CICLOS DE CONFIANZA

 

 Artículo de Valentí Puig  en  “ABC” del 18/01/05

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

NO es muy equitativo que los expertos en demoliciones y quienes procuran por sanar la posible fatiga estructural de los edificios más nobles tengan que entrar y salir por la misma puerta. Ahí, en la puerta giratoria, alguna vez quedan todos atascados, con sus planos enrollados bajo el brazo, sus respectivas ideas de España en caso de tenerlas, su noción contrapuesta de la convivencia histórica.

De la querencia por lo políticamente habitable queda la imagen de la plaza porticada, lugar de intercambio de ideas y de lógicas del consenso. Más allá, las arquitecturas institucionales verdaderamente perdurables y dignas de la mejor ciudadanía debieran todas tener algo de aquel sentido del orden que en la arquitectura renacentista mantiene el portentoso equilibrio de todas las partes entre sí, y de las partes con el todo.

No es por idealización nostálgica que uno puede permitirse pensar que la Constitución de 1978 fue y es esa arquitectura institucional y ciudadana en la que las energías colectivas fueron equilibradas como conciencia y como voluntad.

En una de tantas crisis ministeriales de su tiempo, Francesc Cambó hablaba en un corro de diputados. Alguien le interrumpe, con argumentos a la contra. Cambó responde: «Mire, eso son argumentos de paquidermo».

Hoy también aparecen los contornos de alguna cogitación de paquidermo en el escáner de la vida política. Sirvan la idea tan perversa como grotesca de «desmilitarización multilateral» -según Otegui- o en otro plano proponer por parte del presidente del parlamento autonómico vasco unas comisiones bilaterales a sabiendas de que vulnerarían el reglamento del Congreso.

También es de paquidermo reafirmarse en una votación del parlamento vasco avalada por la exBatasuna -y con «exvoto» epistolar de Josu Ternera- y no asumir -por ejemplo- que si sumamos los diputados del PP y los socialistas que tienen escaño en la Carrera de San Jerónimo en representación del electorado vasco son once en total, mientras que PNV y EA están en siete. Fue argumento de paquidermo sostener que los catalanes debían boicotear la petición de los Juegos Olímpicos para Madrid. También lo es decir que el plan Ibarretxe -como declara Carod-Rovira- se le queda corto a Cataluña.

Al llegar a tales extremos, ni tan siquiera la capilaridad -de naturaleza a veces clientelar- establecida entre PNV y sociedad vasca puede absorber la duda creciente sobre la viabilidad del plan Ibarretxe y los cálculos sobre el riesgo que abolir el estatuto de Guernica significaría para la prosperidad de los vascos, a veces equiparable a las condiciones posibles de un paraíso económico.

El salto del autonomismo al soberanismo o la pura secesión cosechó sus primeros laureles en Estella. Ahora recauda incertidumbres inéditas. Al contrario de los otros atajos, veredas y vías principales que decida tomar la sociedad española, la característica principal y seguramente única de la senda para paquidermos es que no lleva a parte alguna. El Estado de Derecho y el sentido común de los ciudadanos tienen mucha consistencia a la hora de cerrar el paso a los paquidermos.

Tal vez sea ingenuo preguntarse por qué ahora las aguas han podido bajar tan turbulentas, tan agitadas. Históricamente, los nacionalismos vasco y catalán atendieron en uno u otro momento radical las lecciones del irredentismo irlandés. Los independentistas irlandeses aprovecharon la Primera Guerra Mundial para pretender la neutralización de de la guarnición británica en Irlanda, el desembarco alemán y un gran ataque a Gran Bretaña que se haría desde las cosas irlandesas.

La estrategia, de resultados escasamente beneficiosos, consistía en obtener ventajar de las debilidades coyunturales de quien te sojuzga. Ahí está el gesto de Sabino Arana al querer enviar un telegrama al presidente Theodore Roosevelt para felicitarle por haber derrotado a España en la Guerra de Cuba. Abundan las anécdotas de este estilo, como la fugaz euforia catalanista con los «14 puntos de Wilson» al firmarse el armisticio cuando acaba la Gran Guerra.

Ahora lo más curioso es que desde las etapas más arduas de la transición democrática no se había dado una mejor capacidad de crecimiento económico, mejor cotización internacional, una mayor integración de España en la Unión Europea y una pujanza colectiva que le permitió a José María Aznar pronunciar aquel «España va bien».

Por parte del catalanismo representado por Jordi Pujol es cierto que CiU tuvo el error impensable de la Declaración de Barcelona pero también firmó con el PP los pactos del Majestic, una pieza más que significativa en la gobernabilidad de las últimas décadas y decisiva en una fase de prosperidad económica y estabilidad política. A finales de 1996, Pujol dio una conferencia en Sevilla para manifestar su gran confianza en el futuro y añadía: «No es España un simple organismo administrativo o político-administrativo.

Es un hecho histórico sólido. Es un conjunto de interrelaciones humanas y de vivencias colectivas, no solamente individuales sino colectivas, comunes, de todo tipo. Por lo tanto es lo que yo he dado en llamar una realidad entrañable». El progreso español iba a «facilitar las cosas», entre otras eso que se llama el «encaje» de Cataluña en España y que tanto puede ser una entelequia geométrica, una infusión biosentimental o algo que varía con el tiempo y que no es otra cosa que el fenómeno de ser parte de un todo con el resto de vecinos más allegados.

Después de Pujol vino Maragall, aupado entre otros por la Esquerra Republicana de Carod-Rovira. De pronto, con Ibarretxe al frente, la confianza en el futuro quedaba quebrada. Aún antes de la crisis moral del 11-M, en pleno ciclo de autoconfianza de la sociedad española, el anuncio de reformas estatutarias que en mayor o menor grado afectan a la arquitectura constitucional erosionó aquella confianza y dañó la fiabilidad de lo político.

Aparecieron las estructuras tripartitas de poder: en Cataluña un ejecutivo autonómico compuesto por socialistas, eco-comunistas y un republicanismo independentista cuyo líder se fue a charlar con ETA siendo consejero en jefe de la «Generalitat». La misma «Esquerra Republicana» es la que daría apoyo parlamentario al gobierno Zapatero.

Mientras tanto, después de vicisitudes bien conocidas, Pasqual Maragall ideó una reforma estatutaria que diese ejemplo de tercera vía en el caso vasco no siendo -como en el caso Ibarretxe- imposición unilateral. Por el instante, la reforma estatutaria catalana tiene algo de lista de la compra o de abigarrada carta a los Reyes Magos.

 Al final de todas las valoraciones, la pregunta siempre es la misma: ¿puede el PP de Cataluña poner su firma en un proyecto de reforma estatutaria que también lleve la firma de «Esquerra Republicana»? Según Cambó, hay dos maneras de llegar al desastre: una, pedir lo imposible; otra, retrasar lo inevitable.