LAS ELECCIONES Y LA GRAN COALICIÓN

Artículo de Pablo Sebastián en “El Confidencial.com” del 07.03.08

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

Lo mejor que podría ocurrir en estas elecciones generales, si es que algo bueno puede salir de ellas, cosa que dudamos, es que ambos partidos, el PSOE y el PP, se vean en la obligación de pactar entre sí un Gobierno de gran coalición al estilo de lo ocurrido en Alemania, aunque dicha opción resulte impensable en este país que no está preparado para hacer frente a una dolorosa crisis económica y social, a los nuevos desafíos nacionalistas y a los cambios constitucionales necesarios para poner fin a la moribunda transición, en pos de una reforma democrática que garantice la verdadera separación de los poderes del Estado, el control del Ejecutivo, la reforma de la ley electoral, la independencia de los medios de comunicación y la reconversión tecnológica, entre otras muchas cosas en las que deberían incluirse el control de la calidad y la preparación de los gobernantes y altos cargos de la Administración y de los poderes legislativos y judicial, lejos de la obediencia partitocrática y de la creciente mediocridad.

Pensar en algo así es como soñar y además necesitaría de un resultado que, hasta ahora, ha sido inédito en los años de libertades que siguieron al fin de la dictadura, porque para ello haría falta un verdadero empate entre PSOE y PP en la zona de los 158 escaños que impidiera un nuevo acuerdo con las minorías nacionalistas, que, una vez más, querrán convertirse en el fiel de la balanza del nuevo Gobierno, pasando al cobro su colaboración en facturas de índole económico y de soberanía, en contra de los intereses generales de los españoles y del prestigio y la fuerza necesaria que la nación española necesita para hacerse hoy, como un Estado fuerte y unido, en la confusa Unión Europea y en el mundo global. Por ahí andan, como ejemplo vivo de ese nacionalismo insolidario y desbocado, los candidatos de ERC llorando por la llamada balanza fiscal, que no es otra cosa que negar a las zonas más pobres y menos desarrolladas de España la obligada solidaridad. Aunque sólo fuera en pago de la ingente deuda histórica que vascos y catalanes han contraído con el centro y sur español, por causa de la penosa emigración de pasados años que supuso una incalculable aportación a esas Comunidades de capital humano, oriundo de unas tierras de España a las que se pretende marginar y menospreciar.

Los nacionalistas, dicen las encuestas, perderán votos y escaños en estas elecciones, y el PSOE y el PP, los dos grandes partidos nacionales, se van a beneficiar de ese descenso que tampoco será muy abultado, aunque puede que significativo. Y vista y oída la campaña electoral nada anuncia que se pueda producir un vuelco de última hora, como ocurrió en el 2004 por los atentados de Madrid y su mala gestión política durante el último Gobierno de Aznar. Y ello a pesar y a sabiendas de que la presidencia y el Gobierno de Zapatero han fracasado estrepitosamente en los pasados años, lo que habría sido motivo suficiente para una clara alternancia en el poder si no fuera por la ausencia notoria, en estos cuatro años, de una buena oposición y equipos de gobierno alternativos, brillantes y pletóricos de credibilidad. De manera que, el doble y merecido suspenso al Gobierno y la oposición puede dejar el reparto de la vida política más o menos como está, lo que nos ofrece un horizonte desolador.

Naturalmente, en la política mal hecha tiene una mayor responsabilidad la parte del Gobierno por cuanto su acción o errores afectan al conjunto de la sociedad. Y bajo el mandato de Zapatero han pasado demasiadas cosas, y una gran parte de ellas muy desafortunadas, sin venir a cuento de nada, y con claras consecuencias destructivas y rompedoras de la cohesión nacional que ahora, en la campaña, Zapatero, su partido y el gigantesco aparato de comunicación estatal y privado de su entorno se han ocupado de ocultar, mientras sometían a juicio, para despistar —y con el apoyo inestimable de Rajoy— los errores, ya pagados en las elecciones del 2004 del Gobierno de Aznar. Y sus secuelas que los agitadores mediáticos del PP y numerosos dirigentes de este partido —Acebes, Aguirre, Zaplana, etcétera— mantuvieron vivas y en primer plano de la actualidad, como ocurrió con la conspiración del 11M, destruida en la sentencia de la Audiencia Nacional.

