ESPAÑA Y ‘REPUBLICA.ES’

Artículo de Pablo Sebastián en “Republica.es” del 16 de abril de 2010

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web

 

Cuando en los primeros días de 2009 el alcance de la crisis económica española e internacional era asombroso e indiscutible no había más salida para este país que un gran gobierno de coalición PSOE-PP para hacer frente a tan descomunal desafío que destruía sin límites el tejido industrial y empresarial español y, en consecuencia, millones de puestos de trabajo, poniendo en jaque nuestro sistema financiero del que se había dicho que era “el mejor del mundo”. No se tomó la gran decisión por la falta de liderazgo y generosidad política, se perdieron dos años, no se recuperó la confianza y todavía nos quedan por delante dos años de incertidumbre y de un goteo de reformas y rectificaciones hasta que lleguen las elecciones generales de 2012.

Ahora el presidente Zapatero acaba de decir que hay que dejar al PP que “se cueza en su propia salsa”. Y lo mismo piensa el líder de la oposición, Rajoy, del presidente, su gobierno y el PSOE: que hay que dejarlos cocerse a fuego lento en la salsa de la crisis económica. Al fin de cuentas quienes nos estamos cociendo lentamente en la desesperanza somos los ciudadanos españoles, víctimas de unos malos gobernantes y una ausente oposición, y del empeño de los presuntos líderes de hacerse invisibles para no sufrir mayor desgaste electoral. Zapatero tras el escudo diplomático, a la espera de que crezcan los brotes verdes de la economía, y Rajoy convencido de que le caerá en las manos la apetitosa manzana del poder, mientras dormita al pie del árbol de la fruta que hasta ahora le ha estado prohibida.

Extraño país esta España nuestra con el récord del paro en Europa y los equipos de fútbol más caros del mundo. Con un gobierno escaso de  currículum y talento, y una oposición desvaída y ausente. Con un Poder Judicial donde se discute, a estas alturas de la transición, si España es o no es una nación, o si somos varias naciones, que es lo que probablemente se debatirá en estos días en el Tribunal Constitucional con casi cuatro años de retraso. Un país con unos jueces estrella como Garzón, ahora imputado por prevaricación y aclamado por los suyos contra el Tribunal Supremo, que pedía fuera de sus competencias el certificado de defunción de Franco y con un Parlamento inane que parece un mercado persa donde se compran apoyos con retales de soberanía nacional o dineros de los Presupuestos del Estado. Y todo ello sin que en el hemiciclo del Congreso de los Diputados (el Senado es una cámara fantasmal) se escuche un discurso político a la altura de circunstancias, y del deterioro económico, institucional, así como del daño a la cohesión de España.

España, es una gran nación cuya imagen exterior se empequeñece día a día sin que el Parlamento reaccione, y mientras el mundo de la Cultura, de la intelectualidad y los medios de comunicación andan enredados en grotescas polémicas tertulianas al servicio furioso de sus respectivos amos, o partidos políticos, y ajenos a la función de contrapoder e independencia que en toda Democracia le está reservada a la Cultura y a la Prensa.

En este país –decía Mariano José de Larra- hemos pasado de la euforia y la soberbia de los pasados años del pelotazo, los ladrillos y el dinero rápido –presumía nuestro presidente Zapatero en Washington que se había superado a Italia y teníamos a Francia al alcance de la mano- a una gran depresión económica, social y también moral. ¿Cómo entender aquí y ahora que el uso y la enseñanza del castellano, la lengua oficial del Estado español, está discriminada y es perseguida y sancionada en Cataluña sin que nadie frene el desafuero y no exista una inmediata reacción del Gobierno, el Parlamento, los altos Tribunales, Partidos Políticos, Sindicatos, la Real Academia de la Lengua y el mundo de la Cultura?

La urgencia está en la economía -”la economía ¡imbécil!” decía un cartel en la oficina de la campaña electoral que llevó a Bill Clinton a la Casa Blanca-, pero el gobierno no se atreve a tocar los cuatro pilares del derruido edificio (la reforma laboral –ahora están tanteando el despido de 33 días-, la reducción del déficit, la reforma del sistema financiero, y la circulación del crédito) por temor a los sindicatos y a la pérdida de apoyos electorales como los que, poco a poco, va cediendo en las encuestas.

Zapatero necesita tiempo y pretende ocultar la crisis tras los biombos de la presidencia europea de la UE, el escándalo Gürtel del PP y de sus rencillas internas, el ruido –que sin duda lo habrá- de la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña y, cómo no, con buena ayuda de la Selección Española de fútbol, la favorita del mundial de Suráfrica que comienza en junio. Luego, el presidente hará una crisis de gobierno (que de momento niega), y con la cara lavada esperará que en el otoño entrante, en la víspera de las elecciones catalanas, los brotes verdes de la recuperación económica sean una realidad y que José Montilla aguante el tirón en la cita electoral catalana, sobre la base de una próxima, ambigua e interpretativa sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto catalán.

