EL PELIGRO DE LA EUFORIA

 

 Artículo de Pablo Sebastián en “La Estrella Digital” del 20.04.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

La euforia contagiosa que se está produciendo en el País Vasco con motivo de la tregua “permanente” de ETA —que ellos llaman “alto el fuego”—, amén de servirle al Gobierno de adormidera para ocultar los malos sueños del Estatuto catalán y de la incierta deriva de España, empieza a producir efectos un tanto alarmantes relacionados con la ansiedad que revela el entorno de ETA y los nacionalistas llamados moderados (PNV, EA, EB) por conseguir del Gobierno o del Estado el pago político, anticipado o simultáneo —si es que ya no se ha dado una señal como anticipo de todo ello—, por la merced que le hace a los españoles la banda terrorista de anunciar que, por el momento, no van a matar ni a extorsionar. Dando el presidente Zapatero y su Gobierno la impresión de que, como en la Olimpiada, lo importante es participar en la negociación y que el fin justifica los medios, lo que coincide con la nueva interpretación que el presidente del Gobierno hace de la “ética” cuando asegura, como lo hizo en unas recientes declaraciones, que “la ética tiene que ser práctica”.

Si para el presidente Zapatero y sus aliados políticos los jefes de Batasuna —es decir, de ETA— son encomiables y posibles héroes del futuro, o con futuro, y las víctimas del terrorismo son rémoras del pasado a las que hay que tratar ahora con la misma delicadeza que se las arrincona para que no estorben en este proceso que extrañamente se llama de paz, en vez de final obligado de la violencia o de la rendición de ETA, y paralelamente no hay día que desde el nacionalismo violento o moderado no se hable de autodeterminación, de mesas de negociación política, de incorporación de Navarra al País Vasco, de la salida inmediata de los presos de ETA de sus cárceles, etcétera, y todo eso porque ETA ha anunciado una tregua hace menos de un mes, veremos que se está produciendo un llamativo disparate.

Que prima la oportunidad sobre la legalidad, y que la euforia que emana de la violencia, y que el Gobierno utiliza para tapar sus vergüenzas en el modelo de Estado cuestionado por el Estatuto catalán —calificado claramente de inconstitucional por los servicios jurídicos del Senado— pone en cuarentena el Estado Derecho y la primacía democrática. Por lo que pronto llegaremos a la conclusión de que el famoso “proceso de paz” en curso se le está escapando de las manos al Gobierno, si es que no se le ha escapado ya en la negociación previa y por eso han colocado a Rubalcaba en el Ministerio de Interior, a ver si rebajan un poco el precio de la factura como ocurrió con el Estatuto catalán.

Pero al margen de todo esto, el mensaje que se está transmitiendo a la sociedad española es demoledor. Sobre todo a sectores cualificados o afectados por la amenaza de ETA, dado que la gran mayoría de los españoles intuye lo que pasa pero no parece comprender el alcance de la situación por tres razones: por la euforia inicial de la tregua; por la bonanza económica, que de momento aguanta el tirón del petróleo camino de los 100 dólares el barril; y porque el presidente y su régimen —empresarial, financiero y editorial— controla el 90 por ciento de los grandes medios de comunicación audiovisuales, una vez que en los últimos meses Zapatero ha culminado la “berlusconización” mediática de este país a través de un consorcio que lidera el Grupo Prisa, primer beneficiario de su política de acumulación mediática, la que ahora jalea euforias y apaga la luz de los debates de fondo del momento español.

La simplificación del espectáculo de la euforia, del que disfrutan como héroes y no como villanos ETA, su entorno y el nacionalismo moderado —Ibarretxe nos decía que ahora, es decir, no antes, no consentiría el regreso de la violencia terrorista vasca—, incluye un mensaje tan subliminal como a la vez macabro según el cual cualquier otro terrorismo que apareciera en España de manera organizada —otra vez Al Qaeda, o los GAL— podría ser acreedor de otro proceso pacificador como el que se está presentando con ETA, con toda clase de contrapartidas políticas en el horizonte y de indultos a criminales en plazos razonablemente cortos, siempre que anunciaran un “alto el fuego” tras sus crímenes más recientes y su disposición a negociar. Porque la impresión que se trasluce tras las cortinas de la euforia es que el crimen de los terroristas en España puede encontrar vías de escape ajenas al Código Penal, porque el fin justifica los medios y el fin parece ser la famosa paz a cualquier precio.

Allá el Gobierno con sus negociaciones secretas celebradas y las que están por venir, y con el uso electoral y mediático que están haciendo de la euforia de la tregua; pero si no se frena en seco este desbarajuste general y no se pone frente a ETA y sus aliados una barrera infranqueable de autoridad moral, de legalidad y de principios democráticos inalterables en los que la soberanía nacional, que radica en el conjunto de los españoles, es condición sine qua non para evitar cualquier especulación política, mal, muy mal van a ir las cosas a corto, medio o largo plazo. Sobre todo cuando se apaguen las luces de la euforia, y si finalmente el sentimiento nacional español desborda el cinturón mediático que ha colocado el Gobierno para tapar la verdad. Y no digamos si la economía se empieza a tambalear.

Aunque cabe imaginar que esta firmeza necesaria del Gobierno se nos antoja difícil una vez que la soberanía nacional ha sido burlada en el Estatuto catalán —se anuncia para los próximos días el primer discurso de Maragall a la nación catalana, mientras arrecia la carrera de naciones por Andalucía, Galicia, etc.— y se ha convertido en la prueba definitiva de la ambigüedad y voluntad con la que el presidente Zapatero quiere remodelar el edificio constitucional español. Para, finalmente, dejar al aire y al albur de posteriores acontecimientos los que serán débiles cimientos de la estructura del Estado, una vez que se han desdibujado, por discutidos y discutibles, los signos de identidad y la Historia de la nación española. La euforia es tan efímera y contagiosa como peligrosa, y sobre todo no suele representar un estado de ánimo consolidado y duradero, sino más bien suele ser la trompetería de un momento concreto y pasajero que arrastra tras de sí la cruda realidad.