UN NUEVO PARTIDO POLÍTICO ESPAÑOL

 

Artículo de Pablo Sebastián en “La Estrella Digital” del 14.11.06

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. 

 

La irrupción de Ciutadans en la escena política catalana está teniendo consecuencias positivas en el conjunto de la sociedad española por la novedad y el revulsivo que supone para el conjunto de la ciudadanía que, visto lo ocurrido en Cataluña con la abstención y los votos nulos y en blanco, está cada vez más distanciada de la política y los políticos como consecuencia de la endogamia partitocrática que nos invade. También por el claro agotamiento y la escasa representatividad de un régimen político nacido de la transición y que no acaba de desembocar en un modelo plenamente democrático donde los votos y los representantes de la ciudadanía en el Parlamento de verdad representen el interés y el sentir de los ciudadanos.

En estos momentos de alta tensión entre los profesionales de la política por causa de la improvisada reforma autonómica y cuasi constitucional encubierta y del ahora incierto proceso de negociación con ETA parecería desmesurado o inoportuno plantear una reforma del sistema político español, que en su día sirvió para la reconciliación tras la dictadura, pero que no da más de sí porque en sus pactos de consenso y de acumulación de poderes del Estado, así como en la suplantación de la soberanía popular por las listas electorales cerradas de los partidos políticos, están las causas esenciales del deterioro de la convivencia ciudadana, de la unidad y estabilidad nacional y, en consecuencia, de la distancia cada vez mayor que separa a los ciudadanos de sus gobernantes y también de sus representantes en el Parlamento. Pero esta reforma pendiente se ha de hacer de una vez por todas.

De ahí el interés y la expectación suscitados por Ciutadans, que en Cataluña superó el muro mediático y audiovisual que controlan los grandes partidos políticos y rompió la barrera de la partitocracia para llevar a un movimiento ciudadano a los escaños del Parlamento catalán con un discurso nuevo que defiende la libertad y la igualdad de los derechos culturales y democráticos en una sociedad donde el nacionalismo lo inunda casi todo, reduciendo lo español y nuestro gran idioma a la mínima expresión. De ahí que el modelo de rebeldía e iniciativa de Ciutadans está siendo objeto de toda clase de cábalas sobre la posibilidad de proyectarlo sobre el resto de España, según se desprende del intenso debate político y periodístico que se está celebrando a este respecto, ante la creciente preocupación de los grandes partidos nacionales, PSOE y PP, y nacionalistas, que ven en esta tercera vía un elemento distorsionador de su actual statu quo y de sus privilegios.

Pero siendo buena y encomiable la iniciativa de Ciutadanas —que hemos apoyado desde su inicio en estás páginas de internet—, también nos parece incompleta porque su lanzamiento está centrado en la ruptura del cerco nacionalista, mientras que el problema más importante de la partitocracia española tiene su anclaje en la perversión del sistema que permite la acumulación de poderes y suplanta la soberanía popular con una ley electoral que, además de no proporcional y poco representativa, impide a los ciudadanos elegir a sus representantes y a sus gobernantes, lo que nos lleva a la acumulación y no a la separación de los poderes del Estado, y a la presencia en el Parlamento de obedientes funcionarios de los partidos, carentes de formación y prestigio para legislar, debatir y controlar al poder ejecutivo como debiera ser su función.

En España los ciudadanos no eligen directamente a nadie. Por supuesto no eligen al jefe del Estado, cargo hereditario en beneficio de la Corona. Pero tampoco eligen al jefe del Gobierno, ni el Ejecutivo, ni a los parlamentarios, ni a los presidentes autonómicos, ni a los alcaldes, ni diputados autonómicos ni a los concejales. Aquí sólo se votan la siglas de cada partido, que recibe un cheque en blanco de sus electores —además de la subvención del Estado— y luego hacen de su capa un sayo y el que gana con mayoría suficiente o en pactos de interés —o contra natura política e ideológica, como el tripartito catalán— se queda con todos los poderes del Estado y fácticos: ejecutivo, legislativo, judicial, y un gran dominio sobre prensa, banca y grandes empresas. Un modelo acumulador que por otra parte impide el funcionamiento de los controles o contrapoderes democráticos y que, exportado a territorios más pequeños como las Comunidades Autónomas —y no digamos si están marcados por el nacionalismo— producen una mayor opresión de las libertades y juego democrático, ofreciendo perfiles autoritarios y absorbentes que nos retrotraen a los taifas o reyezuelos regionales de otros tiempos.

Ésta es la gran reforma democrática pendiente en España: el paso de la vieja transición partitocrática y de la obsesión por el consenso a la plena democracia, representativa, directa, con separación de poderes y altas cotas de modernidad y libertad. Y todas estas cuestiones, que no están explicitadas en el proyecto de Ciutadans, más local y volcado en contra de la opresión nacionalista, son las que deberían estar en la base fundacional de un nuevo partido político español, y también en la reforma de los partidos actuales, que deberían empezar por fomentar su ausente democracia interna.

Pero ocurre que las pocas veces que los políticos actuales hablan de reformas o de regeneración democrática lo hacen en la oposición y se acaba cuando llegan al poder, como lo vimos con González, Aznar o Zapatero, que no se resistieron al disfrute del inmenso poder que ofrece el sistema español y que tan propicio suele ser para amparar la corrupción, el autoritarismo o la suplantación del debate político por la propaganda oficial. Ciutadans ha puesto una primera piedra, pero en ese proyecto se debe poner más el acento en las causas y en los defectos del sistema político español, que son el origen y el verdadero motor del alejamiento de los ciudadanos de la política, y también de la proliferación de mediocres gobernantes y legisladores que no responden ante los ciudadanos sino sólo ante el aparato del partido que los acaba de designar. Mientras estas cuestiones de fondo no se pongan sobre la mesa nacional, en busca de ciertas y fundamentales reformas, el problema de la democracia española permanecerá.