Así están las cosas en este país donde nunca pasa nada a pesar de lo mucho que ocurre. Y es en este marco de desánimo, ausencia de confianza y crisis económica en el que nos aventuramos a intervenir con este nuevo diario de Internet “Republica.es” para abrir el campo a la información y a las ideas, y colaborar en la salida necesaria y obligada de este endemoniado laberinto que tiene dos citas obligadas: la salida de la crisis y la reforma democrática, para pasar de una vez por todas de la transición a la democracia plena.

No en vano si hacen falta reformas estructurales, para definir y modernizar el modelo de la economía hacia eso que se llama “sostenible”, con igual o con mayor motivo se hace necesaria una reforma del sistema político para que se incluya de manera tajante y explícita la separación de los poderes del Estado –legislativo, ejecutivo y judicial- y ponga en valor el principio de representatividad democrática en un país como España donde, después de treinta y tres años de transición, los ciudadanos aún no pueden elegir de manera directa al jefe del Gobierno, a los diputados, senadores, los alcaldes ni a los presidentes y diputados autonómicos, dejando todo en las manos de las listas cerradas de los aparatos de los partidos políticos en menoscabo de la calidad de los gobernantes, y a favor de quienes viven de la política y no para la política. Sin olvidar que la ley electoral ofrece a los nacionalistas que pretenden  separarse del Estado una representación desproporcionada e injusta que los convierte en árbitros de la gobernabilidad.

Esto tiene que cambiar porque los males que ahora se acumulan en la crisis económica, la cohesión y unidad nacional y en los abusos de la corrupción no son la consecuencia exclusiva de malos o de corruptos políticos sino, a la vez, de reglas del juego que permiten excesos sin control democrático y una desmesurada acumulación de poderes del Estado y fácticos –ejecutivo, legislativo, judicial, medios de comunicación, banca y empresas reguladas por el gobierno- en las solas manos del jefe del partido político que gana las elecciones con mayoría suficiente, o con apoyos externos, previo pago de altos precios, en muchos casos a costa de la soberanía nacional.

Abordamos pues esta travesía periodística con la prestigiosa bandera de “Republica.es” en la mesana y el pabellón de España en el castillo de popa, como mandan los cánones de la marinería, y por supuesto con respeto a la Constitución Española como carta de navegación y de reconocimiento de todas sus instituciones, empezando por la Corona. Pero sin renunciar a las reformas democráticas obligadas donde se ha de incluir: la elección por sufragio universal del jefe del gobierno (quitando poder a los aparatos de los partidos); la aprobación de una ley electoral con listas abiertas y una verdadera proporcionalidad nacional; y con la exclusión de toda injerencia de los poderes ejecutivo y legislativo en la elección de los altos cargos del poder judicial, que debe depender exclusivamente de los cuerpos judiciales del Estado. A lo que habrá que añadir un examen del Parlamento a los que aspiran a sentarse en el Consejo de Ministros y altos cargos del Estado.

Sin estas reformas del sistema político español este país seguirá siendo una partitocracia, o hija menor del ideal modelo democrático que campea en las grandes naciones de Occidente. Y por todo ello tiene que cambiar, porque el actual sistema de acumulación de poderes, que clonado al nivel inferior de los Taifas de las Comunidad Autónomas se hace irrespirable hasta en las libertades –como se ha visto en Cataluña y el País Vasco- ya no da más de sí, y nos ha conducido al camino que era previsible de quiebra económica, centrifugación de la unidad y solidaridad del Estado, deterioro institucional, desprestigio de la Justicia y baja calidad de la clase política y de nuestros gobernantes. O al abuso del poder, recorte de libertades, o corrupción.

De todo esto vamos a hablar y a escribir en “Republica.es”. Pero nadie vea o pretenda ubicar este modesto pero ambicioso empeño en una operación política o desvarío periodístico, porque a ello ya se dedican otros alterando la función social y de contrapoder de la prensa (digital e impresa), radio y televisión. Con modestia y escasos medios vamos a contar y analizar lo que pasa con la esperanza de que los lectores de “Republica.es” puedan formar desde estas páginas su propia opinión, alejándose de esa distorsión en boga que inunda los medios de comunicación partidistas de los últimos años con la aviesa intención de “educar” a los lectores y oyentes a leer y escuchar sólo lo que les gusta y no la verdad de lo que ocurre. Desde luego no somos arcángeles ni ilusos, pero la trayectoria de muchos de los profesionales de prestigio e independencia que nos acompañan avala nuestro intento de pluralismo e imparcialidad. Y por supuesto nuestro deseo y la esperanza de que España salga pronto de la “tormenta perfecta” en la que aún estamos inmersos por fuerzas ajenas y errores propios y de la que saldremos airosos con toda seguridad. En lo que podamos, aportaremos nuestros granos de arena desde este periodismo moderno y digital.