Por errores propios, temeridad o incapacidad política, bajo el mandato de Zapatero han ocurrido cosas muy graves e importantes. Una fractura de la convivencia nacional y de la solidaridad interregional, en las idas y venidas del Estatuto catalán, aún pendiente del Tribunal Constitucional. La ruptura del pacto contra el terrorismo y la negociación política —nunca vista hasta entonces— con ETA, sin apoyo de las víctimas y del primer partido de las oposición, y el empeño en continuar la negociación bajo el bombardeo de la T-4 de Barajas, y la pública mentira del presidente. El poder judicial se ha visto sometido a tensiones que recuerdan los tiempos de los GAL y de la corrupción de los gobiernos de González, y el fiscal general del Estado ha dado prueba fehaciente de su capacidad de mentir y de manipular, algo en lo que le han ayudado el “garzonismo” judicial, especialmente en el tiempo de la negociación con ETA. Se ha metido la mano en las empresas privadas, manipulando los órganos reguladores del Estado, y el presidente Zapatero y sus agentes monclovitas participaron en estas andanzas, con la indecente colaboración de presuntos empresarios, cazadores de influencias. Y se ha dañado la libertad de expresión, montando Zapatero dos canales nacionales a su servicio (La Sexta y Cuatro), simulando un falso cambio en RTVE, promocionado el periodismo fanático de partido y marginando la libertad en internet. Se ha desenterrado la Guerra Civil y roto su archivo histórico. El país no se ha preparado para la anunciada crisis económica que el buda feliz de Solbes sigue negando sin cesar. Se ha salido —bien, pero de mala manera— de la guerra de Iraq, y se ha metido a España en las del Líbano y Afganistán, que nos son ajenas, mientras tropas españolas están al mando de Kosovo en pleno proceso de independencia ilegal. Zapatero empeoró las relaciones de España con Estados Unidos, el Vaticano, Marruecos y Venezuela, nuestro país ha sido marginado de grandes reuniones europeas, como la económica convocada por Gran Bretaña, en la que han participado Francia, Alemania e Italia, con Merkel y Sarkozy negociando en secreto y de espaldas a España, mientras hacen caso omiso de la infantil Alianza de Civilizaciones (¿cómo pueden aliarse las democracias de Occidente con quienes no respetan los derechos humanos más elementales, la libertad y la democracia?), o de aquel gracioso plan de paz de Zapatero para el Oriente Próximo del que no se habló nunca más. Por primera vez desde el inicio de la Transición se ha insultado y agredido a la Corona y al Rey. Y también por primera vez un Gobierno como el del País Vasco pretende poner en marcha un referéndum ilegal de autodeterminación, mientras se persigue y se niega en Cataluña y País Vasco el derecho a poder estudiar y a utilizar libremente el idioma español.

Y todo esto, que no es poco, ha ocurrido bajo el mandato de Zapatero, y solamente bajo su mandato. Porque esta lista resumida —e incompleta— de despropósitos nunca se vio bajo los gobiernos de Suárez, Calvo Sotelo, González y Aznar. Ha sido obra de Zapatero que, seguramente, la piensa mantener y ampliar, por más que diga, con la boca pequeña, que aprendió de sus errores, lo que no es verdad. Su segunda legislatura, si logra renovar el poder, será continuación de la primera. Pero puede que su reincidencia impedirá, en un segundo tiempo marcado por la crisis económica, que la gran cortina de humo con la que se ha ocultado a los españoles muchas de estas cosas y su alcance a medio plazo —España no se rompe ni la economía se hunde en unos meses como dice el PP— persista y tape lo que hasta ahora han conseguido tapar.

Lo mismo que, por otra parte, no ha sido capaz de evidenciar la oposición ni de explicar con la mínima credibilidad. Pero ¿qué credibilidad tienen los dos grandes mentirosos probados y convulsivos del PP, Zaplana y Acebes, sus grandes portavoces en los pasados años? La oposición, dice Zapatero y en muchas cosas puede que sea cierto, no ha ayudado al Gobierno. Pero eso no le resta la menor responsabilidad al presidente sobre sus despropósitos y temeraria frivolidad. Más bien al contrario, Rajoy, su equipo y vociferantes medios de comunicación fueron los mejores aliados posibles de Zapatero, el muñeco inflado del monstruo tonto, ruidoso y conservador.

Y ahí van los dos, Zapatero y Rajoy, hasta cierto punto de la mano como los “amantes de Teruel”, tan campantes y contentos con sus campañas electorales, con el libro blanco de Petete y la pobre niña del PP, a ver qué pasa. A ver si Zapatero consigue que suba la participación y la izquierda —“los suyos”— se olvide de lo que hizo y le vote con la nariz tapada; y a ver si Rajoy mejora el resultado del 2004 y se queda, alegremente, otros cuatro años meciéndose en la oposición. Y si, por un gran milagro, el PP ganara en votos o algún escaño, lo mismo, porque no iba a poder gobernar con los nacionalistas. O sea statu quo es lo que se puede avecinar, que es lo peor que nos podría pasar. Peor, incluso, que el PSOE lograra mayoría absoluta y, por lo menos, se quitara la presión nacionalista, provocando una catarsis en el PP. O viceversa. De manera que la única oportunidad o salida a esta crisis generalizada de liderazgo, crisis económica, política e institucional, sería la gran coalición, como en Alemania. Pero, como sobre esto decía un ministro alemán, “en España no hay alemanes”. Y además haría falta una carambola mágica o un ajustado empate en escaños para intentar que algo así ocurriera en el escenario español, y en ese caso, sin Zapatero ni Rajoy. Y eso es mucho pedir, y si se lo hubiéramos encargado a los Reyes Magos, que ya están de regreso a Oriente, se habrían reído en nuestras narices y nos habrían dejado a todos un buen saco de carbón.