¡VIVA LA CONSTITUCIÓN DE 2012!

Artículo de Pablo Sebastián  en “Republica.es” del 25 de septiembre de 2010

Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

Está bien festejar como se ha hecho el periodo constituyente de la Carta Magna de 1812, la Constitución liberal de las Cortes de Cádiz, “la Pepa”, la patriótica y la independencia frente al invasor Napoleón, y también la ilusa y traicionada con el rey felón de Fernando VII. Y cabía de esperar que semejante efemérides se la hiciera coincidir como hizo con su peculiar estilo el presidente del Congreso, José Bono, con la vigente Constitución de 1978 presentada como el paradigma de la paz, la libertad y la democracia, de acuerdo con el guión habitual de autocomplacencia y ausencia de autocrítica que emana de los poderes públicos españoles cada vez que se abordan los hitos cruciales de la Transición.

Pues bien basta echar una mirada a nuestro alrededor para entender que la Carta Magna de 1978 incluye innumerables defectos y carencias que han ido aflorando a lo largo de los últimos años y que tienen su origen en la debilidad y casi ilegalidad del que se creyó como periodo constituyente de 1978 –no hubo Cortes constituyentes sino legislativas que se auto proclamaron constituyentes tras unas elecciones (aún bajo la influencia del post franquismo y sus poderes reales y fácticos), y que facilitaron la redacción de un texto –en secreto, por los “siete padres constituyentes”-, y sin el obligado debate social, público y parlamentario. Fue, eso sí, la Constitución de la reconciliación nacional y de la recuperación de las libertades, pero no la Constitución de la democracia plena que en España todavía está por llegar.

La Constitución de 1978 ha dado buen resultado pero está agotada y mantiene activos fallos y errores cruciales como los que permiten la centrifugación del Estado, por la vía de simples leyes orgánicas como lo hemos victo en el estatuto catalán, o como los que impiden la esencial separación de los poderes del Estado –facilitando su acumulación, en el detrimento del juego democrático-, o los que coartan la libertad política y falsean el principio sagrado de la representatividad democrática, entre otros muchos problemas que conducen al régimen partitocrático de la transición en el que habitamos. Y que da todo el poder a los mediocres aparatos de los partidos políticos como usurpadores de la soberanía nacional y fabricas inagotables del funcionariado que inunda la vida política y no representa a la verdadera sociedad, entre otras muchas cosas que se deben reformar y mejorar.

Hora es, que lejos del autobombo y de la autocomplacencia, los dirigentes políticos, los medios de comunicación y los intelectuales y verdaderos patriotas exijan una nuevo y democrático texto constitucional: la Constitución de 2012, exactamente doscientos años después de “la Pepa” para que alcancemos “la Democrática”. Porque en la base de los problemas que hoy sufre España, económicos, sociales, de cohesión e identidad, incluso de corrupción y escasa libertad de expresión, no están solamente los malos o corruptos gobernantes sino las pésimas reglas del juego político español, ajeno a las normas más sencillas y elementales de toda democracia moderna. Y todo ello controlado por los partidos que disfrutan de una impresentable y nada representativa ley electoral, y luego impiden que se celebre un verdadero debate político en las Cortes, donde incluso el reglamento de las Cámaras constituye un freno a la franqueza y libertad de los diputados bochornosamente sometidos al mandato imperativo de sus jefes de partido.

El lamentable espectáculo de la compra de seis votos nacionalistas vascos con fondos del Estado por parte del presidente Zapatero habla por sí solo –y es un caso menor- de la mala fama del juego político español, que a lo largo de los pasados años ha sufrido y ha soportado momentos muy graves –nunca investigados por el Parlamento- como el golpe de Estado del 23-F, la gran corrupción, los crímenes del GAL, el acoso a la libertad de expresión y libertad política, etcétera. Mientras nuestra clase dirigente, esa misma a la que los ciudadanos suspende de manera implacable en todas las encuestas, ha vivido de la política y no para la política, en el disfrute y la impunidad cuando no a la sombra de los poderes fácticos, todos ellos confundidos y mezclados en la gran bacanal del único poder partitocráctico de los pactos y repartos en la cúpula del Estado, sin controles y al margen del Conjunto de la Sociedad.

Hora es que comencemos a pensar en la Constitución de 2012, en vez de tanto festejar la de 1978, porque estas Cortes actuales y nuestra vigente Carta Magna ya no están a la altura de lo que requiere una Democracia auténtica y nuestra Sociedad. Dicho está que la reconciliación, la paz, las libertades, nuestro entronque europeo y otros logros fueron posibles bajo el paraguas de la Constitución de 1978. Pero tiempo es de pensar también en la democracia y de ponerle punto final a la Transición.