ZAPATERO EN BLANCO Y BONO EN AZUL

 

 Artículo de Pablo Sebastián en “La Estrella Digital” del 17.10.05

 

 Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

El misterio del presidente Zapatero, su pretendido carisma y liderazgo social, empieza a derrumbarse a medida que se van cayendo, como hojas del otoño, los velos del enigma que nos conduce a muy poca cosa: a un iluso que no sabe gobernar —se queda en blanco ante los grandes problemas del país— y que actúa como izquierdista de otros tiempos, sin ejercer en su Gobierno y en su partido la menor autoridad. El caso del ministro Bono, convertido desde el interior del Gobierno en el principal adversario político del Estatuto catalán que Zapatero ha pactado con el Gobierno de Maragall, es asombroso e irrepetible en una democracia. Como lo son las críticas a esta política de prestigiosos dirigentes del PSOE (Guerra, González, Ibarra, Vázquez, Barrera, Leguina, Chaves, etc.), los que no abren una crisis contra de Zapatero porque esperan así “salvar los muebles” del incendio, mantener el poder y agotar la legislatura.

Tenemos un presidente que se sorprende de lo que ocurre a su alrededor por causa de sus propias decisiones —¿he sido yo?—. De ahí que no entienda la crispación que se extiende por España y Cataluña por el Estatuto que él mismo negoció y trajo a Madrid, ni lo que ocurre con Marruecos y en Ceuta y Melilla tras entrevistarse en Sevilla con el primer ministro marroquí, como no parece comprender que la Cumbre Iberoamericana de Salamanca se haya convertido en un fracaso español, un triunfo de Fidel Castro y en el inicio de una nueva crisis entre España y Estados Unidos, porque el presidente y su inefable ministro Moratinos hicieron las cosas muy mal.

Decíamos ayer que el presidente Zapatero no sabe lo que es España y hoy podemos afirmar que tampoco conoce a Estados Unidos, a los que acaba de agredir de una manera gratuita y por enésima vez en la Cumbre Iberoamericana de Salamanca, y no por condenar el bloqueo americano sobre Cuba, sino por no pedir a la vez unas elecciones democráticas y libres en la isla de Fidel Castro, quien se convirtió en el convidado de piedra del evento salmantino, que ha quedado bastante tocado por su inoperancia y que sólo ha servido para que Zapatero sume un nuevo desafío a Washington, y ya van seis: sentada al paso de la bandera USA, retirada de Iraq
—justificada pero mal hecha—, apoyo a Kerry, críticas a Bush en la ONU, petición en Túnez de salida de Iraq de otros países y apoyo decidido a Cuba.

Una de la especialidades de Zapatero consiste en acumular problemas al mismo tiempo, como ocurre ahora con Cataluña, el PSOE (donde las tensiones internas y las críticas al presidente no paran de crecer), inmigración, Marruecos y Estados Unidos, sin olvidar a ETA, en la que, paradójicamente, algunos dirigentes de la Moncloa tienen puestas todas sus esperanzas de “ayuda” con una tregua ilimitada. Se precipita (y nos precipita a todos los españoles), acumula problemas y luego se sorprende de las reacciones, demostrando que ni él ni su Gobierno, ni su equipo de asesores de la Moncloa, ni los dirigentes del PSOE que regentan el partido han sido capaces de evaluar las consecuencias de las decisiones adoptadas.

Lo ocurrido este fin de semana con Estados Unidos es el último ejemplo (pensaron que el apoyo a Cuba no sería la estrella de la cumbre), pero el caso del nuevo Estatuto de Cataluña es emblemático y penoso, porque vemos ahora a Zapatero y a su equipo en un ruinoso espectáculo según el cual el presidente, en el debate del 2 de noviembre, va a ser quien ponga los límites, ¡el freno!, a Maragall y los suyos, cuando ha sido Zapatero la persona que, en colaboración con su ministro Montilla y su compañero Blanco, desde la sede del PSOE, no sólo ha dado luz verde al proyecto de Maragall sino que se ha apresurado a convencer a Artur Mas en Moncloa para que CiU se sumara al festejo. De ahí que la deslealtad constitucional y partidaria que desde el PSOE se le imputa ahora a Maragall debe extenderse a Zapatero, Montilla y Blanco, colaboradores necesarios del engendro.

Pero claro, el PSOE tiene un problema muy serio: cómo conservar el poder y salvar la legislatura sin que todo ello se hunda con Zapatero si las cosas siguen como van. Y por el momento parecen decididos a que se admita a trámite el Estatuto a cambio de que les aprueben los Presupuestos, y luego en el debate de la Comisión que sea Maragall, como inductor de la crisis, el que primero pague los platos rotos de la vajilla nacional con la crisis y la estabilidad de su Gobierno, el que ha pretendido reformar (para colocar a su hermano) sin éxito, abriendo otro frente más en el desvarío catalán, ese río revuelto en el que CiU espera pescar unos buenos resultados electorales, al igual que lo espera el PP en el ámbito nacional. Locura que Maragall quiere extender a Galicia y el País Vasco como lo hizo cuando invitó, en el homenaje a Pere Esteve, a que las tres autonomías se coordinaran frente al Estado.

Pero el problema central no está en el futuro y presente del PSOE, sino en el de España. Hace pocos días que Felipe González le decía a Zapatero —¿a quién si no?— que no se puede jugar con la política territorial (en alusión al Estatuto de Cataluña), y la exterior y de seguridad. Pues la territorial ya sabemos cómo está, y la exterior y de seguridad ya la hemos visto en Salamanca.

Afortunadamente llueve y parece que va a seguir, aunque la economía empieza a dar en la inflación señales de debilidad. Sin embargo Zapatero continúa pensando en blanco, estirando su sonrisa de cartón y arengando al equipo infantil que lo acompaña y asesora en Moncloa: “¡a por ellos!”, les dice como si estuvieran corriendo detrás de un balón.

Y en estas circunstancias ¿cómo puede seguir el ministro Bono sentado en el banco azul del Gobierno? Ésa es, sin duda, otra cuestión. El titular de Defensa ya tiene ante sí otra bronca con Washington y duda sobre qué hacer el 2 de noviembre, el día de la llegada del Estatuto al primer debate del Congreso. Mientras tanto recibe aplausos en Sevilla al grito de “¡España, España!” a sólo pocas horas y días después de que su presidente fuera abucheado en Alcalá de Henares, Madrid y Salamanca. Bono juega con fuego, y puede que con España, en su beneficio personal. Pero si sigue así se equivoca, porque será tarde cuando quiera irse y corre el riesgo de que sea el propio presidente el que le haga cesar. Si el día 2 de noviembre sigue en el banco azul, el ministro de Defensa perderá muchas oportunidades y razones para progresar en su ambiciosa y sigilosa carrera política y para poder discrepar.