UN DISCURSO PREOCUPANTE

Artículo de Pablo Sebastián en “La Estrella Digital” del 26 de diciembre de 2008

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

El discurso de Navidad del Rey Juan Carlos ha sido, más o menos, el mismo de siempre por estas fechas, con la sola novedad del aniversario de la Constitución, que propugna preservar, y alusiones a la crisis económica a la que, como dice el Gobierno, el monarca le atribuye solamente responsabilidad internacional. Lo demás, condena del terrorismo, buenas palabras para los que sufren, saludos a las Fuerzas Armadas, etcétera, es lo de siempre. Y esa reiteración de tópicos y falta de realismo, ante los muy graves problemas planteados, nos produce preocupación. Por ejemplo, mucho más realista y en consecuencia pesimista ha sido el discurso del Papa Benedicto XVI.

Porque la diferencia sustancial entre estas Navidades y otras anteriores está, precisamente, en los daños irreparables que el Gobierno de Zapatero está causando a la Constitución mediante hechos consumados irreparables y con su reforma encubierta a través de los Estatutos de Autonomía, tal y como ocurre con el catalán. Y por supuesto en el gravísimo deterioro del ámbito económico y social español, mucho más grave que el de las otras naciones europeas de nuestro entorno por las gigantescas cifras del paro, la ausencia de alternativa industrial y tecnológica al mundo de la construcción y por el alto endeudamiento del Estado y de las empresas y entidades financieras.

Y de todo esto no tienen la culpa exclusiva las hipotecas subprime y la crisis financiera que emana de Nueva York, sino también y de una manera muy especial el Gobierno de Zapatero, que negó la crisis y llegó tarde y mal a la hora de adoptar medidas para frenarla, y que está integrado por unos ministros que, como el propio presidente, carecen de la competencia y de la credibilidad necesaria para abordar el problema, lo que produce inquietud más que confianza.

Ya sabemos que las funciones constitucionales del monarca le impiden dar pasos por el laberinto de la política nacional, pero hay manera de decir las cosas -antes de que sea demasiado tarde- y de poner el dedo en las llagas para alertar a gobernantes y ciudadanos sobre lo que ocurre y sobre lo que está por llegar. Y el Rey en su mensaje de Navidad desperdició una buena oportunidad -por ejemplo, para hablar de la lamentable situación judicial- y se dejó llevar por los tópicos de siempre, sobre la unidad y la hermandad de la Navidad.

Y no sólo eso, el compromiso del monarca, por acción u omisión, lo fue en lo esencial de su discurso con el Gobierno de Zapatero, que posiblemente sea el peor de la transición, de la misma manera que tenemos en el PP y en el resto de partidos políticos -nacionalistas e IU incluidos- la peor clase de políticos que nunca tuvo este país en los últimos treinta años, que ahora se festejan con tanta autocomplacencia, sin la menor autocrítica y sin que en el horizonte nacional nadie ofrezca un proyecto de presente y de futuro. De ahí que la complicidad del monarca con la situación, lejos de tranquilizar o de crear expectativas de confianza, pudo haber dejado tras de sí una nueva y larga estela de preocupación.