FATALISMO DE DERECHAS Y ARTE DE LA FUGA

 

 

 Artículo de Valentí Puig en “ABC” del 11.08.06

 

... Sería engañoso un esquema de la coyuntura política española que limitase al PP a la representación de lo que permanece y al PSOE

a la delegación de lo cambiante...

 

 Por su interés y relevancia he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web.

 

El fatalismo lleva a dogmas barrocos y a parálisis cismáticas, tanto en política como en religión. A veces los instintos de la derecha española la inducen a un fatalismo cuyas consecuencias toman forma de estrategias conformistas, reaparición atávica del fulanismo, picaresca levantina y un contentarse con las precarias parcelas de poder y simbolismo que le confiere estar en la oposición. La ciudadanía percibe que en estos momentos el centro-derecha representado por el Partido Popular vive a rachas la tentación fatalista. En primer lugar, porque todavía no acierta a asumir por entero que perdió -fuera eso por lo que fuera y ese análisis aún está por hacer- las elecciones generales después del 11-M ni que José María Aznar ya no está ahí. De otra parte, Zapatero se ha desmarcado de las posiciones habituales del PSOE alterando casi la propia naturaleza de la alternancia en un ejercicio cotidianamente improvisado de arte de la fuga. En tercer lugar, el poder real que tiene el PP está en algunas comunidades autónomas y en el caso de Madrid se da la polarización interna entre Ruiz Gallardón y Esperanza Aguirre.

Por citar otro factor entre muchos, la mensajería de PP anda bajo mínimos, en el preciso momento en que más competitiva es la labor de comunicación política y más enrevesada la fluidez entre la política y los medios de comunicación. A modo de espesos nubarrones con descarga eléctrica, sobrevuela esa suma de factores el hecho sustancial de cómo rehacer los vínculos con el votante de centro mientras no se resquebrajen las fidelidades del votante tradicional. En otras palabras, la defensa de una idea de España corresponde al eje central de la voluntad política del PP actual pero no debiera necesariamente ceñirse a esa unidimensión, del mismo modo que iniciativas socialistas como el matrimonio homosexual pueden tener rasgos de «casus belli» pero no el único ni el determinante.

Dicho de otro modo: si el fatalismo conduce a la inacción, la imaginación política reactiva la voluntad de ser y de hacer. No se trata de que de repente Mariano Rajoy tenga que aplicar a la política las dotes inventivas de Álvaro Cunqueiro. Para un avance electoral del PP, lo deseable es que renueve el lenguaje del sentido común y añada dosis imaginativas a las cargas de profundidad que irán erosionando el zapaterismo. Aquí suele decirse que Rajoy es un conservador moderado con los instintos y hábitos de un registrador de la propiedad. Nada hay de malo en eso, y mucho de aprovechable. Para eso están los equipos. Aunque eso sea para unos también motivo de fatalismo de brazos cruzados, lo cierto es que el PP cuenta en el banquillo con personal para constituir digamos que dos gobiernos completos más capacitados que el actual ejecutivo socialista, uno de los peores desde la transición.

Para la conciencia política de un país de tradición católica y a la vez secularizado a un ritmo casi increíble, un partido de centro-derecha con componentes conservadores y democristianos, además de otros igualmente sustanciales, no podría afrontar el dilema entre valores y concesiones estratégicas sin un elemento de tensión. En el caso de la España actual, existe además como factor de choque la beligerancia que muestra Rodríguez Zapatero al contribuir a la reconversión de España en una sociedad por completo no tradicional. Toda coalición de principios y valores verdaderamente dispuesta a desbancar electoralmente al PSOE requiere de sumas extensas y de equilibrios estratégicos que concierten las líneas rojas de los principios indeclinables y la aproximación decidida hacia amplias mayorías, más aún en el caso español, cuando un PP ganador en las elecciones legislativas difícilmente podría contar con el apoyo de CiU, por ejemplo, aunque nada esté escrito.

En realidad, la derecha más clásica y no poco atávica ya ha comenzado a mostrar indicios de fatalismo, de ver imposible una victoria electoral en las próximas elecciones generales y a entrar en cábalas sobre cómo y cuando renovar su liderato. Pánico y fatalismo son una combinación demoledora: nada deja a su paso, todo lo pone en duda, corroe la confianza, no pocas veces destruye partidos. Un partido político se conglomera en torno a una fluidez constructiva entre sus principios y la identidad de sus votantes, lo que obliga a no olvidar que las identidades no son fijas sino cambiantes. Sería engañoso un esquema de la coyuntura política española que limitase al PP a la representación de lo que permanece y al PSOE a la delegación de lo cambiante. Todo cambia a la vez, todos somos partes de la fluidez y de la permanencia, salvo los extremos. La unidimensión perjudica claramente al PP. Son muchos y distintos los caladeros del voto centrista si la política del centro-derecha se hace con intuición e inteligencia.

Al mismo tiempo Zapatero procede a la deconstrucción del modelo territorial de Estado, a la relativización del sistema de valores y a un revisionismo histórico que anula paulatinamente el significado y referentes hasta ahora tan sólidos y cohesivos como la transición democrática. Tanta delicuescencia deslíe los emblemas de la Historia de la España moderna. De hecho, el arte de la fuga -entendido en términos musicales- es mucho más una disciplina que una improvisación. Por el contrario: no sabemos si, por ejemplo, las fases de una futura negociación con ETA están tan solo hilvanadas o ya alicatadas. No sabemos lo que ETA sabe de lo que el Gobierno está dispuesto a hacer en nombre del Estado. De eso parece saber más el «agitprop» de la ilegal Batasuna que el ciudadano cumplidor de la ley.

La perspectiva a pocos meses de las elecciones municipales y autonómicas no tendría porqué sobrealimentar el fatalismo en ciernes del PP. Posteriormente, de no anticipar Zapatero las elecciones generales, todavía hay oportunidades para poner toda la carne en el asador cuando llegue la hora en el 2008. Son más los factores casuales que el lastre determinista. Mucho depende de la aleación humana, moral y política con que Rajoy afronte su horizonte. No poco depende de lo que cueste el dinero de una hipoteca. Mientras tanto, Rodríguez Zapatero continuará entregado a las espirales del arte de la fuga, hasta que una conjura de azares y realidades trunque esa frágil continuidad -habilidosa, no pocas veces- que le permite conectar su intuición musical con una nueva coalición de sectores sociales. A la derecha fatalista más le vale retirarse a cocheras, incorporarse a un museo etnológico en sombras, sin más rumor que la carcoma.