la sentencia que, probablemente, señalará al terror islámico y a los traficantes asturianos de dinamita como los autores de la matanza de Madrid.

De ahí que en el PP se hayan puesto muchas esperanzas en la convención, o conferencia, que Rajoy ha convocado para el próximo mes de noviembre para presentar su programa electoral. Y ya veremos si también para que se visualice la plana mayor de sus candidatos o su futuro equipo de Gobierno, frente al desgastado gabinete de Zapatero, y como alternativa o refuerzo a sus dirigentes más deteriorados, como los que han amparado las teorías de la conspiración del 11-M.

Porque, algo más que el discurso de la patria y las banderas deberán hacer en el PP si quieren ganar las elecciones, a la vista del dramático empate que aún revelan las encuestas, a pesar de todo lo que ha llovido en la legislatura y que, en circunstancias normales de liderazgo y de una eficaz oposición, deberían haber garantizado ya al PP una ventaja electoral que los situara cerca de la mayoría absoluta. En vez de tener que estar haciendo cuentas sobre la veintena de diputados que se dice pueden inclinar la balanza de la victoria electoral. En unas elecciones en las que no convendría mezclar las instituciones y símbolos del Estado, no vaya a ser que, en caso de derrota del PP alguien, desde el PSOE o desde el nacionalismo, los incluya en el inventario de los vencidos y del fin de la transición, camino de la senda confederal de la que Zapatero hablará a Ibarretxe buscando un futuro aliado y tranquilidad electoral.