SIN PASIÓN NACIONAL NO HAY SALIDA

Artículo de Pablo Sebastián en “La Estrella Digital” del 23 de febrero de 2009

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

Sólo una gran coalición de gobierno, como la que habita en Alemania, o un gran pacto nacional como el que puede vislumbrarse en países dotados de un alto y orgulloso sentimiento nacional, como Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, podrían sacar a España de la crisis de la economía y de identidad nacional, íntimamente relacionada, en la que estamos y donde la necesaria solidaridad resulta la más difícil, por no decir imposible, de las tareas.

Imaginar un gran pacto nacional entre PSOE y PP, como el que se podría cimentar con gobiernos españolistas tanto en el País Vasco -si ETA no da a última hora a los suyos la orden de votar nacionalista- como en Galicia, tras las elecciones del próximo domingo y en pos de un gran acuerdo para hacer frente a la dura recesión y el paro, es algo altamente improbable en este país. Sobre todo bajo la presidencia de Zapatero y con un Gobierno desprestigiado y carente de ministros con preparación política y técnica, fruto de cuotas regionales y sexistas de un PSOE descapitalizado en sus equipos y dirigentes.

Como tampoco ayuda la crisis crónica del primer partido de la oposición, el Partido Popular, donde las luchas intestinas de poder y los escándalos han aumentado su propia debilidad, con la ayuda calculada e intencionada del propio Gobierno de Zapatero. El que a lo mejor piensa, y se equivoca, que sin el PP todo será mas fácil para él. Como parece seguro de que la crisis del PP y su afición al marketing -fotos en el G-7, G-20 y con Obama- y el control de los grandes medios de comunicación le permitirán salir ileso. Y no lo logrará porque las cifras del paro y la destrucción empresarial le caerán de manera imparable sobre su cabeza.

De ahí que de muy poco o de nada servirá a España, y menos aún a corto plazo, la cumbre europea de Berlín para homologar las posiciones de los países del euro más Gran Bretaña con vistas a la reunión que celebrará en abril el G-20, en Londres, para la obligada reforma del sistema monetario internacional. Aunque dicha reforma sea necesaria para todos, y tambien para nuestro país, donde, al margen de la propaganda oficial, empiezan a emerger los verdaderos problemas de la banca española, aumentados por el hundimiento de las empresas, la morosidad y la falta de liquidez.

El mal español, además de las secuelas que en él produce la metástasis del cáncer financiero internacional, incluye derivadas propias de nuestro modelo de crecimiento -esencialmente basado en el sector inmobiliario y de la construcción y servicios-, que nos impiden atisbar, a corto o medio plazo, una salida razonable y optimista a la crisis. Para la que, además, haría falta un denonado esfuerzo de sacrificio y unidad nacional, algo que parece imposible imiginar en las actuales circunstancias políticas.

Y menos aún bajo el liderazgo del presidente Zapatero, que tiene en su haber el periodo de la transición más dañino y gratuito de destrucción de la cohesión nacional, como se vio con su pretendido estatuto confederal catalán, en el fallido intento de negociación política con ETA -también en la senda confederal- y en la revisisón de la guerra civil española, amén de iniciativas que están relacionadas con el menosprecio de los símbolos de intentidad de una nación que Zapatero calificó de "discutida y discutible".

Además, para lograr un gran pacto nacional contra esta crisis económica haría falta contar con la colaboración de una fuerte y decidida oposición, lo que tampoco es posible al día de hoy por los problemas de liderzgo y cohesión que sufre el Partido Popular, agravados por los escándalos de la corrupción -que tienen su epicentro en la Comunidad de Madrid- y en los que ha intervenido, con calculada maldad política y electortal, el Gobierno y sus terminales, fiscal y judicial, simbolizadas en la esperpéntica cacería en la que coincidieron el ministro Bermejo y el juez Garzón.

De ahí que el pesimismo económico imperante que se registra entre los ciudadanos -y que tiene fiel reflejo en la caída del consumo, de la inversión y en la escasa actividad empresarial- sea proporcional al pesimismo que invade la vida política en todos sus órdenes y que sólo tendría cura en un hipotético pacto nacional que recupere la dignidad y el sentimiento de la nación española.

Y todo ello por encima de los temerarios juegos confederales a los que nos ha conducido la presidencia de Zapatero y el burdo chantaje político de unos insaciables partidos nacionalistas. Los que están en horas bajas, escondidos tras las bambalinas de la crisis, que ahora están pagando en sus carnes -¿cómo están los Ibarretxe, Imaz, Mas, Carod y Maragall?, ¿o ERC, CiU, PNV y BNG?- por su no menos temerario oportunismo con el que se subieron a ese tren hacia ninguna parte que conducía Zapatero.

Sin pasión nacional, sin cohesión nacional y sin solidaridad, no hay salida a la crisis económica y social que nos invade. La que nadie podrá superar a solas, sin un Gobierno fuerte, con un importante apoyo parlamentario y gestionado por personas de gran capacidad y de la máxima credibilidad. Sin duda una quimera, lamentablemente en las manos de Zapatero, al que le cuesta hablar de la nación española y que, experto en rectificar, puede que a lo mejor tenga en las elecciones del País Vasco la gran oportunidad de reconducir su errática deriva, aunque sólo fuera por el simple instinto de su supervivencia política una vez que descubra la necesidad de que los ciudadanos recuperen su orgullo y la autoestima nacional.