FELIPE GONZÁLEZ Y LA SUSTITUCIÓN DE ZAPATERO

Artículo de Pablo Sebastián  en “Republica.es” del 17 de julio de 2010

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Felipe González debería empezar a decir en público lo que piensa y comenta en privado sobre los graves errores que ha cometido el presidente Zapatero en la crisis económica -empezando por negarla, y siguiendo por no enfrentarse a ella cuando debió-, y en otras cuestiones de la mayor importancia como el estatuto catalán, la negociación “política” con ETA y la reapertura del debate de la Guerra Civil que el propio González se negó a abrir en los catorce años que estuvo en el gobierno. Pero ya sabemos que González es partidario en estos tiempos de mudanzas de la “militancia pura y dura”, como dijo hace poco en un aniversario de Pablo Iglesias. Sin embargo esta máxima del “todos para uno, y uno para todos” en la adversidad, tan propia de “Los Tres Mosqueteros” puede servir para enrocarse a la desesperada baja la capa del poder a ver si escampa la tormenta y para salvar en la unidad la cohesión del PSOE, pero no sirve para hacer frente a la realidad y menos aún para defender los intereses generales de España, porque Zapatero es culpable, está agotado y carece de la menor credibilidad.

El discurso de Zapatero de que no se va por responsabilidad y que asume los riesgos del ajuste duro y social de la crisis carece de la menor credibilidad y llega demasiado tarde. Y sus mensajes a los sindicatos, CiU, PNV y PSC de que enmendará la plana a la sentencia del Tribunal Constitucional y de que más vale malo conocido (es decir él mismo) que bueno o regular por conocer en referencia al Partido Popular tampoco consuela a nadie. Porque todos los que eran sus aliados de la legislatura y de su política social se sienten engañados y defraudados. Y además son conscientes de la incapacidad política de Zapatero y del daño que provoca dentro y fuera de España su permanencia en el poder.

Por ello, y a pesar del absentismo e inmovilismo del PP y de Rajoy, son muchos los que en el PSOE y entre sus aliados parlamentarios e incluso entre los sindicatos consideran que podría ser beneficioso para todos ellos (sobre todo electoralmente hablando para los barones regionales del PSOE) y para el interés general de España y de la situación económica un relevo al frente del PSOE y del gobierno, por traumática que parezca el cese y el relevo de Zapatero. Porque sabido es que la crisis que negó va para largo y que los ciudadanos españoles y los mercados internacionales no confían en él, y si además de todo ello muchos de los aliados parlamentarios del PSOE -que ahora son imprescindibles para aprobar los Presupuestos de 2011- se sienten engañados o traicionados, pues con mayor motivo.

Da la impresión de que Zapatero sabe todo esto y pide una tregua para que le dejen, unos y otros, concluir el ajuste del déficit, y la reforma laboral y de las pensiones, ofreciéndose como víctima en la huelga general. Convencido de que todavía puede arreglar sus relaciones con PNV y CiU, tras las elecciones catalanas y una vez que Artur Mas consiga la Generalitat (puede incluso que con la ayuda del PSC sin Montilla) y que Urkullu también reciba regalos como la Diputación de Álava o la concesión de Caja Sur a la BBK, para finalmente aprobar los Presupuestos de 2011. Y una vez hechas la tareas que considera urgentes e imprescindibles de hacer Zapatero meditaría si sigue o se va para no causar un gran daño electoral al PSOE, pero siempre con la esperanza de que con una mejora de la económica, un nuevo gobierno y con un regreso de la paz social tendrá una nueva oportunidad.

Y puede que la tenga pero será una mala solución porque está clara su incapacidad para gobernar, su falta de credibilidad y su desprestigio electoral. De manera que es al PSOE, a falta de elecciones generales anticipadas, a quien le tocaría actuar. Al PSOE y a sus poderosos medios de comunicación que podrían forzar el relevo de Zapatero por más que ello suponga su destierro a los infiernos de la historia política española, y el claro reconocimiento de su fracaso en pos de la definitiva rectificación.